“No tengo momento preciso, por un lujo del destino —que se paga con la edad— no tengo horarios fijos, así que todas mis horas transcurren entre leer, escribir…. siempre la música… la belleza... los amigos. Creo que después de años de fidelidad creativa, ya no hay ‘momentos’, algo así como el ‘habitar creador’ del que habló Hölderlin. Se trata de vivir atento, con demora… se trata de escuchar se esté donde se esté, se haga lo que se haga, siempre algo busca decirse, busca a quien lo diga”, cuenta Mujica.
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Entregar la vida y todo su tiempo a observar, a escuchar, a ver a los otros y a ver lo otro para construir los relatos y los sentidos de nuestra existencia. Mantenerse en un estado constante de atención por lo ajeno, por lo que no somos nosotros y por todo aquello que no habita en nuestro interior como la lucha más noble para reconocer nuestra finitud y negar a rajatabla la falsa vanidad de nuestro ego.
Años de caminar, de escuchar, de atender a los otros y de escuchar los silencios: “Mi relación con el silencio empezó, y desde entonces nunca terminó, cuando ingresé a un monasterio y cumplí voto de silencio por siete años. Allí, después de algunos años, nací a la poesía. Yo había sido pintor, pero nunca había escrito. Es decir, el silencio me templó la escucha —y escucharlo dice más del silencio que el hablar de él—. Cuando todo calla, todo habla, y se habla en uno, poder decir algo de lo que nos busca para decirse. Creo que eso es ser poeta: acoger desde el silencio el decirse de lo que nos rodea. Después, lo más después posible, decirlo. Y, para mí lo más importante: decirlo, no decirse. Lo dije ya varias veces, para mí un escritor es aquel que sabe escuchar lo que la vida le cuenta de sí misma mientras vive su vida… y después contarla, darle voz”, asegura Mujica.
Ser receptor y convertirse luego en el guardián de las palabras que se leen y se escuchan entre líneas. Abnegarse y hacer un ritual en torno a la creación, asumir la vida como dadora de creencias, certezas, temores, pensamientos, recuerdos y todo aquello que muta a una obra, a una voz, a un decir sobre el mundo, sobre la humanidad, sobre el sentir y reafirmar con su poema nace el día y con el canto de los pájaros el solemne milagro de amanecer vivos: Nace el día / bajo un cielo despejado, / la claridad en la que todo / se muestra, / lo que hacia ella brota / y lo que su misma luz marchita. / Todo nacer pide desnudez, / como la pide el amor, / como la regala la muerte.
“A la vida no se le da sentido, se la siente, se deja uno tocar por ella, y ese roce, esa caricia o esa herida es el sentido, es ponerle el cuerpo en carne viva, arriesgar la sensibilidad. No lo ponemos ni damos el sentido: lo recibimos, lo acogemos, y el poeta lo hace con palabras y eso es poesía. Pero de nuevo: la alteridad nos precede, la vida misma nos fue dada (...) La vida ‘es’ un acto creador, se nos dio para encarnarla, darle forma, no viene hecha, lo que pasa es que la metemos en los moldes ya socializados, normalizados y nos dejamos formatear y a eso respondemos, llamamos ‘vida’, la de todos y por tanto de nadie, nadie singular, creador, pero la vida, una vida propia, es la creación de la propia vida con la vida de todos y todo en todos los encuentros y despedidas. Todo ser humano es creador como todo ser humano es espiritual, después estamos los que nos dedicamos por entero a la creación de obras, pero lo hacemos, también, para ir creándonos, y no agotamos la creación, como la religión de la que hablamos no agota lo espiritual, lo simboliza. Y, tanto en la creación de obras, la poesía por caso, o la simbólica religiosa, sirve para suscitar ese nivel espiritual o creativo que todos tenemos pero que no todos dan a luz”, concluye.
Aventurarse a buscar definiciones para la poesía. Caer en nuestra trampa y en nuestro engaño. No hay significado que satisfaga, pero lo que representa en cada quien es seguir explorando la magia de un verso que tiende a ser la emancipación y también el salvavidas al abandono del espíritu y de la esperanza.
“La poesía también puede ser lo uno o lo otro, y no tiene que ver con el tema, tiene que ver con la dimensión desde la que se la escribe, yo diría, desde el silencio que nace o desde los ecos que repite, si es manantial naciente o lo que ya es deriva, derivado. Lo espiritual es lo naciente, no lo ya nacido, es desde donde no somos que nace lo que seremos, de lo que ya somos solo llega el marchitarnos”.
Leer la biografía y reírse con él cuando afirmó que su “despedida del mundo” fue el festival de Woodstock en 1969. Intentar comprender la dimensión de ese voto de silencio que realizó por siete años en un monasterio de la orden Trapense. Imaginarlo como todo viajero por Francia y Grecia, imaginarlo volver una y otra vez a la Argentina. La necesidad de contarse a sí mismo y de dedicarse de lleno a la poesía después de tantos años de peregrinaje, de academia y de hallar en el silencio extinguido de nuestro presente la voz y el nacimiento de la creación, de la reafirmación de la vida y de la oportunidad de retornar a la poesía para narrarse y construir su manifiesto sobre todo aquello que lo rodea y lo interpela. Leerlo y que quede el eco del silencio que describe como “También el silencio / es huella, / huella y seña / hacia lo sin nombre / hacia lo que solo / se escucha / en la renuncia / a nombrarlo”.
Ser vehemente y creer en la vida. Hablar de ella desde la filosofía, la teología y la literatura. No abandonar ningún canal y no dejar de preguntarse por los dolores que la aquejan y la violencia que algo busca develar de nosotros desde ese mal que también nos habita y nos gobierna desde siempre.
“La violencia es una respuesta, real o ficticia, de quien se siente atacado. Habla de la de los hombres, no la política que suele ser un negocio o un arma para su provecho. Creo que la mayor parte de la violencia es resentimiento, y muchas, muchas veces no justificable pero sí comprensible. Es la necesidad de dejar una marca, de contar, como esos individuos que matan al boleo y después se matan: se sintieron mirados, temidos, tenidos en cuenta, serán noticia, mirados más allá del patético espejo de en una selfie en la que uno mismo se repite. Pero no es solo eso, es la pregunta que yo mismo me hago, el dolor que yo mismo siento, la del misterio del mal: ¿alguna vez Caín va a dejar de matar a Abel? Los libros fundamentales de la humanidad, cosa a pensar, tanto La Odisea como el Bhagavad Guita, comienzan con la descripción de una batalla, con la guerra…”.
Es interesante ese contraste que tuvo en un primer momento con su cercanía a Ginsberg y la generación “beat”; también con su asistencia a Woodstock y, ya finalmente, si se vale decir así, su paso al monasterio y a otro estilo de vida. De esas primeras experiencias, ¿qué le quedó para escribir?
Me quedó quien soy: soy lo que fui siéndolo ahora proyectándome hacia lo que seré, entendiendo todo, cada paso desde mi historia que ahora es mi carne, e ignorando si lo importante fue Ginsberg o alguien ignoto que dijo una palabra que me encendió un camino, de la que quizá nació un poema. Volver a hechos puntuales me aburre un poco, igual no volvería a ellos sino a la constante creación que es lo que llamamos memoria. Memoria, madre de las musas en la mitología, por otra parte, las que inspiran creación, no repetición del pasado, mito y paradoja a la vez.