El Magazín Cultural

“Infinito”, cartografías del deseo

“Infinito” es la instalación de Ana María Devis que se encuentra expuesta en Flora Ars Natura, en Bogotá, hasta noviembre.

María Elvira Ardila
25 de septiembre de 2018 - 02:00 a. m.
El peinado trenzado de la comunidad de Palenque, Bolívar, era diseñado como un mapa de fuga.  /  FLORA Ars + Natura
El peinado trenzado de la comunidad de Palenque, Bolívar, era diseñado como un mapa de fuga. / FLORA Ars + Natura
Foto: LISA PALOMINO G..

Al igual que el demiurgo, Devis inventa su propia geografía, una ciudad, una provincia, un territorio colmado de subjetividades disidentes que subvierten las rutas y los mapas establecidos. Su trazo cartográfico me evoca Del rigor en la ciencia, un cuento corto de Jorge Luis Borges que gira en torno a la relación de mapa-territorio: “En aquel imperio, el arte de la cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba toda una ciudad, y el mapa del imperio, toda una provincia…” La artista no tiene miedo de crear un mapa singular y ficticio, que en sí mismo no conduce a ningún lado, tal vez devenga en una cartografía para recorrer caminos que se bifurcan en busca de la libertad que cada ser añora.

Su viaje por este gran dibujo comenzó en los Llanos Orientales, cuando tuvo un hallazgo preocupante de 13 tortugas galápagos y chalapas muertas. Las razones de su deceso son de diversa índole, desde las inundaciones y las sequías hasta el cambio climático. Pidió a Corporinoquia que la dejaran tener los caparazones, pues intuitivamente sabía que en estos podría encontrar una manera de hallar una ruta de escape para las tortugas.

En ese momento, la artista había ganado una de las becas de residentes de la escuela Flora Ars Natura, en Bogotá. Allí auscultó y dibujó con una lupa las bóvedas invisibles de los caparazones y encontró una serie de huellas que visibilizó como un oráculo. Hizo cortes, tal vez inmortalizando a los animales, y comenzó a dibujar cientos de horas; primero en un espacio similar a una vitrina donde cualquier transeúnte podía ver a la artista dibujando. La mujer tortuga era el título de este trabajo, donde literalmente Devis hizo una metamorfosis con el animal: “He descubierto posiciones en mi cuerpo que desconocía para poder adaptarme a sus formas, he compartido la lentitud, el paso del tiempo y la paciencia. La carga de estos animales ahora la veo como recorridos por la topografía colombiana desde la mirada y el cuerpo de la tortuga, pero también desde mi mirada y mi cuerpo”.

El dibujo se despliega en posibles rutas hacia algo desconocido, donde no existe el tiempo. Se preguntó dónde se podría expandir el dibujo, la respuesta del oráculo fue en su cabeza, en su cabellera. Le pidió a una amiga chocoana, afrodescendiente, que viera los territorios hallados, y las dos encontraron la similitud de los dibujos y los fragmentos de los caparazones con los mapas de fuga de la comunidad afro, en los cuales se codificaban en los peinados de las mujeres patrones no verbales y geográficos con los que señalaban las rutas de escape. Esta relación la condujo a un viaje por San Basilio de Palenque, el primer pueblo emancipado de América, que fue fundado por esclavos fugados principalmente de Cartagena en el siglo XVI. Observó la manera en que las niñas del pueblo saben tejer y reconocen las trenzas como una metáfora de libertad, conocen también que esas rutas de los antiguos esclavos eran patrones codificados en sus peinados para escapar de la esclavitud.

Este encuentro le dio señales para indagar su propia ruta y fue un proceso de aprendizaje para mutar y generar sus propias cartografías. Hizo trenzar su pelo con las rutas encontradas en los caparazones, que eran únicas como sus huellas dactilares. Su pelo contenía también códigos encriptados que hablaban de identidad, resistencia e identidad. En ese momento encontró sus propias gramáticas. Así empezó a traducir y transferir esos patrones a un alfabeto inventado por ella. Empezó a conjugar los códigos descubiertos con verbos como dibujar, expandir y resistir para realizar un dibujo que se asemeja a un tejido minucioso y paciente, donde el cuerpo es un conductor performático.

En sus huellas dactilares localizó una topografía que se vincula con la geografía y con su ADN. “Encontré mi huella dactilar y busqué todos los patrones que constituyen una huella para luego verificar que sus nombres eran topográficos y tenían similitudes con los nombres de los peinados trenzados. Hice una traducción de todos los patrones dactilares en dibujos, deteniéndome en el significado de la descripción que se hace de cada uno. Me imaginé recorriendo un paisaje que también era y sigue siendo personal, un universo imaginario que describe la complejidad no solo mía sino de cada individuo”, afirma la artista.

El dibujo se transformó en una gráfica expandida, los dibujos mutaron a una serie de sellos con estos códigos. La impresión en el papel es similar a la de un monotipo, la artista imprime y repite. Deja aflorar su inconsciente sobre el papel, no hay una ruta a seguir, permite que las líneas de fuga generen diversas narrativas que se instauran en el infinito. Realiza una serie de gestos, los renueva, construye una cartografía propia con señales de fuga, escrituras y perspectivas diferentes.

El mapa trazado por la artista es inquietante, pues los sitios que se hallan se asemejan a campos sembrados de trigo, ciénagas, bosques, montañas, valles. A veces parecen un mapa biológico, con miles de células flotando y sin embargo todo es ficción, es un simulacro. Tal vez allí se esconde una nueva ruta para que las tortugas sobrevivan, los emigrantes encuentren un lugar y el ser humano sea consciente de su entorno.

Hay trayectos que no llevan a ningún lado; es un territorio propio desconocido donde nacen nuevas historias, en las cuales no se excluye a la otredad y se reconoce un pedazo de tierra propia. Es un territorio con una singularidad femenina, poética en el que puede entrar quien lo dese y hacer una ruptura con las estratificaciones dominantes.

Lo más importante en Infinito, es que la artista construye una cartografía del deseo para ser libres, que puede ser individual o colectiva. Es decir, una fuerza creativa que se contrapone a la pulsión de muerte. Al observar este gran dibujo reconocemos el territorio del país o de nuestro propio cuerpo. A veces, se muestran rutas insondables, peligrosas, y otras en las que encontramos lo que podría ser un campo de maíz o una conjunción de células del cuerpo que hablan de un impulso de emancipación. Allí está la singularidad de nuestra propia experiencia, la afirmación, la invención que otorga el estar vivo. La mujer tortuga, ese ser mítico que se mudó al fondo marino junto a las algas y los corales y que enderezó su caparazón, es capaz de inventar otros mundos y estrategias para fundar nuevos territorios, otros espacios de vida y de afecto. Esa mujer que propone una búsqueda de salidas del mundo actual con sus guerras y maniqueos propios de gamonales y dictadores de los países sin salida.

Por María Elvira Ardila

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