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John Le Carré: de la mentira, el nacimiento de una virtud

El escritor británico que falleció el pasado 12 de diciembre basó su obra literaria en sus vivencias como espía y en los recuerdos no tan dichosos que tiene con su padre.

Andrés Osorio Guillott

14 de diciembre de 2020 - 08:58 p. m.
John Le Carré era el seudónimo de David John Moore Cornwell, escritor británico que basó buena parte de su obra literaria en sus vivencias como espía.
Foto: Agencia EFE
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Dijo John Le Carré en una entrevista para el portal XL Semanal: “Escribir no es una carrera de caballos. No creo que sea posible decir que alguien es mejor escritor que otro. El instinto de las profesiones artísticas es institucionalizarse, crear jerarquías. Ganar el Premio Nobel es acceder al Olimpo, llevarse el premio Booker es quedarse a mitad del Olimpo. Y me alegro mucho de haber dicho, desde el principio, que yo no iba a jugar a eso. Cuando me ofrecieron medallas, el título de Caballero, ese tipo de cosas, dije que no quería ser sir David, lord David ni el rey David. Ninguna de las tres”.

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Porque aceptó un arraigo por las instituciones y porque estuvo en una de alto prestigio como lo fue el servicio secreto británico -primero en el MI5 y luego en el MI6 en la época de la Guerra Fría-, seguramente terminó entendiendo que no toda obra y todo camino deben propender al premio y al altar. Un legado noble no depende siempre de las eternidades que ofrecen las estatuillas.

Su pasado ya daba todas la herramientas para hacer de sí mismo un personaje literario, o varios personajes, o rasgos de los que seguramente se nutrieron Bill Halton o el exagente George Smiley. Su carrera de agente secreto entre 1956 y 1964 -año en el que debió retirarse por la traición de Kim Philby al gobierno británico con el KGB (espionaje soviético)-, fueron repartidos en sus más de 25 novelas de espionaje.

“Un buen escritor no es experto en nada salvo en sí mismo. Y sobre ese tema, si es listo, cierra la boca”, dijo en Volando en círculos, libro en el que expone varias anécdotas de su vida, salvo de la época en que fue espía. De la clandestinidad que le dejó esa etapa de su vida aprendió a llevar una cotidianidad y un oficio bajo perfil. Así como se despojó de la tentación que puede ofrecer un premio, también se distanció de los micrófonos y de los reflectores. Sabía que era un autor leído a nivel mundial, pero el engaño que muchas veces sirvió para las misiones que le otorgó el servicio secreto británico lo blindó de mentirse a sí mismo. Y de los engaños y las mentiras aprendió desde pequeño con las artimañas de su padre, un estafador que tampoco tuvo piedad con él.

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“Un estafador con la cabeza llena de pájaros que entraba y salía de la cárcel, y que más adelante me llamaría por teléfono desde prisiones en el extranjero para suplicarme que le diese dinero”, de ese recuerdo, y de “La extraordinaria, insaciable, criminalidad de mi padre y la gente que lo rodeaba”, se construyeron las imágenes del que fuera el primer villano de su vida y que después pasarían a la creación de varios instantes en sus novelas. Y aunque poco hablara de él, esa ausencia de amor por su parte y esa ausencia también de una madre que lo abandona es que se dio ese apego a las instituciones, a esa figura extrapolada de familia y a esa búsqueda de paternidad en la patria, esa que quiso hasta que vio que estaba sumida en una polarización que se apodera del mundo en el siglo XXI, y que muestra dos extremos, un escenario que aborreció desde la misma Guerra Fría que expone en su narrativa y que vivió desde lo más adentro como agente secreto.

“Regla número uno de la Guerra Fría: nada, absolutamente nada, es lo que parece. Todos tienen una segunda intención, cuando no una tercera. ¿Un funcionario soviético propone abiertamente visitar con su esposa la casa de un diplomático occidental al que ni siquiera conoce? ¿Quién está intentando enredar a quién?”, escribió en Volando en círculos, sembrando la duda con la que tuvo que trabajar por varios años, y haciendo de la misma y de las verdades ocultas una pluma que supo ser grande siendo discreta, que hizo del recuerdo y la estratagema dos pilares esenciales para la imaginación y la literatura. De su vida y de su obra -que nos puede llevar por caminos tan distintos como los narrados por Ian Fleming o Graham Greene, o que nos puede devolver a vivencias similares como la de Franz Kafka y su padre-, quedan muchos interrogantes que pueden estar entre líneas, ocultos en las solapas de los trajes de sus criminales y sus agentes, y releer sus novelas será seguir develando la existencia de un hombre que hizo del dolor y la profesionalización de la mentira y el engaño una virtud que quedó transformada en literatura.

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