Juan Diego Puerta López lleva veinte años viviendo en Roma. Siguió los rastros de Fellini, Pasolini, Visconti, Miguel Ángel... Se fue por amor al arte. Puerta no abandonó el país por huir de la violencia que vio de frente; él abrió sus horizontes porque sabía que su sueño de hacer cine debía realizarse con los referentes que siempre tuvo en su cabeza. A Colombia viene relativamente seguido, pero más ahora que decidió realizar una investigación para llevar a cabo su primera película. Sabe que como artista no puede desligar la realidad que ha narrado y observado con precisión y con respeto.
“Hay muchas historias en Colombia que aquí en Europa son vistas como el realismo mágico de García Márquez. Ven que esa realidad supera cualquier cosa. Allá vemos cosas que son normales, pero que aquí sorprenden”, afirma el director Juan Diego Puerta López, quien también cuenta que acercó a los italianos “con una historia muy pequeña de un personaje que conocí en Medellín: un muchacho de 18 años que había sido sicario. El muchacho estaba obsesionado con encontrar una de las caletas de Pablo Escobar. Le habían dicho que en una finca había una caleta, un tesoro. Me sorprendió mucho porque cuando pasé con mi hermano ahí cerca vimos a este muchacho y nos saludó. Estaba excavando un hueco. Le preguntamos qué estaba haciendo y nos respondió que ahí, tal vez, había una caleta. Poco a poco pasaron los días y él seguía excavando. Eso me encantó para iniciar la historia de un personaje que es una especie de ‘pos-Escobar’. Estar en búsqueda de esos tesoros que no encuentran y que se convierten en leyendas. Este es el primer personaje. Después me encontré con otro mundo en Medellín: los transexuales. Encontré una trans en Itagüi. Allí era discriminada, pero al final obtuvo respeto gracias al cura de la iglesia. Ella era la encargada de vestir santos para las procesiones. A mí me encantó esa historia porque ella empezó a contarme sobre la homofobia de la gente, hasta que un día, en la iglesia, el cura dijo: “Todos son hijos de Dios”. Y desde entonces ella fue respetada. Ella es una mujer que “adopta hijos”. Es como una psicóloga que acoge a muchachos que quieran hacer un proceso o una transformación, para facilitar esos estados en los que los hombres sienten por dentro que son mujeres y quieren ser transexuales. De estas historias he creado dos hermanos para la película: uno mayor que fue sicario y uno menor que es homosexual. Uní esas historias y empecé a investigar. Escribimos un guion de estos dos hermanos que están siempre en conflicto. Los situé en el barrio Manrique, que es un barrio muy popular en Medellín. La película es una especie de Almodóvar en sus inicios, con un lenguaje similar a Fellini, con una parte onírica”, cuenta el director colombiano, quien en diciembre de 2018 también inició el rodaje de un cortometraje llamado Treinta y cinco, llamado así por el número de transexuales asesinados en Italia a causa de la homofobia.
Juan Puerta acepta que su película es de contrastes. La Medellín “pos-Pablo Escobar” es una mirada que no niega el pasado ni sus secuelas en el presente. Su mirada, que está permeada por la memoria de un joven que vivió en el barrio La Estrella, al norte de Medellín, y que vio la muerte de frente cuando él todavía vestía un uniforme de colegio y cargaba en su maleta los libros que eran privilegio de clase y no derecho como debe ser siempre, evoca la perspectiva de una ciudad que salió del agujero negro construido por Escobar que se estaba tragando el porvenir de la ciudad.
Puerta López, quien cuenta con el apoyo del actor Manolo Cardona para la producción de la película, dice que “fue muy duro ir a Manrique. Hablé con sicarios. Fue fuerte porque yo llegaba muy mal a casa después de esas entrevistas, porque viví esa realidad pero nunca tuve miedo de asumirla. Fue duro después de tantos años poder hablar con personas que te cuentan cómo han matado a más de treinta personas, cómo han perdido la cuenta de los asesinatos cometidos. Fue difícil aceptarlo y eso me puso en crisis. Quedé muy destruido emocionalmente, porque eso me despertó muchas cosas de mi infancia y adolescencia, muchas cosas que había superado con el tiempo, porque yo voy siempre para adelante, pero ahí se despertó el drama de cuando, por ejemplo, llegando del colegio, la gente estaba alrededor en la calle mirando y había un tipo muerto en la calle que era amigo mío. Esa realidad de salir de la casa y no saber si llegabas. Mataron a Víctor. Mataron a Humberto, a Marco. Era dura esa precariedad. Ver esa realidad de los sicarios me despertó mucho ese mundo que está ahí en la memoria. Lo interesante de mis notas de dirección es que cuento la historia de un niño que está en la ventana (era yo con mi hermano) y en la calle se sentía como un disparo. Y mi papá no me dejaba salir hasta muy tarde porque existía el temor. Yo vengo de un barrio que se llama La Estrella, que fue muy caliente en el período de Escobar, había mucha gente que trabajaba para él. Después de tantos años, al regresar a Colombia y ver a todos mis sobrinos jugando por la calle muy tranquilamente y sonriendo, vi cómo me pesaba recordar que muy a menudo no podía jugar por la calle hasta cierta hora. Eso me impresionó. Y mi película habla de eso, de un pasado fuerte que no tiene necesidad de contarlo, pero que sí se siente en el aire”.