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Javier Moyano: “Nos interesa más pasar el tiempo que vivirlo”

El poeta bogotano (colectivo de escritores) presenta en su libro “La rabia, piedra, papel y gasolina” varios versos sobre la ira, la frustración, la venganza y demás emociones que definen lo que somos como especie.

Andrés Osorio Guillot

01 de marzo de 2020 - 02:22 p. m.
Javier Moyano fue el fundador de Rabiarte, colectivo de escritores en Bogotá. / Cortesía
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Javier Moyano hace de la poesía un lugar para develar lo que hemos prohibido por miedo a ser señalados, ha hecho de la poesía un micrófono y un búnker para hablar de lo que sentenciamos en la superficie, de lo que es visto como negativo. Negar las pasiones “negativas” es negar nuestra condición, nuestros padeceres y nuestras reacciones.

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El título mismo del libro ya sugiere que encontraremos una exaltación de la rabia, de una emoción “negativa”. ¿Cree usted que hemos satanizado las emociones “negativas”? O más que satanizarlas, ¿cree que hemos olvidado que este tipo de manifestaciones también son necesarias para desahogar o expulsar frustraciones?

La sociedad del falso consumo ha instaurado imaginarios erróneos de lo que somos como especie, el poder disfrazado de diferentes formas siempre ha estado interesado en el automatismo, en la anulación sistemática de la individualidad y con ello las emociones han sido clasificadas de tal forma que las cárceles del sentir nos atraviesan en cada esfera de nuestra interacción, la rabia tiene una estrecha relación con el inconformismo y ello es “peligroso”, para los intereses de la dictadura de la productividad, por eso considero que la gente más que olvidar sus emociones, tiene un profundo miedo a desencajar, ser señalado y separado del rebaño.

¿Qué tanto lo abruma la cotidianidad y todo lo que pasa como algo normal en el diario vivir? Se siente una especie de hastío frente a este tema.

Creo que cualquier homo sapiens de nuestro tiempo debería sentir desolación con la cotidianidad que nos vendieron como normal, la vulgar desigualdad que se acepta como fruto del esfuerzo, el desprecio por los animales, la naturaleza y la vida misma es un gran fracaso después de cien mil años de evolución.

En uno de los poemas usted ofrece varias definiciones de la vida asociadas con el cine. ¿Qué tanto puede cambiar la percepción sobre lo que es la existencia cuando estamos tan cercanos al arte? ¿En qué momento nuestra vida se vuelve una especie de tragicomedia?

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El mundo que sobrevivimos es el mundo que construimos en nuestro cerebro, de tal forma como lo nutrimos de estímulos externos determinará sus límites, incluso tiempo y espacio son construcciones que pueden ser moldeadas por cada uno, el arte más allá de definición o clasificación es un abono potente para nuestra percepción. La vida siempre ha sido una tragicomedia con un final conocido por todos.

Stanley Kubrick, Oscar Wilde y Friedrich Nietzsche en un mismo poema. ¿Qué otros referentes tiene como lector?

Siempre gusté leer anónimos, buena parte de mi biblioteca personal está llena de libros de escritores sin renombre, de esos silenciosos que nunca venderán un millón de copias y seguramente se las tiene que ver con las cuentas por pagar a final de mes; el cine ha sido una amante con la que procuramos buenos ratos y ningún compromiso, aunque siendo honesto, mi mayor referente siempre ha sido la música, bajo el signo sagrado de la melodía pasa buena parte de mis días, encuentro una fascinación por el exorcismo del silencio.

Otro de los poemas habla sobre las cicatrices. De alguna forma rememoré a Piedad Bonnett sobre la idea de “las costuras de la memoria”. ¿Son más los dolores los que habitan en los recuerdos?

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Las cicatrices del cuerpo o de la memoria son en el más puro sentido marcas de nuestro tránsito, de tal forma que cada quien les da el valor que considere; en mi caso, la mayoría son embarcación y faro, pasado que me acompaña y no miente.

El poema “9-11” cuestiona al que llaman terrorista. ¿Qué opina usted de ese lenguaje que tergiversa la realidad y que se ancla a las ideologías políticas?

Los mayores culpables de la desigualdad mundial siempre han utilizado palabras como sellos incriminadores, marcas que intentan homogenizar a la oveja que no cumple sus designios, los ismos son una pandemia.

¿Cree usted que hay más ego que orgullo en los que se llaman poetas, artistas, filósofos o pensadores? ¿No es el conocimiento una virtud que requiere humildad y no ese exceso de ego?

Quien se considera superior por su quehacer no es más que un bicho despreciable en busca de atención. En este país existen más poetas que poemas, somos lo que somos y eso debería bastar. Este mundo necesita honestidad brutal y menos pechos hinchados de glorias individuales, que como todo, pasará tarde o temprano a los anaqueles del olvido.

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Para finalizar... ¿qué piensa del tiempo, del silencio, de la incapacidad de esta generación para cultivar el aburrimiento y considerar el entretenimiento como un espacio para lo “light” y lo que no exige mayor creatividad?

En la actualidad parece que nos interesa más pasar el tiempo que vivir en nuestro propio tiempo, hemos sobrevalorado lo pasajero, necesitamos gente dispuesta a jugarse la partida con las cartas abiertas, a romper la dictadura del me gusta, a disgustar, a incomodar, a vivir cada puto día como si fuera el del Armagedón, a besar con los labios llenos de sangre y a gritar dos verdades aunque nos cuesten la vida.

Por Andrés Osorio Guillot

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