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José Asunción Silva, el gramático subversivo

Un recorrido por la casa en la que vivió sus últimos años el poeta bogotano. Dentro de estos muros Silva escribió el poema "Nocturno III" y se suicidó el 23 de mayo de 1896.

Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad

01 de febrero de 2019 - 05:05 p. m.
La Casa de Poesía Silva actualmente es una fundación que promueve la poesía y que funciona de lunes a viernes, de 9:00 a.m. a 6:00 p.m. ofreciendo tres servicios continuos: biblioteca, fonoteca y librería. / Cortesía
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A José Asunción Silva lo vi por primera vez en un taxi cuando tenía nueve años. Mi mamá, mi hermano y yo íbamos para el Museo Nacional, y al llegar ella sacó efectivo, se lo entregó al conductor y nos bajó del carro. Le pregunté por las dos caras de esos billetes que habían pagado la carrera y ella respondió: “Policarpa Salavarrieta y José Asunción Silva, un poeta que se suicidó en una casa cerca de aquí. Luego te llevo”. Mi mamá nunca tuvo filtro para hablarme de sexo o muerte, pero a pesar de eso yo me sigo impresionando, no con el sexo, pero sí con la muerte. Por eso de Silva no volví a saber nada y a la tal casa nunca fuimos. No insistí: no quería ir a un lugar en el que alguien se hubiese matado.

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Pasaron quince años para que yo por fin conociera la casa. Me fui en taxi y me preocupé por pagarlo con el billete en el que Silva se asoma, como dejándome invitar. Su fachada es vino tinto y a la puerta la rodean unas márgenes verdes en las que en la parte superior sobresale el número 13, cifra que se refiere a la cantidad de casas en las que vivió el poeta. Al entrar me encontré con una imagen grande y desgastada con la foto de Silva y al fondo vi una oficina. Caminaba sin dejar de mirar unas fotografías que me anunciaban que estaba entrando a un lugar que, a pesar de haberle prestado sus salones centenarios a las asociaciones farmacéuticas, de meseros y camareros, como lo registra la página oficial de la Casa poesía Silva, había sido principalmente el hogar de la poesía.

Llegué a la oficina, que más bien era una habitación, y me presenté ante un joven delgado, con el pelo rizado y gafas rectangulares que estaba sentado en frente de un escritorio lleno de libros. Le dije que quería conocer la casa y que sí algún guía podría mostrármela o la podía recorrer sola. Él me invitó a sentarme, me dijo que no había guía pero que con él podía hablar y que para empezar había llegado a la habitación correcta: “Aquí, donde estamos en este momento, se mató con un tiro José Asunción Silva”. Yo me enderecé y comencé a explorar cada detalle intentando imaginar el techo, el color de las paredes, el estado del piso, la cama, el olor y hasta la sensación de tedio, hastío, desesperación o aburrimiento que debió sentir Silva antes de dispararse el 23 de mayo de 1896. Me estremecí y mi interlocutor, que se llama René, lo notó, así que decidió mirar hacia la pantalla de su computador para no avergonzarme, mientras también me contaba que antes de la tragedia, en ese mismo lugar se había escrito “el poema más importante de Colombia: ´Nocturno III´”. En esa casa se respira misterio, hay una capa de magia que cubre cada adorno, y no es difícil viajar a 1890 y sentarse en una de esas sillas para participar en las tertulias literarias en medio del humo denso de los cigarrillos de cada escritor, el olor a ron y la voz de Silva recitando.

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Nadie sabe con certeza la fecha en la que se construyó la casa, pero los arquitectos que la restauraron establecieron que fue levantada aproximadamente en la época de la colonia. Ahí, en medio de una temporada de asfixia económica, José Asunción Silva vivió en arriendo sus últimos años con su mamá Vicenta Gómez, su hermana menor, Julia Silva, y con Mercedes, la mujer que siempre se encargó de las tareas domésticas.

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En el poema “Extraños en la noche”, de María Mercedes Carranza, fundadora de Casa Poesía Silva, la descripción de la capital de Colombia es precisa: “La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida; nos unen el cansancio y el tedio de la convivencia, pero también la costumbre irremplazable y le viento”. Bogotá es conmovedora, está llena de historias de muertes y victorias. Por las calles que median las casas coloniales de La Candelaria han caminado algunas de las más grandes, crueles, desgraciadas, exitosas y relevantes figuras de este país, que siempre ha estado fracturado. Los cerros, testigos de los nacimientos y las pérdidas de esta tierra que persiste a pesar de sí misma, también tuvieron que ver cómo la burguesía mediocre de Santa fe se burló y menospreció las pretensiones de un Silva que quiso renovar la forma de contar. Sus intenciones por remozar la poesía hispana lo transformaron, sobre todo después de su regreso de Europa, continente en el que la intelectualidad, la cultura y los excesos lo convirtieron en un “gramático subversivo”, como lo llamó García Márquez.

La Casa de Poesía Silva fue fundada en 1983 durante el gobierno del presidente Belisario Betancur y gracias a los esfuerzos de María Mercedes Carranza, quien dirigió la casa hasta 2003, año en el que se suicidó con una sobredosis de antidepresivos.

Actualmente es una fundación que promueve la poesía y que funciona de lunes a viernes, de 9:00 a.m. a 6:00 p.m. ofreciendo tres servicios continuos: biblioteca, fonoteca y librería. La casa está dotada con obras conservadas de los siglos XIII, XIX y XX en su idioma original (como le gustaba leer a Silva), escritas por poetas colombianos, extranjeros, contemporáneos o clásicos, además de contar con varias biografías sobre el escritor, como por ejemplo “El corazón del poeta”, publicada en 1996 y escrita por el historiador Enrique Santos Molano, que sostiene que a Silva lo mataron, y desglosa toda una tesis sobre cómo pudo ser el asesinato.  En la casa se dictan conferencias y talleres sin ningún costo, además de contar con la opción de la visita guiada, en la que además de conocer sobre la vida de Silva, también se explica sobre las costumbres literarias y el uso del tiempo en el siglo XIX.

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“De natura y de familia era corpulento y apuesto, pero de una palidez fantasmal, unos modales exquisitos, una gran sensibilidad humana y artística, una inteligencia diáfana, una labia seductora, y una dignidad acorazada. Tuvo una formación literaria precoz, gracias a un ambiente familiar de gran vocación creativa”. Así lo describe García Márquez, quien también menciona que Silva fue víctima de “adulaciones públicas y burlas furtivas” que le ocasionaron el sobrenombre de “José Presunción”. El poeta, muerto a los 31 años, tuvo una vida que finalmente lo desgarró. Nació en una cuna de oro y tuvo que soportar los cambios de la abundancia a la absoluta escasez: 10 pesos fue todo el capital que le encontraron en los bolsillos cuando falleció. A pesar de los ataques y el desprestigio social de una sociedad pacata y aislada, su venganza fue inevitable y certera. Se inmortalizó y lo que no pudo hacer o decir por su boca, lo hizo a través de José Fernández, “un dandy que rompía todos los diques culturales y sociales”, el personaje principal de la novela “De sobremesa”, la única que pudo reconstruir después de un naufragio que sufrió durante un viaje de Venezuela a Colombia. Los ritmos, la exploración, la rigidez y las emociones que quiso transformar lo convirtieron en el escritor modernista y rebelde que pasó a la historia.

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Desde la habitación en la que se suicidó Silva se ve el cerro de Monserrate. Parece que vigilara los movimientos de una presencia que no se ve, pero que es la misma que escribió 150 poemas, la novela “De sobremesa” y una serie de prosas y notas críticas. Me conmoví al mirar ese cerro desde aquella habitación porque además de observar, parece que aún se lamentara: “Silva no recibió flores, sino un puñado de cal que, antes de cerrar el ataúd, le lanzó a la cara el enterrador”. La muerte del poeta fue una vergüenza y un escándalo para la sociedad bogotana. Sus últimos días fueron amargos, pero los gobernó como quiso, como lo dijo Fernando Vallejo, “Silva se pegó un tiro por su libre albedrío. Por el fuero soberano de su lúcida, libre, irredenta, atea e hijueputa voluntad. Y dejó a muchos preguntándose que por qué se había matado”.

 

Por Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad

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