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Segundas oportunidades: lo que realmente nos transforma

La actriz y activista invita a pensar en las segundas oportunidades desde el amor, la solidaridad de la familia, el reconocimiento de la diversidad y las afinidades del parche o el barrio. Así lo hace en la Fundación Acción Interna, que ayuda a la población carcelaria.

Johana Bahamón

19 de julio de 2025 - 04:00 p. m.
Foto: Eder Leandro Rodríguez
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Siempre he creído en las segundas oportunidades, pero no solo como una frase inspiradora. Creo en ellas porque las he visto, las he sentido, vivido y acompañado. He sido testigo de momentos e historias, que cuando parecía que ya no había camino, decidieron volver a empezar porque creyeron y tuvieron una nueva oportunidad.

Y si hay algo que he aprendido, es que las segundas oportunidades no se construyen solas. Se sostienen en el amor de una comunidad, en la lealtad de un compañero, en el abrazo de una familia. A veces no es la sangre, sino los afectos lo que salva. A veces no es el sistema, sino los vínculos más simples: el vecino que te cree, la amiga que te espera, el hijo que no te suelta la mano y llevas incrustado en el alma y el corazón.

Los hombres y las mujeres que he conocido en las cárceles del país no necesitan lástima. Necesitan una red. Una red que no los juzgue y rechace por su pasado, sino que les recuerde que tienen derecho a un futuro, porque la verdadera libertad empieza cuando alguien te dice: yo sí creo en ti.

El barrio, el parche, la familia

No hay libertad posible si no hay quien te espere afuera. Quien te ayude a encontrar trabajo, a cuidar a tus hijos, a volver a confiar en ti misma. En las cárceles, lo primero que se rompe es el vínculo. Lo que hacemos desde la Fundación Acción Interna es intentar volver a tejerlo.

Y muchas veces ese tejido empieza por el entorno. En ese lugar donde creciste, donde jugaste, donde te equivocaste y donde, con suerte, aún hay alguien que recuerda quién eras antes del error. Una comunidad puede ser una segunda oportunidad.

He visto a mujeres salir de la cárcel y volver a la casa de su madre, o de su hermana, y desde ahí empezar de nuevo. No porque todo esté resuelto, sino porque tienen a alguien que les da un abrazo y les dice: aquí no se acaba la vida, ahora puedes volver a empezar.

De la tierrita con amor

Pensemos en los campesinos y campesinas de este país. Gente que ha perdido todo —la tierra, los cultivos, los seres queridos— y aun así vuelve a sembrar. Vuelve a confiar en la tierra, en el tiempo, en la vida. Esa es una segunda oportunidad y un ejemplo de resiliencia.

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He estado en pueblos donde una mujer cultiva café, mientras su hija estudia con orgullo. O donde un joven que fue reclutado a la fuerza hoy tiene una huerta comunitaria. Ahí también hay segundas oportunidades: en una panela, en una cosecha, en una feria rural donde se vende lo que antes se escondía.

Ellos no salen en los titulares, pero le dan sentido a este país. Son prueba viva de que volver a empezar también se hace con las botas sucias y el corazón limpio.

Colombia diversa: etnias, acentos y colores que nos definen

Una de las cosas más lindas que me ha regalado este camino es entender la diversidad de Colombia en carne propia. Cada cárcel a la que llego, cada región que visito, me muestra un país distinto y, al mismo tiempo, profundamente parecido en lo esencial.

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Las mujeres afro del Pacífico, las indígenas del Amazonas, las campesinas de nuestras montañas, las migrantes venezolanas… Todas tienen algo en común: su fortaleza y resiliencia.

Nuestro país no se puede transformar si no reconocemos esta diversidad, si no la abrazamos, si no la cuidamos. Las segundas oportunidades también pasan por ahí: por dejar de ver a la diferencia como amenaza, y empezar a verla como una riqueza que tenemos que acoger.

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Colombianas sin fronteras

Hay algo muy poderoso en las mujeres que, desde sus raíces, conquistan el mundo. Mujeres que cruzaron una frontera y que no olvidan de dónde vienen, que desde cualquier país siguen trabajando por sus familias, por su comunidad, por Colombia.

Mujeres colombianas que trabajan en el exterior y llevan décadas enviando remesas, sosteniendo hogares, contando historias de aquí con orgullo.

Algunas están privadas de la libertad en otros países, y aun así siguen siendo motor de vida para los suyos.

Ellas también merecen segundas oportunidades. No importa dónde estén, llevan a Colombia en el corazón, incluso en medio del exilio o la distancia.

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Cuando todo parece difícil, nos reímos

Algo que me conmueve profundamente es la capacidad que tenemos los colombianos para estar alegres, incluso en medio del caos. En las cárceles, donde todo es rígido y hostil, hay momentos de humor que son medicina y alegría para el alma. Una broma, una carcajada colectiva, un chiste que rompe la tensión.

El humor es una forma de sobrevivir. Es una respuesta al dolor, una defensa frente a la violencia. Reírse no es banal, es una forma de decir: a mí esto no me va a quebrar.

Jóvenes que no se rinden

Y no puedo terminar sin hablar de los jóvenes, esos que tienen hambre de futuro y pocas oportunidades reales, que sueñan en grande aunque el mundo les diga que no.

Hemos trabajado con muchísimos jóvenes en contextos difíciles: algunos han sido reclutados, otros crecieron sin escuela, sin papás, sin redes y, aun así, hacen música, emprenden, actúan, lideran. No se rinden, nos dan lecciones todos los días.

El futuro de Colombia está en ellos, pero no podemos seguir exigiéndoles que se salven solos, necesitan apoyo, recursos, espacios. Necesitan que el país crea en ellos, necesitan confianza y oportunidades.

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Las segundas oportunidades:

son un derecho y más.

Son una forma de ver la vida.

Una forma de decirle al otro y a nosotros mismos: siempre se puede volver a empezar.

Porque todos, en algún momento, hemos necesitado que alguien nos dé una segunda oportunidad.

Y qué alegría da cuando ese alguien… es Colombia.

Por Johana Bahamón

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