El Magazín Cultural

“Imagen inasible”, de Jaime Franco

Esta nueva exposición nos deja ver el trabajo reflexivo de un artista que ha estado presente en la escena artística latinoamericana por más de 30 años.

María Elvira Ardila
14 de noviembre de 2019 - 11:20 p. m.
En la imagen, Jaime Franco en el proceso de creación de una de sus obras. / Cortesía
En la imagen, Jaime Franco en el proceso de creación de una de sus obras. / Cortesía

Imagen inasible nos introduce en un trayecto para auscultar sus pinturas y sus obras realizadas in situ. El título nos da una de las coordenadas para poder rastrear su trabajo: Franco nos presenta en el recorrido de la muestra un mural, una selección de fotografías del mismo y una serie de sus pinturas y dibujos recientes. Con estas obras nos deja leer un proceso de un artista que conoce la pintura de manera formal y recurre a conceptos y reflexiones filosóficas en torno a lo absurdo, al consumo de imágenes, a la muerte y nos invita a observar su obra que cambia, transmuta y deviene en lo inasible. Al igual, nos pone en una prueba en la que interactúa la memoria, pues hay que recordar la primera imagen del mural y luego observar su cambio, hasta que se vuelque en una imagen etérea y fantasmagórica; las fotografías y los videos son los que dan cuenta de lo que ha acontecido.

Todas las obras de esta índole que ha realizado han tenido el componente de la construcción-destrucción y el artista las ha relacionado con el trasfondo que expone Albert Camus en su ensayo El mito de Sísifo: el arduo trabajo de todo un día subiendo la piedra a la cima de la montaña, para verla rodar al final del día y aniquilar la vanidad de cualquier propósito humano. En 1942, en plena guerra, Camus publicó esta obra, en la cual compara la existencia humana con el destino de Sísifo, donde sus esfuerzos resultan inútiles. Sísifo conoce la impotencia: su trabajo (como la roca) cae una y otra vez cuesta abajo y debe empezar nuevamente. Franco nos interpela con su obra in situ y nos pregunta si hemos desafiado a los dioses. Es una metáfora y una preparación para comprender la muerte, observar los espectros disueltos que quedan atrapados en un muro y de lo irracional que puede ser la vida.

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Los murales han sido planificados, estudiados y realizados en diferentes lugares como obras efímeras, sus temáticas han girado en torno a las arquitecturas de Vladimir Tatlin, sitios rituales como Stonehenge, o Brasilia, una de las ciudades emblemáticas de la modernidad. ; en fin, lugares arquetípicos que poseen un punto de referencia preciso. En uno de sus primeros murales, realizado en la Galería Santa Fe en el 2007, el artista, como Dante, transitó de la mano de Virgilio, se embarcó con Caronte para descender por los ríos, los desafíos y los versos del infierno de La divina comedia. Allí encontró las aguas negras y sombrías, las murallas de la ciudad de Lucifer, a los violentos y los pecadores. Franco con el barro evocó el viaje permanente del ser humano, se embarcó por los ríos, se sumergió en estos y encontró este territorio desconocido. Las obras han sido realizadas con lodo extraído de diversos lugares: Barichara, Apulo, el desierto de la Tatacoa, el volcán el Totumo; el material nos conecta con la tierra de la que venimos y hacia donde regresamos. Es un iconoclasta que destruye sus pinturas, a pesar de hacer corpóreas sus imágenes. Esta acción genera un oscuro deseo de poseerla, de tenerla, de no querer que se destruya.

Hoy, en la Galería Elvira Moreno nos presenta Comunión, una imagen abstracta que hace énfasis en el círculo, una estructura austera que posee unos elementos verticales alrededor y que se refiere a la unión, a la comunidad. Pero cuando pensemos que esta imagen se borra, podemos pensar que la comunidad se rompe, puesto que es un momento difícil que la humanidad atraviesa. En el momento de trabajar, proyecta esas arquitecturas fantasmas, pone cintas demarcando las estructuras del dibujo. Tiene en su computador una imagen detallada y precisa, cámaras de video, las fronteras entre el dibujante, el pintor, el fotógrafo, el performista son diluidas por el artista. Pintar lo compromete físicamente en un acto íntimo. Al finalizar la acción, Franco desdibuja, mancha y no deja rastro, de esta manera surge esa fantasmagoría de su ejercicio pictórico, el dibujar, pintar, tiene la misma importancia que desdibujar, limpiar y borrar.

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Antes de realizar sus estudios en Bellas Artes en París, Franco realizó algunos semestres de ingeniería, lo que permite ver un acercamiento inconsciente por arquitecturas que poseen estructuras macizas y geométricas, hormigones, columnas gruesas, estructuras de cemento, edificaciones muy fuertes y una atracción hacia la arquitectura brutalista, corriente modernista que encabezó Le Corbusier. El artista las pone en el espacio y las destruye, presiente que el mundo moderno se disuelve y se rompe a pesar de sus anclajes fuertes. Se mueve dentro de una paradoja que consiste en emplear imágenes muy fuertes, perdurables y corpóreas que se circundan y abrazan lo temporal y es ahí donde se encuentra la contradicción de la destrucción y la fantasmagoría.

En contraposición con sus obras in situ, la pintura para Franco son objetos corpóreos que nacen cuando está pintando, no posee un fondo narrativo, pueden ser minimalistas y no tener ningún referente, o tomar obras icónicas de artistas como: Brueghel, Ucello o Marcel Duchamp y de estas tomar hábilmente su armazón y deconstruirlo en su computador para generar dibujos que luego implanta en sus pinturas, dando otros significados. Pinturas con superficies lisas, táctiles, el óleo disuelto con agua, como si estuviera utilizando una acuarela sobre lienzos, con colores azules, amarillos, llenos de líneas verticales y horizontales, gestos, marcadas cicatrices, huellas y en este caso las pinturas son los objetos perdurables y alcanzables que reclaman la vida.

Por María Elvira Ardila

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