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El trabajo de más de 30 años es más que suficiente para saber que a Jesús Abad Colorado le ha preocupado siempre el país, ese país que no muchos se atreven a recorrer y a retratar, pues incluso arriesgó su vida en repetidas ocasiones con tal de dejar en la memoria y el archivo de Colombia las imágenes que muestran lo más terrible de la guerra, pero también la dignidad de quienes la padecieron y la resistieron a lo largo de los años.
Minutos antes a la charla que tuvo junto al poeta Juan Mosquera sobre “Medellín en imágenes”, en el marco de la Feria Cultura y Libros El Tesoro, el fotógrafo y periodista antioqueño nos atendió para hablar sobre este contexto en el que el miedo y la polarización parecen reinar en el país. Quizá pocas personas como él sean las adecuadas para preguntarles qué podemos hacer para bajar los ánimos y frenar la crispación que se terminó de desatar con el lamentable atentado al senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay.
Tanto en esta entrevista como en la charla, a Jesús Abad se le veía hablar con el ceño fruncido, no sé bien si era angustia o dolor, pero no hay día en que no sienta al país en su interior. “Yo acababa de salir de de una conferencia en Mosquera, iba en un taxi cuando en Caracol anunciaron que acababan de atentar contra la vida de Miguel Uribe Turbay. Cómo no se me van a aguar los ojos con una noticia así”, contaba Abad Colorado, que paso siguiente a reconocer lo trágico de este suceso, no deja de mencionar que no hay que olvidar tampoco que esa violencia no se ha detenido en contra de los líderes sociales y demás personas que buscan también otro país en las comunidades y zonas apartadas de Colombia.
Mucha gente dice: “Nos estamos devolviendo 30, 40 años”. ¿Usted lo ve así? ¿Qué opina?
Las estadísticas de la violencia de los años 90 o de comienzos del 2000 y las de hoy, digamos, son muy distintas. No tenemos ese nivel de violencia de esos años, lo que no significa que no haya peligro y que no haya riesgos. A través de las redes sociales y de los micrófonos de muchos líderes, sí hay una sensación de que la fuerza pública no está actuando, de que la criminalidad está ganando terreno en muchos lugares. Y medianamente es cierto. Para mí, como periodista, ir a terreno hoy es más complicado en muchos lugares del país. Hay unos lugares del país donde hoy es mucho más difícil que uno, como periodista, vaya, por la proliferación de grupos, porque no hay, digamos, una unificación de mandos. Grupos que se están lucrando de las rentas criminales de esas regiones y, por lo tanto, si no hay un direccionamiento político de esas organizaciones —como eran en el pasado las FARC o las AUC—, cualquier persona en un municipio X es un comandante y hace y determina sobre la vida de quienes van a trabajar. Es un peligro para nosotros.
Pero volviendo al tema de lo que pasó en los últimos días, pues sí deja una sensación. Una cosa es que en nuestro país el asesinato de líderes sociales y las amenazas en las regiones se han multiplicado. Hay una sensación perversa. Antes de la presidencia de Gustavo Petro, muchas personas denunciábamos continuamente el asesinato de líderes o de firmantes del acuerdo de paz. Hoy eso sigue sucediendo, pero no se hace la misma presión sobre el gobierno, porque muchos de los que también hacían ese trabajo, ahora trabajan con el gobierno. Pero además, los que no trabajamos con el gobierno y hablamos sobre esas situaciones, nos encontramos con gente poco informada, sin contexto sobre la historia del país.
A mí hay gente que, cuando denuncio la muerte de alguna persona en una región, me dice —y ahí es donde uno entiende la mediocridad de muchos de quienes hoy utilizan las redes sociales para proteger al gobierno—: “¿Y por qué no denunciabas en otros gobiernos?”. Y yo digo: al contrario, en este hemos guardado mucho más silencio. Y eso da tristeza, da dolor, porque esas muertes de líderes y personas en las regiones no tienen el mismo eco hoy que hace cuatro años o seis años.
Yo he sido activista, pero de la defensa de los derechos humanos. Yo no he sido activista de un grupo político, ni de derecha ni de izquierda. Claro, todos nos quieren matricular a favor o en contra. Y nuestra misión es muy clara. A mí me molesta escuchar a un presidente tratando a la prensa —incluyendo a El Tiempo o El Espectador, claro que pertenecen a grupos económicos—, pero en esos medios existen periodistas con la libertad y con la independencia que se la han ganado a punta de trabajo, y haciéndolo a pie y con la gente, independientemente de cualquier poder. Y obviamente eso te lo está diciendo alguien que hace 24 años no trabaja en ningún medio de comunicación.
¿Cree usted que en momentos así es donde se reafirma la importancia de hablar de memoria?
Es que ahí podríamos dedicarnos a hablar mucho, pero te lo dice alguien, o te lo digo yo, que he visto el daño que causa a nuestra sociedad no solamente las acciones armadas de grupos legales e ilegales, sino la corrupción política, que no tiene color, que no tiene partido. También tenía esperanzas, obviamente, en este gobierno, y termina uno entendiendo que quienes entran a gobernar no honran su palabra ni su compromiso de entender que tan sagrada es la vida como tan sagrados son los recursos públicos. Y, obviamente, hay violencias que matan a tiros y otras que matan en silencio, que son las de la corrupción. Y de eso no está exento tampoco este gobierno.
Entonces ahí es donde uno entiende el papel de la memoria en clave de futuro, no un papel de la memoria en clave de venganzas, en clave de odios. Porque ahí sí la gente es sesgada. Y los periodistas, así fuéramos ciegos, tenemos que ver con el corazón, tenemos que ver con la razón. Y nuestro ejercicio no puede estar en función de un liderazgo político, de unos líderes políticos que lo que hacen es daño a un proyecto de sociedad y democracia. Que utilizan el poder, o han utilizado el poder, para beneficio de sus pequeños grupos o familias. Y no entienden la política como un servicio a la sociedad.
Ahí es donde uno entiende, digamos, la madurez de las democracias y la importancia de un periodismo que nos haga mirarnos en eso que llamo el espejo. Ese espejo roto no es solamente para hablar de la violencia de los demás, sino de las propias. Y lo que hacemos los periodistas es juntar los fragmentos de nuestra historia para que podamos mirarnos en ella.
Cuando yo te planteo, y cuando le digo a la gente: es una memoria en clave de futuro. Te pongo un ejemplo: muchas de mis fotografías son usadas de forma irrespetuosa conmigo, sin autorización, y de forma irresponsable por personas que lo que quieren es sembrar odios para señalar a los otros y la violencia de los otros. Y no hablan de las violencias propias, de acuerdo a sus conveniencias políticas.
Va a ser muy difícil que emprendamos eso que la Comisión de la Verdad nos invitó, y era construir, digamos, una paz grande. ¿No es cierto? En donde todos asumamos esa responsabilidad que hay en las múltiples violencias. O sea, una paz en donde entendamos la responsabilidad que tenemos con nuevas generaciones. No solo para hablar de lo que causamos desde el Estado, desde la insurgencia, desde las complicidades empresariales, la gente de derecha o izquierda. Para decir: este tipo de sociedad en donde unos secuestraron, otros desaparecieron, otros destruyeron, otros saquearon, otros despojaron con un interés sobre la tierra de nuestros campesinos —que han sido los grandes perdedores de todas las violencias.
¿Cómo seguirle apostando a la paz?
Yo creo que ahí toca hacer un proceso pedagógico muy importante con la gente. A través de mi trabajo fotográfico he tratado de hacerlo, y sé que muchas otras personas también lo hacen desde otras experiencias. En mi caso, he utilizado la fotografía y la palabra como herramientas pedagógicas para contarle a la gente quiénes son los protagonistas reales de esas historias. Esos protagonistas han sido siempre quienes han pagado las consecuencias de la violencia: los reclutados, los despojados de la tierra, los desplazados.
Siempre intento volver a esos lugares para encontrarme con ellos, con los que no son los titulares de prensa ni los que salen en las noticias. Gente que, muchas veces en silencio —como lo hizo mi propia familia, víctima en los años 60—, volvió a levantarse. Porque el sueño de un padre o una madre es que sus hijos no repitan esos episodios de violencia. Por eso me parece tan importante buscar a los protagonistas de los noventa, del 2000... Uno no quisiera que esa gente tuviera que vivir lo mismo otra vez.
Yo pude haber tirado la toalla hace muchos años, afectado emocionalmente por los dolores que he visto. Pero cuando yo he podido documentar, inclusive no solamente a las víctimas, sino también a veces a quienes han sido victimarios armados, encuentro que muchos de ellos llegaron al conflicto porque primero fueron también, a veces, víctimas. Y cuando esas personas tienen la posibilidad de vivir un proceso de paz serio, con acompañamiento del Estado colombiano —a través de un ministerio, de una alcaldía o de una gobernación—, y la gente tiene la posibilidad de estudiar, yo me he encontrado con personas en ese ejercicio, en proyectos de vida completamente distintos. Los he visto aprendiendo a leer y a escribir, a personas de más de 50 años. Claro que se convierten en niños frente a una plana, o dándole color y forma a unos dibujos que ellos mismos disfrutan. Entonces hay gente que en nuestro país, claro, con todas esas desigualdades e injusticias, por distintas circunstancias, terminan en la guerra. Yo le pido mucha más responsabilidad a quienes nos han gobernado.
He visto niños que huyeron en brazos de sus padres por culpa de la violencia, y hoy los encuentro convertidos en jóvenes que siguen soñando. La vida continúa, a pesar de todo. Pero también persisten factores de violencia, porque aquí hay gente que se lucra de la guerra, que compra tierra a precio bajo, que negocia con la vida de los demás desde el narcotráfico. Y los grandes narcotraficantes no son los que raspan la hoja de coca, eso es claro. El negocio de la droga es una multinacional del crimen. Y siempre pagan los mismos.
¿Cómo le bajamos el ruido al odio que se siente en el ambiente? ¿Cómo dialogamos? ¿Cómo nos calmamos un poco?
Creo en el periodismo y en el papel que podemos jugar desde los medios y los micrófonos. Y yo creo que estamos llamados a jugar un papel de claridad, de seguir caminando, contando la historia, dándole nombre a la gente, utilizando bien las redes sociales, no atizando.
Para caminar el territorio se necesita mucha valentía, corazón y mucha conciencia para ser testigo de lo que hemos sido testigos los periodistas. Y no me estoy poniendo por encima de nadie, estoy diciendo que en nuestro país los periodistas hemos sido testigos de muchas vejaciones, de muchas humillaciones. Y por eso la invitación a seguir siendo testigos también, especialmente, de la dignidad, de la bondad, de la humanidad. De la ética y la estética con la que sembradores y jardineros, digamos, de nuestro país le siguen apostando a la vida. Y es para ellos y por ellos que la paz siempre va a ser una urgencia. Y es por ellos que tenemos que seguir caminando. Lo que ha pasado este año, lo que sucedió en Bogotá, obvio nos tiene que doler y sacudir a todos, por el papel que juega un candidato a la presidencia. Pero un líder, un presidente de acción comunal, una mujer líder y buscadora en el Huila, un maestro en el Chocó o en el Putumayo o en Arauca, son importantes para una vereda, para un corregimiento, para un municipio. Si nosotros entendiéramos eso, defenderíamos mucho más la vida de todos.
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