Soy historiador y lo elegí para siempre. Y es que no tiene vuelta atrás: ¡son doce años de estudio! Uno no toma esta decisión por la razón sino por el fuego interior que despierta, aunque puede llegar a ser un callejón sin salida porque, quien se aventura, nunca regresa.
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Desde mis quince años me interesé por cosas que el resto de mis compañeros no: literatura y la historia. Fui muy rebelde (me echaron de todos los colegios) y lo era por mi interés de descubrirlo y entenderlo todo, de llegar al otro lado de lo que escuchaba buscando equilibrio en la información. Pero es que también me aburría muchísimo, siempre quise algo que me sacara de ese lugar, que me hiciera viajar, aprender en sitio, llevarme mi propia idea del mundo para no repetir lo que todos decían como por inercia y, claro, para conocer gente.
Fui la primera generación del colegio Tilatá, que ofrece a las personas como yo, interesadas en las humanidades, rebeldes e inquietas, la oportunidad de cuestionarnos y manifestarnos, de debatir. Fue la plataforma perfecta para mí. Era la época en la que llegó Internet al país, lo que hacía fácil comunicarse con el mundo entero. Para mí resultaba increíble porque se me abrió el panorama. Soy un consumidor activo de la tecnología, la disfruto y la he aprovechado desde el comienzo.
Leyendo descubrí un interés muy particular por Rusia, por eso a mis dieciséis años decidí estudiarla. El tiempo libre lo dedicaba a alimentar mis conocimientos sobre este tema. Un año más tarde les dije a mis papás que viajaría de mochilero al país en cuestión, lo que les generó un impacto muy grande. Con el tiempo entendí la angustia que eso significó para ellos.
Me preparé estudiando el idioma. Contaba con toda la información para inscribirme cuando terminara el colegio y viajé de mochilero por un mes: llegué fascinado. Comencé a estudiar historia pero la detesté en el primer semestre, por lo menos la forma en la que me la estaban enseñando, así que pensé que debía irme a Rusia o a Francia (los historiadores franceses son de primera categoría).
Viajé a París a aprender francés y apliqué a la Sorbona sin mayor expectativa. Fui aceptado y comencé en lo que llamaría un ‘embudo’ que me llevó hasta el doctorado que hice sobre historia rusa.
Aprendí ruso y uno de los mejores años fue cuando tuve una aventura por el transiberiano. Cuando decidí convertir mi pasión en mi profesión me puse la soga al cuello: no sólo tenía que ser historiador sino que tenía que vivir de eso.
El doctorado fue muy exigente, me arrancó lágrimas, tenía que llegar a un nivel muy alto que me permitiera dominar el idioma, relacionarme con la burocracia rusa e integrarme a su país.
En algún momento me pregunté: ¿de qué voy a vivir? Supe que tenía que buscar maneras de subsistencia y fue así como comencé una escuela digital de lengua rusa que conectaba escandinavos (que quisieran hacer negocios en Rusia), con profesores virtuales. Cuando vi que era el momento de devolverme a Colombia, lo hice buscando aportar cosas interesantes a la cultura. Herramientas modernas que realmente le sirvieran a la gente y que a mí me permitieran ser independiente. Entonces construí unas clases montando un método de promoción digital de la historia rusa, mi especialidad.
Al comienzo me acompañaban quince personas, luego ciento cuarenta a la semana. Esto hizo evidente que sí funcionaba porque para promover cultura se necesita ‘bacanería’ (sabiduría del Caribe), tener mente joven y comunicar bien.
Nació Ilustre, la plataforma para que otras personas compartan su conocimiento. Nosotros les damos el método, el diseño y todas las herramientas requeridas para que vayan más allá del aula universitaria. Aquí se aprende, se adquiere una visión más amplia, se cuestiona la información que a diario se recibe, se es más crítico y menos fanático.
Adopté el nombre de Ilustre con la misión de rescatar la época de escritores bogotanos que para hablar de ellos se referían a “el Ilustre fulanito de tal…”. La ciudad cambió, se volvió global y lo que me propongo es rescatarla con las tertulias, con los conversatorios.
Hay mucha nostalgia en mi proyecto. Desde niño me gustó el jazz, lo que me hacía, junto con mi gusto por la literatura y la historia, un bicho raro. Después descubrí que hay cosas que son muy profundas, pues este gen no viene de mi familia nuclear: mi papá es industrial y mi mamá es administradora, pero sí hay algo muy poderoso porque tengo una tía que escribe y es historiadora, una tía abuela poeta, ancestros escritores como José María Vergara y Vergara del siglo XIX (información que obtuve mucho después). Recuerdo que presenté una hoja de vida para trabajar en la emisora HJCK y Álvaro Castaño me preguntó que si era pariente del escritor, así que decidí investigar.
¿Qué encuentra en la historia?
La posibilidad de entender mi identidad. También de rescatar las memorias a través de las cuales soy más que un nombre. Es la conciencia del origen porque al entenderlo encuentro las respuestas de lo que ocurre en la actualidad.
Recuerdo que alguna vez mi mamá cambió mi cama de lugar en el cuarto para evitar me pudiera hacer daño en caso de que explotara alguna de las bombas que en esa época azotaban al país, producto de la violencia impuesta por Pablo Escobar. Siempre quise entender el porqué.
¿Dónde surge el interés por Rusia?
Porque alguna vez, siendo niño, me dijeron que la gente en Rusia no podía salir de su país. Generé una fantasía mental alrededor del tema, que con el tiempo fui desarmando. Me activaron la curiosidad.
¿Ser historiador le hace vivir literalmente en el pasado o es el soñador que está proyectando e imaginando cosas?
Creo que contrario a lo que se piensa, el historiador vive, por lo menos, en el presente. Uno investiga o estudia la historia, dependiendo de las preguntas que tiene en la actualidad. Como divulgador de la historia y de la cultura, pero también, como amante de la tecnología, tengo que proyectarme. En mí siempre ha estado la inquietud de convertir la historia en algo interesante, divertido, que no sea mamerta sino muy relevante y proyectándola en ese sentido.
La historia no es un mundo de solo hechos y datos, ¿de qué manera la recrea?
Me encanta dictar un curso que cuando lo planteo de manera histórica suena aburridísimo: La inquisición en el siglo XVI. Pero resulta que el curso es de la persecución a la mujer y su represión en esa época. El recorrido le permite ver a las personas algo que ocurre en la actualidad. Si reviso la historia como hechos ya superados, la actitud es una, pero si la presento como algo que sigue ocurriendo, es decir, la traigo al presente, la reacción es otra.
Estudiamos la historia para no repetirla o para replicar lo bueno que hay en ella, entonces me pregunto ¿mide cada paso que da porque con ellos está dejando una huella?
En ese sentido no. Soy una persona muy apasionada que suele ser impulsiva y temeraria. Cuando tengo una idea la implemento si siento que está bien. En lo cotidiano soy muy intuitivo a pesar de tener un método. En mí está la sospecha, la malicia, el equilibrio.
¿Qué tan amplios son sus grados de libertad que lo alejan de la cuadrícula?
En la recreación busco cultivar el conocimiento. Mi tiempo libre lo divido en productividad y en desconexión. Por ejemplo, tomo cursos en línea de universidades como Harvard, pero no tengo ningún problema en sentarme a ver una serie y eso me hace feliz.
¿Es de los que proyectan su vida a diez, veinte y más años, o se deja sorprender?
Es que la vida me ha sorprendido muchas veces, entonces no soy de hacer tantos planes a largo plazo. Vivo más el presente. Tengo, eso sí, pequeños sueños y pequeños placeres. Como una casita en mitad de la montaña que me proporcione tranquilidad y que me permita conectarme con la naturaleza.
¿Es nostálgico?
Sí, yo sí creo. Para ser un buen amante de la cultura hay que ser nostálgico. Casi lo mejor que se ha hecho en términos de cultura siempre está en el pasado y lo actual quedará en el pasado. Si disfrutas algo muy sofisticado, lo que normalmente se da en ritmos y tiempos que no son los actuales, para degustarlo, necesitas un poco de nostalgia.
¿Mirar el pasado es una forma de traerlo al presente para mantenerlo vivo?
El pasado es algo que uno se inventa todo el tiempo. Hay un hecho que nadie puede contar exactamente cómo fue. Siempre hay una visión, un interés, una pregunta que se quiere responder y todo esto está influido por el origen, por el momento, por la cultura. Como es una ciencia social, depende de cada individuo. Hay unos métodos para garantizar que sea más o menos profesional, pero la historia se la inventan los historiadores.
¿Pudo ser algo distinto a historiador o no hay cabida para nada diferente?
Nunca me he atrevido a hacerme esa pregunta porque ¡ya qué! Pero quizás cualquier cosa referida a ciencias sociales.
¿Hay mucho de novelista en usted?
Sí, mucho. Cuando trabajaba en el programa El mundo en Bogotá, de la HJCK, con Daniel Samper Pizano y Álvaro Castaño Castillo, contábamos historias de los diferentes países. Yo siempre narraba de manera muy personalizada. Si estaba en Rusia, hablaba de los olores, de las sensaciones, de la soledad. Resultaba muy literario.
¿A qué época pertenece?
Al presente, pero también a la de las bombas, la inseguridad, la desarticulación del país, el Internet y la globalización.
Estudiando historia, ¿descubrió algún personaje con el que se identificara tanto que dijera ‘ese soy yo’?
No me ocurrió, pero descubrí unos que definitivamente nunca quisiera ser, como Stalin. Ese nivel de maldad es incomprensible para mí. Todos somos seres humanos complejos, con vicios, con demonios. Nunca he visto una persona realmente ejemplar o con la que me sienta identificado plenamente. Las personas no se repiten.
¿Para entenderlos debió apoyarse mucho en la psicología?
Sí, pero más que psicología es un trabajo de policía, de Sherlock Holmes. Tratar de entender no solamente cómo está pensando la persona sino (y aquí viene lo más importante), descubrir qué me está ocultando. Especialmente y sin excepción, los grandes personajes fabrican su historia para el futuro.
¿Aplica esto en lo cotidiano?
Sí. Creo que es lo más fuerte para un historiador. De eso no nos podemos deshacer. Siempre estoy aplicando el método histórico. Leo muy bien a las personas, analizo cada cosa que me dicen.
¿Deja un margen de error, un beneficio de duda? Usted podría no acertar.
Siempre. Hago conexiones en la medida en que reviso el discurso que están construyendo: busco entender sin juzgar. Aquí hay mucha psicología.
Entonces, ¿es prevenido con las personas? ¿Confía en los demás?
Sí soy prevenido pero también confío. Por razones de vivencia y profesionales siempre estoy leyendo al otro.
Lee entre líneas entonces…
Exacto. Reviso en qué hace énfasis, porque el otro puede querer distraer el punto principal o insiste tanto en él para que yo lo crea.
¿El estado de silencio, por la observación y el análisis que requiere el historiador, es una constante que se vuelve un estilo de vida y muy seguramente sea una característica de personalidad necesaria?
Sí, soy intuitivo. Como en raras ocasiones puedes hablar con la fuente, entonces siempre se está prestando atención. Recuerdo un texto de Carlo Magno. Era una ley restrictiva y descubrí que a los dos y luego a los cuatro años sacó la misma ley. Conclusión: no le hicieron caso. Al repetir muestra su debilidad y entre más agresiva la ley y entre más castigos prometía, más débil me parecía.
Cuando alguien le habla muy fuerte, está ocultando una debilidad: método científico.
Entender al otro me ayuda a evitar conflictos.
Tiene unos niveles de exigencia muy altos, entonces, ¿su equilibrio está en ser considerado con el otro?
Ponerse del lado del otro y tratar de entenderlo, es parte de la formación del historiador. Si yo fuera un artista, me fijaría en la combinación del color y en la armonía.
¿Y si fuera un color?
Siempre dije que el rojo pero últimamente me cuestiono. En la actualidad sería un azul profundo.
Claro, el rojo por lo impulsivo y azul por la madurez. ¿Y si no fuera una persona sino un animal?
Un ciervo en un bosque de niebla. Es un animal que me encanta por su tranquilidad y es un ambiente que me llama mucho. El frio, la lluvia y la niebla para mí son un refugio. Un chocolate al lado de una chimenea en un día de lluvia es para mí el momento ideal.
¿Si fuera un objeto inanimado?
Nunca me lo había planteado.
¿Cuál es el material con el que se identificas?
Con el cuero. Y ahora puedo responder que podría ser un sofá de espaldar alto: una silla Chesterton.
¿Referida a la comodidad y al amigo que acoge?
Sí, alguien que abraza al otro.
¿Si fuera un destino?
Rusia, sin lugar a dudas. Es muy fuerte la conexión con Rusia.
¿Cuál es su melodía?
Clásica. Brahms. Un chelo.
¿Cuál es su proyecto más inmediato?
El matrimonio.
¿Cómo le gustaría ser recordado cuando se vuelva historia?
Como una persona que ayudó a devolverle a la gente la cultura sacándola de las grandes instituciones.
¿Cuál va a ser tu historia?
La de un joven sin paradigmas que cumplió sus sueños.