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Huelgas en Hollywood: una carta al autor en el cine

Las huelgas en Hollywood este año revivieron un viejo debate sobre el autor en el séptimo arte. ¿Por qué importan los autores y quiénes realmente lo son? Una mirada histórica sobre la figura autoral en el cine.

Laura Montes
20 de noviembre de 2023 - 12:11 a. m.
La huelga de actores y guionistas de Hollywood duró 103 y 148 días, respectivamente. Sus principales peticiones eran la regulación del uso de Inteligencia Artificial y mejores salarios.
La huelga de actores y guionistas de Hollywood duró 103 y 148 días, respectivamente. Sus principales peticiones eran la regulación del uso de Inteligencia Artificial y mejores salarios.
Foto: EFE - ALLISON DINNER

Las históricas huelgas de Hollywood pueden resumirse en una cuestión: las historias no se escriben ni se realizan solas. Los distintos autores del medio cinematográfico buscan un reconocimiento justo por su trabajo y seguridad ante la aparición de los nuevos medios y los riesgos que estas implican – llámese VHS en la huelga de 1985, los DVD en la huelga de 2007 y 2008, o el auge de las plataformas de streaming en 2023 –.

Michael Jamin, guionista de televisión, ha despertado el interés en TikTok al compartir cada mes cuánto recibe por los residuales o regalías, que se trata del dinero que reciben los guionistas cada vez que un programa se vende a un nuevo medio o plataforma. La cifra es ridícula: por Rules of Engagement recibió un cheque de 39 céntimos, otro por 146 dólares; mientras que los estudios cinematográficos ganan miles de dólares. “No es dinero gratis, es a cambio de algo por autoría y royalties”, afirmó Jamin en marzo de este año. Como él, miles de guionistas se han enfrentado a una retribución injusta por su trabajo.

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En Colombia también pasaba algo parecido, hasta que en 2017 se sancionó la Ley Pepe Sánchez, en donde se le reconoce el derecho de remuneración a los autores de las obras cinematográficas por actos de comunicación pública: venta a televisión, plataformas de streaming, nuevos mercados, entre otros.

La realidad es que las historias no se hacen solas. Y aunque hoy es innegable que guionistas y directores son autores, no siempre fue así. El concepto de autor en el medio audiovisual ha mutado tanto como el cine mismo, y aunque desde hace años parecía superado el tema, en pleno 2023 tuvieron que tomarse las calles de Estados Unidos para que su autoría siguiera siendo respetada con los nuevos riesgos que implican los nuevos medios para ellos, como lo son el tema de las regalías o el uso de inteligencia artificial en las películas y series de televisión.

El cine nació en 1895, y no era precisamente considerado un arte. Todo lo contrario: fue engendrado por los hermanos Lumière como un espectáculo para la vista. Se trataba de una experiencia heterogénea donde los espectadores no estaban encerrados en una sala, sino asistiendo a una de las varias atracciones del circo.

Recién en 1911, el crítico italiano Ricciotto Canudo hizo historia al hablar del cine como el séptimo arte: la unión de todas las artes. Pese a la incredulidad de ciertos sectores intelectuales, en 1948 el crítico Alexandre Austruc habló de este como la ‘cámera-stylo’: “El cineasta escribe con su cámara como el escritor escribe con su pluma”. Esa es la esencia de la ‘cámera-stylo’, considerar al director como un autor que también crea arte, dándole el mismo estatus que un pintor o un escultor.

¿Y qué sería del concepto de autor sin los Cahiers? En la década de 1950, aparecieron los críticos de la famosa revista Cahiers du Cinéma, que años después se convirtieron en cineastas de la Nueva Ola Francesa o la Nouvelle Vague, uno de los movimientos más importantes en la historia del cine. François Truffaut, Jean-Luc Godard, Éric Rohmer y Jacques Rivette plantearon la política de los autores: analizar una obra con la mirada de su autor. Redimieron la figura del director olvidado, y lo consagraron como el único y máximo autor de la creación cinematográfica, excluyendo a los demás participantes de una película.

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Durante la primera mitad del siglo XX nunca hubo duda en Europa que directores como Serguéi Eisenstein u Orson Welles fueran considerados autores, ya que siempre gozaron de libertad creativa en sus obras. Pero en Cahiers du cinéma los jóvenes críticos entraron con la idea disruptiva de considerar también a Howard Hawks, Alfred Hitchcock, y Vincente Minnelli como autores, algo impensable para la intelectualidad francesa, que desdeñaba el cine norteamericano.

Pero los Cahiers eran muy selectivos sobre a quién consideraban un autor. Para ellos, el director era el máximo creador de la obra. Empezaron a surgir dudas en el medio cinematográfico. ¿Qué pasa con los demás creadores de una película? ¿Y con las películas dirigidas por mujeres? ¿Y la diferencia entre un autor de cine y otro de televisión? ¿Y con la autoría al guionista o al productor? ¿Y con los cambios al cine de autor en la nueva era digital?

Algunos críticos afirman que productores como David O. Selznick, actores como Marlon Brando o escritores como Raymond Chandler podían considerarse autores. Desde el feminismo se preguntaron qué pasaba con las mujeres directoras, pues no había ninguna contemplada como ‘autheur’. Desde el pensamiento comunista también criticaron a la teoría, pues esta no concebía el cine colectivo ni social, ya que al considerar al director como el máximo creador, excluían la posibilidad de que fuera un trabajo en equipo, algo contrario a la teoría marxista. Diversos productores también juzgaron la concepción autoral, pues decían que ellos desconocían las cualidades de producción de una película. Como explicó el teórico estadounidense Robert Stam: El poeta puede escribir en una servilleta en prisión; el cineasta necesita dinero, una cámara, una película”.

Años después, apareció el autor-estructuralismo y el posestructuralismo, y los intelectuales empezaron a cuestionar la figura del autor. “El nacimiento del lector implica la muerte del autor”, sentenció definitivamente Roland Barthes. Sin embargo, a pesar de su solidez argumentativa, no hay que olvidar que, paradójicamente, quienes tanto pregonaron la muerte del autor, igual cobraron sus cheques por derechos de autor, como observa James Nanemore, experto en cine y comunicación.

Hoy en día es claro que sí importa quién habla. De la política de autores no queda nada, y al mismo tiempo, queda todo. Ya no se trata de mirar a directores consagrados – como lo plantearon alguna vez al interior de Cahiers du Cinéma en 1950 –. Hoy en día, todo cineasta o realizador es un autor. “Desde las prácticas de video de un estudiante de cine hasta Apocalypse Now de Francis Ford Coppola”, afirma el director y crítico de cine francés Oliver Assayaz.

Es importante saber quién habla, porque “lectores y espectadores siempre decodifican los mensajes mediante el posicionamiento de un origen, incluso si solo es imaginario o inconsciente, y el origen tiene un significado político”, sostiene Nanemore.

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Y hoy hablan los guionistas, los actores y los directores. Desde Woody Allen escribiendo y dirigiendo los guiones de sus películas, hasta Julian Fellowes, el creador de la serie Downton Abbey. Sea que se considere al director como el autor de una obra, o se piense en otros personajes para firmar una película – actores, directores de fotografía, de arte o guionistas – la relación de autor y espectador es importante. Es parte de la esencia misma del cine.

Este año las huelgas terminaron. Pero quizás el día de mañana, guionistas, directores y actores – y quizás otros miembros de la industria – tengan que volver a las calles a reivindicar sus derechos como autores como sucedió en la década de 1940, en 1985, en 2007 y ahora. Ni un guionista ni un director están solos nunca. Ni en la página en blanco, ni con la sala de cine llena de personas.

Por Laura Montes

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