Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Jorge Luis Borges nos enseña los orígenes del tango

Se conmemoró el natalicio del escritor argentino. Fragmento de uno de los ensayos del libro “Jorge Luis Borges. El tango. Cuatro conferencias” (sello editorial Lumen, 2016). La Buenos Aires de 1880 y las raíces gauchas.

Jorge Luis Borges * / Especial para El Espectador

25 de agosto de 2025 - 01:00 p. m.
Jorge Luis Borges (izq.) junto a Edmundo Rivero y Astor Piazzolla. Borges es considerado uno de los mayores escritores de habla hispana. Fue poeta, cuentista y ensayista. Nació el 24 de agosto de 1899, en la capital de Argentina, y murió el 14 de junio de 1986, en Ginebra, Suiza.
Foto: Archivo Particular
PUBLICIDAD

¿Cómo era ese Buenos Aires de 1880? Mi madre ha cumplido 89 años, de suerte que algo recuerda de entonces. Yo conversé también con el doctor Adolfo Bioy, he hablado con mucha gente. Todos me dan una imagen análoga, que podría compendiarse diciendo que todo Buenos Aires era entonces barrio Sur. Y al decir barrio Sur estoy pensando, ante todo, en los alrededores del Parque Lezama, en lo que se llama San Telmo. Es decir, la ciudad era una ciudad dividida en manzanas. La mayoría de las casas, fuera de algunos palacetes en la avenida Alvear, eran bajas. Todas las casas tenían el mismo esquema, el que perdura aún, y espero perdurará, en la Sociedad Argentina de Escritores, de la calle México. Yo nací en una casa no más rica y no más pobre que la mayoría de las casas, en Tucumán y Suipacha. En esa casa se daba ese esquema del que he hablado, es decir: dos ventanas con barrotes de hierro, que correspondían a la sala, la puerta de calle, con llamador, el zaguán, la puerta cancel, dos patios, en el primer patio un aljibe, con una tortuga en el fondo para que purificara el agua, en el segundo patio, cortado por el comedor, una parra. Y eso era Buenos Aires. No había árboles en las calles. (¿Qué aprender de Jorge Luis Borges para ser mejor escritor? Lea este ensayo de Nelson Fredy Padilla).

Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar

En la Casa Witcomb tienen muchas fotografías de la época. Hay una, acaso algo anterior, una fotografía que da una idea de tedio, de monotonía provinciana, la fotografía de las “cinco esquinas”. Hacia… creo que antes de 1880, fue tomada desde una azotea, todas casas bajas, un café, un farol, creo que un changador en la esquina; porque en las esquinas había changadores, con una cuerda... No porque la gente se mudara, sino porque para cualquier mudanza de muebles en la casa, para cualquier tarea doméstica se llamaba al changador de la esquina. La ciudad era chica. Me dice mi madre que, por el norte, concluía en la calle Pueyrredón, que se llamaba Centroamérica entonces. Había una línea del ferrocarril que iba del Retiro hasta el Once. Y luego, ya del otro lado de Centroamérica, empezaba una zona un poco vaga de terrain vague, como se dice en francés, en la que había ranchos, gente que andaba a caballo, alguna quinta, hornos de ladrillos y una gran laguna, llamada la Laguna de Guadalupe. Antes, las lagunas estaban más cerca. Mi abuelo vio ahogarse un caballo en la plaza Vicente López… Los vecinos no pudieron salvarlo. La plaza se llamaba “Hueco de las cabecitas”, porque en Las Heras y Pueyrredón estaban los corrales del norte. Luego había los corrales del oeste, en la plaza del Once, y los corrales por excelencia, los mencionados por Echeverría en El matadero, situados a pocas cuadras de aquí, en la plaza España, y luego situados en el Parque de los Patricios. Uno de los primeros recuerdos de mi madre es una de las dos grandes playas de carretas que había en la ciudad: la que ella vio estaba en la plaza del Once. Ahí llegaban las carretas de Haedo, de Morón, de Merlo, de los pueblos del oeste. Y había otra playa de carretas, de la que he visto fotografías también, situada aquí mismo, en Constitución.

Read more!

De suerte que tenemos una ciudad de casas bajas, una ciudad provinciana. El doctor Bioy me dijo que él recordaba una época en la cual se sabía, digamos… en la cual él conocía qué familia vivía en cada casa, de cada cuadra. Esto puede ser un poco exagerado, o puede limitarse a algunos barrios. Me habló, por ejemplo, de una manzana, en la calle San José, en la que solo vivían negros. Yo, de chico, he alcanzado a ver más negros que ahora; ahora el negro ha desaparecido prácticamente. Los negros eran descendientes de los esclavos, tenían los mismos nombres de los dueños y mantuvieron —o sus descendientes mantuvieron, durante mucho tiempo— una relación cordial con los antiguos amos, ya que llevaban su nombre y eran parte de la familia. Además, a diferencia de lo que ocurrió en los Estados Unidos, aquí los negros en general no trabajaban en el campo; estaban limitados al servicio doméstico, y envejecían y morían en las casas de los patrones, un poco identificados con ellos. Luego va llegando la inmigración, y la población se transforma, y la ciudad va creciendo. Pero tenemos documentos de la época. Hay, por ejemplo, una novela, el Libro extraño, del doctor Sicardi, en la cual se narra, con alguna exageración romántica, el crecimiento del barrio de Almagro. Recuerdo una inundación del Maldonado descrita dramáticamente.

Read more!

Ahora, cuando yo era chico, ya la ciudad se había extendido. Hacia el norte, la ciudad concluía en el puente del Pacífico, en esa zanja que pasaba de la sequía a la inundación, el arroyo Maldonado, barrio de malevos criollos, y calabreses también. Mi madre recuerda una época en que el nombre de Barracas sugería lo que sugerirían después los nombres de Temperley, de Adrogué, de Flores, de Belgrano; es decir, era un barrio de quintas, sobre todo, la Calle Larga de Barracas, la actual avenida Montes de Oca, así como la Calle Larga de la Recoleta, la actual avenida Quintana.

Creo que ya tenemos un cuadro de la ciudad. Quiero indicar también que esa ciudad era todavía una ciudad jerárquica. Recuerdo haberle preguntado a un señor cómo se vestían los compadritos en su tiempo. Y me dijo: “Bueno, se vestían como nos vestimos todos ahora”, es decir, usaban saco y chambergo; no levita y sombrero de copa; desde luego, usaban pañuelo también. Pero, más o menos, todos ahora nos vestimos como los compadritos de antes. En cambio, en aquella época había una diferencia importante entre ser un señor y ser un compadrito u hombre del pueblo. Y, aunque el compadrito llegara a ganar dinero —esto podía hacerlo, bueno, mediante diversos oficios o también siendo guardaespaldas de político o siendo un elemento para atemorizar a los electores en las elecciones—, sin embargo seguía siendo un compadrito, es decir, un hombre de chambergo, de pañuelo, de saco ajustado, de pantalón campana o pantalón bombilla, de alpargatas, o de taco alto. Había una jerarquía entonces que se ha perdido ahora.

Vemos, pues, al Buenos Aires de entonces, ese Buenos Aires de casas bajas, sin árboles, con patios; un Buenos Aires con tranvías de caballos, tranvías que dejaban al pasajero no en la esquina, sino muchas veces en la puerta misma de su casa, y donde todo el mundo se conocía, todos eran parientes, o parientes de sus parientes. Existía, además, una hospitalidad que ha desaparecido ahora. Sé del caso de muchas personas que llegaban de las provincias o del Uruguay a instalarse, a vivir en Buenos Aires y al día siguiente recibían una fuente con empanadas, recibían dulce de leche; al cabo de uno o dos días devolvían esa fuente con otra golosina y pronto eran amigos de todos los vecinos del barrio. Ahora, en cambio, vivimos en casas de departamentos y podemos muy bien ignorar el nombre de nuestro vecino de arriba o de nuestro vecino de enfrente.

Ya tenemos la fecha, 1880, ya tenemos el lugar, Buenos Aires. Y ahora iremos a los lugares mismos del tango. ¿Cuál fue el origen de la palabra? A mí me suena a africana, o pseudoafricana, como la palabra “milonga”, también. Según Ventura Lynch, la milonga fue creada por los compadritos para burlarse de los candombes, de los negros, y se bailaba —nos dice en un libro suyo—, se bailaba en los casinos de baja estofa del Once y de Constitución. Y la bailaban los compadritos. En cambio, otras personas me han dicho que la milonga se bailó mucho después, que la milonga al principio fue simplemente una música y que se bailó por influjo del tango. Realmente no tengo elementos de juicio sobre este tema.

Vayamos a los lugares. Se ha repetido —y hay muchos films que han insistido en esto— que el tango es arrabalero, que el tango surge en el suburbio. Y el suburbio, desde luego, estaba entonces muy cerca del Centro. Pero los diálogos que yo he mantenido con gente de la época me han llevado, me han indicado todos que la palabra “arrabalero” ahí no tiene un sentido topográfico. Además, no se hablaba del arrabal, se hablaba de las orillas, y esas orillas eran no solo las orillas del agua, sino, sobre todo, las orillas de la tierra. Y las orillas típicas, las más características, eran las orillas de los corrales, de los corrales viejos, es decir, orillas de la tierra, del polvo, de troperos, y de lugares de diversión también para esa gente.

Entonces, ¿dónde surge el tango? Según todos, el tango surge en los mismos lugares en que surgiría, pocos años después, el jazz, en los Estados Unidos. Es decir, el tango sale de las “casas malas”. Ahora, esas casas estaban situadas en todos los barrios de la ciudad, pero había algunos barrios, digamos, especializados. Y esos fueron la calle del Temple, la calle que se llama hoy Viamonte, hacia 25 de Mayo o Paseo de Julio, como se decía entonces. Y después lo que se llamó “el barrio tenebroso”, es decir, Junín y Lavalle. Pero, además de eso, había esas casas desparramadas por toda la ciudad. Esas casas eran grandes, tenían patios, y se usaban, además, como lugares de reunión; es decir, había gente que frecuentaba esas casas para jugar a la baraja, para tomar un vaso de cerveza, para encontrarse con amigos. Esto yo lo he alcanzado [a ver] todavía en Palma de Mallorca, donde, cuando se buscaba a alguien y no se lo encontraba en los cafés, se lo buscaba en las tres o cuatro casas de ese tipo que había en Palma.

Hay un argumento, un argumento que viene a dar fuerza a esto que yo he dicho. Y ese argumento es el instrumental que se usó para el tango: los instrumentos. Y voy a recordar, ahora, a un amigo mío, un hombre ya viejo, que fue amigo de Evaristo Carriego. Evaristo Carriego solía a referirse a él y decía: “La noche que Marcelo del Mazo me descubrió”. Marcelo del Mazo publicó, por los años del Centenario, un libro titulado Los vencidos. Ese libro es un libro de cuentos, no cuentos en el sentido actual —creo que ahora en un cuento esperamos principio, medio y fin— sino más bien lo que llamaban “croquis” entonces. Pero al fin del libro había varios poemas, y uno de ellos, que creo poder recordar, se titula “Tríptico del tango”. Creo que corresponde al año 1908. Y dice así… Recuerdo el primer poema, titulado “Bailarines de tango”.

No ad for you

Cuando el ritmo de aquel tango les marcó un compás de espera

como sierpes animadas por un vaho de pasión,

se anudaron y eran gajos de una extraña enredadera

florecida entre la lluvia de los dichos del salón.

—Aura, m’hija —aulló el compadre y la fosca compañera

le ofreció la desvergüenza de su cálido impudor

azotando con sus carnes como lenguas de una hoguera

las vibrátiles entrañas de aquel chusma del amor.

“Chusma del amor” me parece perfecto para el compadre.

Persistieron en un giro, desbarraron los violines

y la flauta dijo notas que jamás nadie escribió,

pero iban blandamente, a compás, los bailarines

y despacio, sin notarlo, la pareja se besó.

Y luego:

La pareja iba en un ritmo de pasión y de bravura

en la almohada del cabello, apoyados los frontales.

Tres manos sobre los hombros y una garra en la cintura

que era la última moda del tango en los arrabales.

Y luego, cuando concluye el “Tríptico”, uno de los compadres ha matado a la mujer, a la mujer que le ha sido infiel, y que se llama, significativamente, “La Piadosa”.

No ad for you

Y luego dice:

Mientras saltaba los fondos de la casa el asesino.

Y luego: “Pero al pasar el mareo de tango —que no de vino—”, dice, aprobaron los hombres que el malevo hubiera matado a la mujer. Y esto lo escribió del Mazo poco antes del Centenario. Estaba escribiendo hechos contemporáneos que él conoció y sabía. Y ustedes habrán notado que él dice: “desbarraron los violines / y la flauta dijo notas / que jamás nadie escribió” y en otro pasaje del “Tríptico” habla del piano, de suerte que ya tenemos los tres instrumentos iniciales: piano, flauta y violín.

"Los mejores cuentos policiales" (Lumen) es una selección hecha por los escritores argentinos Jorge Luis Borges (1899-1986) y Adolfo Bioy Casares (1914-1999).
Foto: Archivo

Ahora bien, si el tango hubiera sido un baile orillero, entonces el instrumento habría sido el instrumento que se oía en todos los almacenes de Buenos Aires… El instrumento hubiera sido el instrumento popular por excelencia, hubiera sido la guitarra. En cambio, la guitarra llega mucho después, o no llega. Y creo que, años después, en el barrio de Almagro, creo, se agrega el bandoneón, instrumento de procedencia alemana.

Me parece que este argumento es concluyente: tenemos las casas de mala vida y tenemos instrumentos como el piano, la flauta, el violín, que no son populares, y que corresponden a medios económicos superiores a los del compadrito y su conventillo. Y Lastra, en este libro que he citado, Memorias del 900, llega a afirmar que el tango no se bailó nunca en los patios de los conventillos, y esto lo confirma un poema de Carriego, uno de los últimos poemas de Carriego, “El casamiento”. Ahí él describe una fiesta en un conventillo, un casamiento. Y ahí aparece el tío de la novia, y el tío de la novia, medio ofendido, dice que no se admiten cortes, es decir, baile con cortes, “que no se admiten cortes, ni aun en broma”. Y luego el guapo, amigo de la casa, dice que “aunque le cueste / ir de nuevo a la cárcel se halla dispuesto / a darle un par de hachazos al que proteste”.

No ad for you

Y alguien dice: “La casa será todo lo que se quiera; todo lo que se quiera, pero decente”.

Es decir que el pueblo, al principio, rechaza el tango, rechaza el tango porque conocía su origen infame. Y esto lo confirma algo que yo he visto muchas veces, algo que vi a principios de siglo siendo chico, en Palermo, y que vi, mucho después, por las esquinas de la calle Boedo, antes de la segunda dictadura. Es decir, he visto a parejas de hombres bailando el tango, digamos al carnicero, a un carrero, acaso con un clavel en la oreja alguno, bailando el tango al compás del organito. Porque las mujeres del pueblo conocían la raíz infame del tango y no querían bailarlo. Y hubo además, esto lo dice Bates en su libro sobre el tango, hubo casas, una llamada “La red”, creo que en la calle Defensa, casas para que se bailara el tango. Y lo bailaban entre hombres solos. Además, se bailó en lugares que, si no eran exactamente casas malas, eran como el vestíbulo, digamos, de esas casas. Y esos lugares famosos fueron la confitería de Hansen, el Tambito, el Velódromo, y dos casas donde concurrían compadritos y niños bien. Una, situada en la calle Chile, cerca de Entre Ríos, y otra, famosa porque dio su nombre a un tango famoso, una casa de baile de compadritos y de patoteros y de “mujeres de la vida”, situada en la calle Rodríguez Peña, acaso una de esas casas viejas que todavía quedan en esa cuadra, Rodríguez Peña entre Lavalle y Corrientes.

No ad for you

* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.

Por Jorge Luis Borges * / Especial para El Espectador

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.