La tarde de comienzos de los 80 en la que Bob Kane vio el cartel de El Resplandor pegado a una pared, vio a su Guasón allí, no a Jack Nicholson, y menos, a Jack Torrance, el personaje que había salido de un libro de Stephen King para aterrorizar a cientos de miles de espectadores meses antes. Lo vio, lo imaginó, llegó a su casa, esbozó un dibujo y al día siguiente consiguió el cartel para pintarle el pelo de verde, los labios muy rojos, y la piel muy blanca. Nicholson era el guasón. El Joker. Tenía que serlo alguna vez. Por eso, tiempo después, cuando comenzó a trabajar con Tim Burton para revivir a Batman, le sugirió que llamara a Jack Nicholson. Que él era el guasón, y el guasón era él.
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Cuando se citaron con Nicholson, les dijo que lo iba a pensar. Días más tarde, envió su larga lista de exigencias. Cuatro millones de dólares por la película y un porcentaje en lo que recaudara. Que su nombre apareciera primero que el de Michael Keaton, Batman, y que los horarios de grabación fueran consultados con él. Burton y Kane le dijeron que sí a todo. Entonces empezó a escribirse la historia. Nicholson se apropió del Guasón, como lo había hecho antes con Jack Torrance y con J. J. "Jake" Gittes (Chinatown), dos de sus interpretaciones más impactantes hasta el momento. Fue el Guasón. Le dio sus gestos, su voz, su sonrisa, su ambición.
Le insufló su “insípido humor”, como diría con el tiempo, consciente de que no podía haber un Guasón sin humor, sin la burla hiriente, sin la risa-venganza que tenía que surgir de un hombre que pretendía destruir al mundo, porque el mundo lo había destruido a él. El Guasón creado por Jack Nicholson era mucho más que un simple villano que veía la vida en blanco y negro, en bien y mal. Era un personaje salido de las cloacas, hecho a la medida de las cloacas, con los elementos de las cloacas, pero también, un humano repleto de resentimientos. El Guasón no había nacido siendo Guasón, no había nacido con su macabra sonrisa ni con su “humor insípido”.
Nicholson tampoco nació de quien creyó durante 37 años, ni su madre fue su madre, si su abuela, su abuela. En 1974, poco después de que se estrenara Chinatown, un periodista de The Time Magazine investigó su pasado y descubrió, ante el asombro de tantos y tantos, que Jack Nicholson era hijo de su hermana mayor, June, quien acababa de cumplir 17 años cuando lo tuvo. Su padre era cualquiera. Todos y ninguno. Un anónimo sin nombre ni rostro, sin pasado ni futuro ni parientes. Un don Nadie. Por eso, su abuela se hizo cargo del bebé, y cuando el bebé fue niño, adolescente, mayor de edad y adulto, siguió diciendo y escribiendo en sus documentos que ella era su madre.
“Fue un momento bastante dramático, pero no lo que llamaría traumático”, diría varios años más tarde. “Después de todo, cuando descubrí quién era mi madre ya era maduro psicológicamente. De hecho, me aclaró muchas cosas. Si sentí algo fue, sobre todo, agradecimiento”, agregaría. A comienzos de los 90, cuando Nicholson ya era Jack Nicholson con todas las letras, el mito y el honor, con reiteradas nominaciones a los Óscar y su vida hecha mito, una biografía, “La vida de Jack”, reseñaba que sus posibles padres habían sido Eddie King o Don Furcillo-Rose. El primero, un actor de segunda, ocasional amante de su hermana. El segundo, un cantante olvidado que se adjudicó su paternidad.
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Nicholson no quiso hacerse ninguna prueba y cerró de un portazo el tema. Ni le afectaba ni le importaba su padre, o eso decía. Continuó con su vida, marcando la historia del cine con su peculiar manera de ser y de actuar, “Atrapado sin salida” en el cine, metido, de alguna manera, en un mundo que lo condenaba y al tiempo lo liberaba. Enloquecer era un acto de dramaturgia, un llamado mágico que en Nicholson saltaba de las pantallas de cine a la vida real y se devolvía a las pantallas, como si la locura fuera un anhelo para él, un sueño que jamás consiguió, muy a pesar de que su personificación de Randie Patrick “Mac” McMurphy lo convirtió en uno de los “locos” predilectos de la sociedad en los 70.
Años atrás, a mediados de 2008, en una entrevista para El País de España, con tres Óscares en su haber, más de 70 películas y 50 años de trabajo, casi la mitad de la historia del cine, como aseguró, dijo que “Lo que pasa es que el paso del tiempo te afecta, te mina ciertas capacidades. No puedes elegirlo. No es que yo haya empeorado, es que la vida me ha arrebatado cosas y justo por eso, he mejorado otras. No quiero resultar tópico, pero soy algo camaleón. Lo que ustedes vean de mí en las películas no es lo que yo soy. Mi vida me sirve para el trabajo, pero no es mi vida la que reflejan los personajes que hago. La gente no debe conocer la verdadera naturaleza de los actores, si creen que te conocen es peor para tu trabajo, debes desactuar, hacer lo que yo defino como unjack, deshacerme de Jack”.
Él se deshizo de sí en sus personajes, aunque para gran parte del público, sus personajes parecieran él. Con el Jóker, pese a que el Jóker fuera una absoluta ficción, ficción de la ficción, Nicholson fue Nicholson, y al mismo tiempo, el Joker, un tipo necesariamente frío para que lo abordaran las emociones y para poder calcular sus siguientes pasos, y al mismo tiempo, un loco llevado por sus pulsiones y capaz de actuar según esas pulsiones. Como dijo Stanely Kubrick antes de elegirlo para El Resplandor, “Todo acerca de Jack es perfecto para este papel: su expresión, incluso la forma en que camina. No necesita nada extra para interpretarlo. Ya está todo dentro de él”.