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John Galán: “Intento negar el olvido”

“Envío vers.o.s.” (Trazo Azul), libro que reúne la poesía escrita por el autor bogotano entre 1993 y 2018, habla del olvido, las ausencias y la cotidianidad.

Andrés Osorio Guillott

02 de abril de 2019 - 04:32 p. m.
John Galán estudió literatura en la Universidad Nacional. / Elizabeth Jiménez
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La primera impresión es que nada sobra. Todo en el espacio que ocupa su apartamento está perfectamente ubicado y todo aquello que resulte ajeno desentona con las formas, con ese orden específico del entorno. Y así mismo surge el lenguaje de John Galán, quien antepone silencios como quien calcula la palabra precisa, la palabra armónica a la idea que elude equívocos y vacíos que se traducen como vacíos.

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¿Qué sensaciones le suscita leer poesía?

Siento que es un tiempo excepcional. Es un tiempo que se sale de lo ordinario y que, en el mejor de los casos, permite que uno entre en una comunicación muy plena con alguien que, desde el otro lado de la página —y por experiencia propia lo sé— ha tenido que interiorizar, profundizar, elaborar, ahondar y explorar muy a fondo para llegar a plasmar lo que está en la página. En el mejor de los casos logro conectarme con el texto, celebrarlo, admirarlo. Creo que realmente es la excepción, porque en general diría que, sin parecer soberbio, el 95 % de lo que uno lee por poesía, desafortunadamente, porque no tiene la calidad o porque uno no es el lector indicado, pues no se da ese feliz milagro de confluir lector con autor del texto. Cuando ocurre me parece que es un momento luminoso, un momento muy nutritivo espiritualmente, artísticamente. Creo que la poesía nos da una visión, una luz que es difícil conseguir de otra manera. A pesar de que ese deslumbramiento no es exclusivo de la poesía, porque también uno se conmueve y se admira con una película, una danza, una música, la poesía sigue conservando como un lugar muy de privilegio en cuanto a que es la palabra quintaesenciada, la que usamos todos los días, la del comercio cotidiano, con la que abusamos, engañamos, conspiramos, comunicamos. En el ámbito de la poesía esa palabra entra en una dimensión de comunicación de una altísima rudeza, contundencia, profundidad.

¿Y al escribirla?

Ahí estoy en el otro momento. Un momento complementario, pero que si lo contrapongo con la luz de la que he hablado pues le opondría cierta sombra, cierta oscuridad, porque al momento de escribir la poesía es un momento a tientas, es una exploración que creo que uno nunca sabe a dónde va a ir a parar. Parto de algunos apuntes. Hay veces que tengo ciertas revelaciones, cosas que me llaman la atención y apunto en mis libretas, pero normalmente, cuando me siento a escribir poesía, es como en un segundo momento en el que me pongo a revisar esos diarios y algunas de esas notas emergen, me coquetean y me dicen “por aquí hay algo”. Es un trabajo en la oscuridad, a tientas. La página en blanco es una oscuridad, pero también es un trabajo emocionante, gratificante, difícil, arduo, pero que es gratificante en la medida en que haya exploración, persistencia, constancia; arroja frutos. Vale la pena por conseguir ese conocimiento. Yo parto de una intuición que la mayoría de las veces es muy vaga y solamente si me siento a enfrentarme conmigo mismo, con la memoria, con la imaginación, con esa meditación y concentración en la que uno está sumido al escribir los poemas, eso te permite desembocar en algo que no sospechabas y en esa medida es gratificante.

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Suele estar esa dualidad en la superficie de si es mejor escribir cuando se está completamente apaciguado o cuando uno está atravesado por las pasiones. ¿En qué estado se enfrentaba (se enfrenta) a la escritura?

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Creo que ambas facetas se entremezclan y se funden. Tanto sentirse uno impactado o pasar por una situación que te torna vulnerable, frágil o susceptible, que normalmente son esos estados los que muchas veces desencadenan la creación, la inspiración, que muchas veces es a partir de pérdidas, de dolores, de impactos negativos, muchas veces ese es el detonante, pero en medio de ese trabajo meditativo del que te hablo, yo creo que no todo el tiempo puede uno estar exacerbado, trastornado. Creo que se conjugan ambos estados. Conservar una emoción, un impacto que está ahí. Pero a la vez todo eso se tamiza, se decanta con ese trabajo meditativo, solitario, de tomar distancia. Estaría uno todo el tiempo sobre la herida y no. Tal vez la escritura te permite sublimar, pero en este caso yo diría que te permite tomar cierta distancia frente a experiencias o asuntos que son neurálgicos pero que, en la meditación, en el trabajo de larga elaboración, de larga paciencia, que yo creo que uno no debe estar presionado por el afán, se conjuga tanto lo que está muy ligado a lo emotivo y anímico con un trabajo profundo de meditación.

¿De dónde surge la idea de sacar algunas letras de las palabras?

Eso está presente desde el primer libro. No fue una ocurrencia mía sino un regalo de la realidad. El título del primer libro, que a su vez es el título de un poema (Almac n Ac sta), surge de una fotografía en la cual aparece el almacén de una amiga, creo que en Fómeque, que se llamaba el Almacén Acosta. En esa foto, que alguna vez la vi revisando álbumes, aparece la familia un día que estaban velando al papá. Ella aparece recostada, de luto, en el portón del almacén. El poema, que describe la escena, relata que hay alguien en la puerta, que a ese almacén por el paso del tiempo se le han caído algunas letras y aparece el cartel donde anunciaban el sepelio del papá de ella. Cuando vi esa foto me llamó poderosamente la atención y pedí prestada la imagen. La pegué en mi estudio, la tuve mucho tiempo ahí porque yo sentía que ahí había algo, una historia, un poema, había que explorar. En principio no es que se me ocurriera quitarles letras a las palabras. Fue la realidad que en un momento muy específico se conjugó en esta fotografía y me dio una pauta para crear ese poema. Eso que la realidad me dio, me lo dio porque estaba atento. Si no hubiera sido así hubiera pasado desapercibido. El poeta debe estar pilas, debe estar alerta. A partir de eso elaboré y me di cuenta que del tema mismo del poema, que es una pérdida, podía sacar un recurso expresivo muy poderoso como el de suprimir letras para denotar ausencias o pérdidas.

¿Cómo hablar del ir y venir de la memoria? ¿Cómo ahondar en el olvido?

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Entre esa dicotomía entre la memoria y la amnesia me la juego por la memoria. Intento negar el olvido sabiendo que en realidad el olvido es lo que seremos, como en el título de la novela de Abad Faciolince y del poema de Borges. Sabiendo que todo desaparecerá, que somos efímeros y fugaces, de todas maneras yo me la juego por la permanencia, por creer que hay modos de perdurar, de que perduren nuestras vivencias, nuestras creaciones, nuestra historia, nuestra memoria.

Por Andrés Osorio Guillott

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