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Jorge Ortiz, tras la luz que camina

La exhibición “Tiempo de Exposición”, de Jorge Ortiz, estará abierta hasta el 30 de noviembre en la galería El Coleccionista de Medellín. Una reinterpretación de la fotografía a los ojos de Ortiz.

Sol Astrid Giraldo E.
09 de noviembre de 2023 - 12:00 p. m.
En esta sala de exposición se muestran trabajos de Jorge Ortiz como "Cables", "Boquerón" y "La luz del Valle de Aburrá".
En esta sala de exposición se muestran trabajos de Jorge Ortiz como "Cables", "Boquerón" y "La luz del Valle de Aburrá".
Foto: Julian Aristizabal A. - Julian Aristizabal A.

Está arriba, en un balcón. Se asoma con su largo pelo canoso recogido en una cola y sus ojos brillantes. No es profeta, pero ha reunido abajo, en silencio, a una tribu de ojos expectantes y atentos. Abre los brazos para soltar un rollo de papel fotográfico de 10 metros de largo, que cae haciendo un crujido hasta la calle. No es músico, pero música empieza a salir de sus manos. No es mago, pero solo puede usarse la palabra magia para lo que empieza a suceder. Aquí, en este barrio de talleres de mecánica. Ahora, en esta noche fresca de Medellín. Con notas tropicales al fondo, fugadas de las tiendas de cerveza vecinas, se inaugura el “Tiempo de Exposición”, de Jorge Ortiz, en El Coleccionista Galería. Sus adeptos nos dejamos atrapar por el embrujo de Daguerre.

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Como un sacerdote urbano y juguetón, Ortiz da inicio al rito. Impregna con químicos fotográficos varias pelotas de tenis que echa a rodar sobre el papel. Estas, a su paso, trazan surcos aleatorios, como estelas de cometas locos que se chocan. Es el espectáculo en vivo y en directo de las reacciones de los reveladores… toda una danza. Son los latidos de la materia expresándose en formas orgánicas intrincadas, en el derrame de colores oxidados, en texturas dramáticas y anárquicas. Sobre la gigante hoja fotográfica ha sucedido la luz, se ha encarnado el tiempo.

Estas son las prácticas que viene propiciando Ortiz desde finales de los años 70. Entonces realizó dos trabajos icónicos, pioneros de la fotografía conceptual en Latinoamérica. El primero fue la serie “Cables”, ejercicio ascético radical, donde moduló el idioma duro, extremo, del blanco y el negro de los cables eléctricos atravesando ese cielo que siempre lo ha obsesionado. Después vino la potente y silenciosa meditación visual que fue su serie “Boquerón”, donde las nubes fueron las azarosas marcas del tiempo y sus imágenes, un impasible reloj cósmico.

Sin embargo, tras realizar estas dos obras definitivas, Ortiz deja la cámara (simbólicamente la transforma en una escultura) y decide internarse en las posibilidades del cuarto oscuro. Desde allí explora los fundamentos últimos de la naturaleza, renunciando a representarla en una fotografía o pintura, para dejar, en cambio, que sea ella misma la que se revele. Con este gesto, lleva al límite la técnica. En adelante pintará con los químicos los misterios que no se pueden fotografiar.

Porque a Ortiz, más que la química, le interesa la alquimia, la vida secreta e irreductible de la materia, los caminos del azar, las embestidas del accidente. Las epifanías, como la de hoy. Con la respiración agitada, señala un trazo que surca, inesperado y poderoso, un pedazo del papel intervenido. “¡Qué belleza! Esto es lo que vale la pena”, nos dice con una sonrisa plena. Es que de nuevo ha captado la frescura del instante y bordeado la piedra filosofal que no se cansa de perseguir. Lo ha hecho al calor de una fiesta urbana, porque él no es un artista de estudio, sino un hombre de multitudes, conversaciones, intercambios. Un maestro.

De su ceremonia quedó este monumental dibujo de luz. Una obra donde lo real y vivo no se representa como se estila desde el Renacimiento, sino que radicalmente se hace presente. Respira, muta, se expande, contrae. Sucede... Por eso, como si se tratara de una rara especie de la selva urbana que hubiera trepado las escaleras para anidar en un rincón, este gigante ser de luz es recibido con todo cuidado y respeto. Se le ha hecho un lugar para que tranquilamente continúe procesando sus ritmos vitales. Desde la noche de la inauguración está al lado de una ventana, desplegándose despierto, activo. Allí, seguirá tragándose la luz de afuera y expeliendo colores y texturas. Es el testigo mayor del observatorio de la materia en el que se ha transformado ahora toda la galería.

La exposición y el tiempo

En esta exposición, la primera individual que realiza la Galería El Coleccionista, están recogidos algunos de los trabajos iniciales de Jorge Ortiz, como dibujos del Valle de Aburrá, junto a algunas piezas emblemáticas de su carrera: Cables, Boquerón, La luz del Valle de Aburrá, Diafragma abierto. Igualmente, están algunos de los 36 intaglios que realizó en blanco sobre blanco con los conceptos que fundamentan su trabajo (Nube-Boquerón, Accidente, Gesto, Afuera-Adentro). En ellos, la palabra que siempre está en el origen de sus piezas se vuelve visual por primera vez, convirtiéndose en un soporte de la luz de la que ella misma habla. Se invitan también sus últimas indagaciones plásticas acerca de la luz nocturna que transforma en masa el peso de las montañas, transmuta las nubes en cortinas, borra los planos, dibuja los árboles y crea contornos antes de que el día los disuelva. Es “La otra luz”.

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Como metáfora de su credo artístico, se propone en la muestra ese cuarto oscuro, alquímico, mágico, origen de su mundo, y en el que decidió internarse hasta las últimas consecuencias…

Son muchas las provocaciones que nos hace. Ejercicios de austeridad radical y minimalista. Observaciones atmosféricas y geográficas en clave de poesía y de química. Un cubo de tiempo. La ciudad dibujada con lápices, registrada con una cámara, iluminada con papel crepé, comprimida en palabras. Exploraciones en la luz nocturna y el color. La materialización de las palabras del acto creativo. Un “Cable” de su serie de los años 70 saludando a los cables reales detrás de la ventana. Un papel fotográfico, “barrido” con escoba para hablar de la mancha, la veladura, el pigmento en la representación del movimiento.

Por Sol Astrid Giraldo E.

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