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                                                                                                                              Joseph Roth, un ilustre (des)conocido

                                                                                                                              Joseph Roth murió de deliriun tremens en 1939, en París, a los 45 años. Vivía allí en un “exilio destructivo”, huyendo de lo que predijo sería la barbarie nazi. Fue considerado como uno de los grandes escritores de Europa Central; periodista agudo de alta pluma, cuyos artículos compiten en calidad y poesía con sus libros.

                                                                                                                              José Luis Ramírez León

                                                                                                                              Imagen del escritor Joseph Roth, quien vaticinó el holocausto nazi. / Archivo

                                                                                                                              “Yo solo sé escribir bien y rápido”

                                                                                                                              Joseph Roth

                                                                                                                               

                                                                                                                              Malvivió en hoteles, generoso a manos llenas compartiendo lo poco que tenía, siempre debió, bebió y escribió en público rodeado de amigos y conocidos, en restaurantes, cafés o bares.

                                                                                                                              Afirmaba ser hijo de un conde polaco, haber sido oficial del Imperio Austro-húngaro en la Gran Guerra, haber conocido a Trotsky y haberse convertido al catolicismo. Todo esto hacía parte de una ficción que le gustaba propagar para generar un halo de misterio y gozar de los incautos que le creían. Sin lugar a dudas su mejor obra fue su propia vida. No en vano el certificado de defunción lo catalogó como “un individuo sin profesión”. Cruel paradoja.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              A pesar de “profesar el arte de ser judío, pero no ser como un judío”, en sus últimos años se decía católico. Su propio entierro, fuera de generar un gran problema entre sus amigos de ambas creencias, fue otra muestra de su peculiar historia personal. Asistieron: un sacerdote, un rabino, tres de las mujeres a las que amó, pues su esposa judía había padecido una enfermedad mental y terminó en un hospital siquiátrico, para luego ser asesinada por los nazis en Austria. También estaban presentes el secretario personal del heredero al trono Austro-húngaro, la ex esposa de Stefan Zweig, dado que el escritor, su gran amigo, no alcanzó a llegar, un alto representantes de los comunistas austríacos, exiliados de toda Europa, escritores, periodistas y más de un apátrida al que el “Santo Bebedor” le dio la mano, a pesar de su propia pobreza.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Lo cierto es que su angustiante y atormentada vida, regada por el licor, pudo haber quedado olvidada para siempre bajo los escombros de la guerra. Stefan Zweig, con quien mantuvo una muy activa correspondencia, quiso escribir un libro sobre Roth, a quien invitó a ir a Brasil con él. El suicidio de Sweig en Florianápolis no le permitió plasmar este testimonio sinigual. En una de las cartas cruzadas, Joseph Roth le suelta al gran historiador una frase lapidaria: “ser amigo mío es funesto”.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Como un profeta del apocalipsis que se avecinaba, Roth escribió esta frase premonitoria en 1932, en Berlin, un año antes de la llegada de los nazis al poder en Alemania: “Es hora de partir. Quemarán nuestros libros y a nosotros con ellos (…) hay que irse para que solo sean los libros los que van a quemar en la hoguera”. De allí su exilio en París. Como señala otro de sus críticos, “en Roth, el periodismo nunca fue pasado, siempre estuvo presente”. En 1984 Klaus Westermann recogió del olvido en las hemerotecas los trabajos periodísticos de un autor que “había fascinado a dos generaciones antes”. Aventurando una hipótesis, su relación indisoluble periodismo/literatura vendría a ser rediviva muchos años después, y de qué manera, por el Maestro Gabo. Es un tema que da para una mayor profundización.

                                                                                                                              Pocos días antes de morir escribe una serie de artículos sobre la Guerra Civil española. Uno de ellos, El payaso desconocido de Barcelona, es una pieza magistral, digna de una antología de textos poéticos dentro del horror de un conflicto armado. Escéptico por naturaleza creía ser “… totalmente incapaz de preservar más espacio en mí para clase alguna de entusiasmo en detrimento de mi escepticismo”. Ahí queda pues un maravilloso autor y personaje a la espera de buenos lectores.

                                                                                                                              Imagen del escritor Joseph Roth, quien vaticinó el holocausto nazi. / Archivo

                                                                                                                              “Yo solo sé escribir bien y rápido”

                                                                                                                              Joseph Roth

                                                                                                                               

                                                                                                                              Malvivió en hoteles, generoso a manos llenas compartiendo lo poco que tenía, siempre debió, bebió y escribió en público rodeado de amigos y conocidos, en restaurantes, cafés o bares.

                                                                                                                              Afirmaba ser hijo de un conde polaco, haber sido oficial del Imperio Austro-húngaro en la Gran Guerra, haber conocido a Trotsky y haberse convertido al catolicismo. Todo esto hacía parte de una ficción que le gustaba propagar para generar un halo de misterio y gozar de los incautos que le creían. Sin lugar a dudas su mejor obra fue su propia vida. No en vano el certificado de defunción lo catalogó como “un individuo sin profesión”. Cruel paradoja.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              A pesar de “profesar el arte de ser judío, pero no ser como un judío”, en sus últimos años se decía católico. Su propio entierro, fuera de generar un gran problema entre sus amigos de ambas creencias, fue otra muestra de su peculiar historia personal. Asistieron: un sacerdote, un rabino, tres de las mujeres a las que amó, pues su esposa judía había padecido una enfermedad mental y terminó en un hospital siquiátrico, para luego ser asesinada por los nazis en Austria. También estaban presentes el secretario personal del heredero al trono Austro-húngaro, la ex esposa de Stefan Zweig, dado que el escritor, su gran amigo, no alcanzó a llegar, un alto representantes de los comunistas austríacos, exiliados de toda Europa, escritores, periodistas y más de un apátrida al que el “Santo Bebedor” le dio la mano, a pesar de su propia pobreza.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Lo cierto es que su angustiante y atormentada vida, regada por el licor, pudo haber quedado olvidada para siempre bajo los escombros de la guerra. Stefan Zweig, con quien mantuvo una muy activa correspondencia, quiso escribir un libro sobre Roth, a quien invitó a ir a Brasil con él. El suicidio de Sweig en Florianápolis no le permitió plasmar este testimonio sinigual. En una de las cartas cruzadas, Joseph Roth le suelta al gran historiador una frase lapidaria: “ser amigo mío es funesto”.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Como un profeta del apocalipsis que se avecinaba, Roth escribió esta frase premonitoria en 1932, en Berlin, un año antes de la llegada de los nazis al poder en Alemania: “Es hora de partir. Quemarán nuestros libros y a nosotros con ellos (…) hay que irse para que solo sean los libros los que van a quemar en la hoguera”. De allí su exilio en París. Como señala otro de sus críticos, “en Roth, el periodismo nunca fue pasado, siempre estuvo presente”. En 1984 Klaus Westermann recogió del olvido en las hemerotecas los trabajos periodísticos de un autor que “había fascinado a dos generaciones antes”. Aventurando una hipótesis, su relación indisoluble periodismo/literatura vendría a ser rediviva muchos años después, y de qué manera, por el Maestro Gabo. Es un tema que da para una mayor profundización.

                                                                                                                              Pocos días antes de morir escribe una serie de artículos sobre la Guerra Civil española. Uno de ellos, El payaso desconocido de Barcelona, es una pieza magistral, digna de una antología de textos poéticos dentro del horror de un conflicto armado. Escéptico por naturaleza creía ser “… totalmente incapaz de preservar más espacio en mí para clase alguna de entusiasmo en detrimento de mi escepticismo”. Ahí queda pues un maravilloso autor y personaje a la espera de buenos lectores.

                                                                                                                              Por José Luis Ramírez León

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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