James Joyce: más allá de leerlo
Volver al escritor irlandés, que falleció hace 79 años, es revivir el debate sobre las lecturas canónicas, sobre la importancia de conocer Ulises. Más que un imperativo, el debate podría centrarse en el legado que deja su obra.
Andrés Osorio Guillott
A Joyce no hay que leerlo únicamente por el Ulises. Se puede decir que esa es su obra cumbre si acudimos a una verdad por consenso. Sin embargo, al irlandés lo podemos leer por Dublineses, por El retrato del artista adolescente o por Música de cámara. Todos son, también, una parte de Ulises y, a su vez, un decir de Joyce.
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A Joyce no hay que leerlo únicamente por el Ulises. Se puede decir que esa es su obra cumbre si acudimos a una verdad por consenso. Sin embargo, al irlandés lo podemos leer por Dublineses, por El retrato del artista adolescente o por Música de cámara. Todos son, también, una parte de Ulises y, a su vez, un decir de Joyce.
El debate con Ulises es el mismo que se da con cualquier libro considerado como canónico. Y las reflexiones de los que se proclaman eruditos y de los que se proclaman y titulan académicos van desde una lectura obligatoria de la mejor novela del siglo XX por la reivindicación de la literatura europea contemporánea hasta el reconocimiento de que no leer los llamados textos canónicos no implica una inferioridad intelectual o de clase.
Lo cierto es que es válido no sentirnos obligados a leer. Por obligación es que desde el colegio muchos tuvimos miedo de volver a leer a García Márquez, a Kafka, a Jorge Isaacs o a Jorge Luis Borges. Inclusive por obligación es que sentimos tedio cada vez que escuchamos que los pequeños de la familia deben comprar el Cantar del Mío Cid o los Diálogos de Platón.
Leer a Joyce es peregrinar a Dublín e imaginarse la capital de Irlanda a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX. Llegar a sus relatos oníricos, incoherentes o no lineales es imaginarlo en el eterno presente que defendió mientras escribía por largas jornadas en los cuartos que habitó en París, Zurich o Trieste.
Con Ulises se aseguró la inmortalidad. Él mismo la mencionó con algo de ironía al decir que los acertijos y enigmas de la novela asegurarían que los críticos tardaran siglos en entenderlos. Y bien o mal lo logró, pues justamente son los académicos quienes retornan de vez en cuando al debate y la reflexión sobre el legado que deja Ulises en la teoría literaria y en el bagaje cultural del ser humano.
Una novela de vanguardia. Una novela con un lenguaje novedoso para su época, específico y creacionista y, a su vez, realista. Una narrativa alimentada por un carácter onírico, influenciada por La Odisea de Homero y por los versos de William Shakespeare. Una obra inspirada en Dublín y en una vida que carece de lógica, que se contrapone a lo lineal del tiempo para perder todo sentido y obviedad en los días que no se conectan unos con otros, sino que constituyen memorias diversas y relatos polifónicos que carecen de hilaridad y dan la impresión de asistir a una realidad caótica y sin fundamento.
Fragmentos que nos recuerdan a Cortázar y su juego con el lenguaje, que nos hace pensar que la literatura es un universo, y por universo puede ser infinito y enigmático, que en ella el lenguaje se puede reinventar y que esas reinvenciones están sujetas a las críticas de los normativos.
“Sus labios labiaron y boquearon labios de aire sin carne: boca para el vientre de ella. Entre, omnienventrador antro”, es uno de los fragmentos de Ulises, de esa novela trivial que logró que un día se hiciera, de nuevo, su eterno presente, pues aquel 16 de julio de 1904 sigue siendo la representación de muchos días, de muchas lucubraciones y de muchos pasos dados por una Dublín que asiste a un auge nacionalista que no gustaba en el autor y que por esa y otras razones decidió migrar, hecho que serviría para poder publicar esa novela realista que por sus detalles de la cotidianidad, que van hasta la intimidad misma, llegó a ser censurada y señalada de inapropiada y obscena para los lectores en occidente. De no ser por la admiración de Sylvia Beach, directora de Shakespeare & Company, Ulises no habría llegado pronto a feliz puerto en 1922, año en el que se publicó el libro.
Aunque Finnegan's wake fue la última novela de James Joyce, la cúspide y la reunión de una vida y una obra fue Ulises. Deconstruir esta novela es encontrar los personajes de El retrato del artista adolescente, es encontrar los pasajes que se menciona en Dublineses, es hallar a grandes rasgos la estructura de La Odisea. La vida resumida en un día de Leopold Bloom, de Mary Bloom y de Stephen Dedalus fue una convicción de años, que en su proceso creativo tardó alrededor de siete, y que desde su publicación ha logrado confundir, descrestar y decepcionar a sus lectores. Y al final, de eso se trata, pues aunque la literatura sea buscada para hallar esperanza y fantasía, esta no deja de ser humana, y por humana puede ser vista como necesaria, insuficiente, errada, legendaria, épica, deslumbrante, aburrida y demás adjetivos que se le quieran agregar según la experiencia y las ideas de quien asume la responsabilidad de cargar un libro en sus manos.