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Como un demonio feliz
La escritura de José María Arguedas bebió de su trabajo antropológico. Pero los ríos profundos de su sensibilidad y actitud literaria se remontan a su infancia entre comunidades quechuas de la Sierra. Un mundo al cual remiten sus palabras más entrañables y desde el cual el autor visitó el Perú de todas las sangres.
La obra literaria de Arguedas incluye cuento, novela, poesía y traducciones de literatura oral, que le merecieron en 1968 el premio Inca Garcilaso de la Vega. “Yo no soy un aculturado —dijo al momento de recibir el galardón—; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz, habla en cristiano y en indio, en español y en quechua”.
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Muerte y carnaval
Según Víctor Viviescas, profesor de la Universidad Nacional, en Arguedas la escritura se da como acto de resistencia a la muerte que asedia al autor. En contraste, éste exalta y celebra la vida con su obra.
En el territorio arguediano, la fiesta, el amor y la revuelta popular son expresiones de la vida que se sobrepone a la muerte. Un desborde epifánico, al decir de Viviescas, quien plantea que Arguedas buscó a través de la palabra el restablecimiento del vínculo roto con el mundo. Y afirma, a la vez, el académico, que el acto creativo del peruano estuvo determinado por una imaginación utópica de la existencia, interesada no solo en ofrecer un testimonio de la experiencia, sino en hacérsela experimentar al lector.
Como el toro que pelea a muerte contra un cóndor amarrado a su lomo y ya sabe cuál será el desenlace, Arguedas aplazó su muerte escribiendo. Mientras, la sombra de la muerte avanzaba sobre él.
El escritor fue un hombre atormentado desde niño. Pero, según explica Viviescas, la muerte, en la vida de Arguedas, más que repudiada fue querida. El autor le coqueteó a la muerte en 1966 con un intento de suicidio, al que sobrevivió. No así al del 28 de noviembre de 1969.
A menos que se interprete que ello no supuso el fin. Según explica el antropólogo Carlos Páramo, la muerte sacrificial en el mundo andino no es sinónimo de derrota. La sangre derramada tiene por propósito fecundar la tierra. Constituirse en semilla. He aquí por qué la muerte de Arguedas podría ser vista como inicio de algo nuevo.
Esto dejó escrito el autor de El zorro de arriba y el zorro de abajo en uno de los diarios incorporados a su novela póstuma: “Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro en el Perú y lo que él representa: se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres ‘alzamientos’, del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y de la fuerza liberadora invencible del hombre de Vietnam, el de la calandria de fuego, el del dios liberador, Aquel que se reintegra. Vallejo era el principio y el fin”.
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Un contemporáneo
Los participantes del quinto encuentro de crítica literaria que por estos días se lleva a cabo en la Universidad Nacional han descubierto en la obra de José María Arguedas un anticipo de las movilizaciones que en la actualidad se multiplican en América Latina.
“La rebelión de las chicheras” descrita en Los ríos profundos es indisociable de los cantos y bailes de carnaval estudiados por el escritor y hechos parte de sus cuentos y novelas. En el territorio arguediano, la canción de las cascadas llega a oídos del pueblo a través de la música prodigiosa de los arpistas andinos. Como a los lectores de Arguedas llega su creencia en otro mundo posible, a través de palabras prendidas a cierto ritmo universal hoy difícil de percibir.
Arguedas es hoy más contemporáneo que nunca y, al mismo tiempo, un hombre de otra época: una en que lo mágico, con su potencial subversivo, no había sido desterrado.
* El encuentro literario tiene lugar en el edificio Salmona de Posgrados de la Universidad Nacional.