Juan Guillermo Cuadrado habla con la tranquilidad de quien ha disfrutado a pulso de sus éxitos y ha sabido lidiar con la adversidad. A sus 37 años, este futbolista oriundo de Necoclí, en el Urabá antioqueño, no solo ha brillado en las canchas de Europa, sino que ha construido, paso a paso, un legado que lo ha inmortalizado como un referente del deporte colombiano.
“Siempre fui un niño muy soñador y Dios me premió no solo con lo que soñaba, sino con más de lo que pude imaginar”, dice con emoción. Así como en la cancha puede ser un lateral, un carrilero o un extremo, en la vida también supo adaptarse a las circunstancias.
Detrás del jugador que durante más de una década ha vestido la camiseta de la selección de Colombia —es el segundo con más presencias—, hay un hijo profundamente agradecido con su madre, Marcela Bello. No pudo contar con su padre, Guillermo, porque la violencia se lo arrebató cuando apenas tenía cuatro años.
A pesar de todo no perdió de vista su horizonte y creció con el objetivo claro de ser futbolista profesional. Sus buenas actuaciones a nivel aficionado con el Atlético Urabá llamaron la atención en la primera división. Independiente Medellín le dio la oportunidad de debutar y el resto fue historia.
A los 20 ya era profesional, a los 21 dio el salto al fútbol europeo tras firmar con Udinese y a los 22 ya estaba en la selección. Disputó dos Mundiales —fue el máximo asistidor de Brasil 2014 junto a Toni Kroos— y cinco Copas América. En 2015 se convirtió en el primer colombiano en ganar la Premier League y, con seis Scudettos, es también el futbolista tricolor con más títulos en la Serie A y el de más partidos en la Liga de Campeones.
Cuadrado, cuyo mejor momento ocurrió cuando era jugador de la Juventus —club en el que llegó a ser capitán—, sabe que ha sido un privilegiado y que por eso siente que tiene un deber más allá del deporte. “Le agradezco a mi mamá una crianza con buenos principios. Realmente siempre empieza desde casa. La mayoría de los muchachos sabe la importancia de no solo ser futbolista, sino persona”.
Uno de los motores de su vida ha sido el deseo por ayudar al prójimo. De ahí nació la Fundación Juan Cuadrado (FJC), que tomó forma en una conversación sencilla en su casa: “Nos sentamos a hablar ahí con mi representante, Andrés Martínez, y dijimos: ‘Ve, deberíamos hacer algo… así como Dios nos ha bendecido, ¿cómo podemos ser bendición para otras personas?’”.
Ese fue el punto de partida para un proyecto que hoy apoya a niños de Medellín. Ve a su fundación como un puente para que puedan cumplir lo que él logró. En ella forma a niños y jóvenes a través del deporte, alianzas educativas y apoyo psicodeportivo. Cerca del Instituto Tecnológico Metropolitano tiene un comedor en el que, con apoyo de Hyundai que facilita su transporte, permite que niños de la FJC y La Sierra (barrio de la Comuna 8) puedan tener dos comidas al día.
También lleva un mensaje de esperanza a cárceles del país, como la de Bellavista, en Bello, la que visitó hace un par de semanas. “Uno debe asumir los errores por las decisiones que uno toma, pero siempre trato de llevar un mensaje de esperanza, de vida”, dice, convencido de que la transformación es posible incluso en los lugares más hostiles.
Si algo define al volante antioqueño, quien lleva 16 temporadas en la élite europea, es su constancia. “Ese niño que nunca se rindió, siempre tuvo en la cabeza la determinación de seguir”. Hoy, después de haber jugado en grandes clubes europeos, como Chelsea, Juventus, Inter de Milán, entre otros, sigue entrenando con disciplina no solo para mantenerse en la élite, sino para volver a vestir la camiseta tricolor.
“Estoy orgulloso porque nunca dejé de creer. Dios puso un sueño en mí y trabajé. Me esforcé aún con los ‘no’ que venían”. La carrera, para él, no termina con los títulos: “Para mí es mejor premio seguir corriendo, tener educación, estar un día en el cielo con mi papá”.
Por eso, cuando habla de su vida después de las canchas, lo hace con los pies en la tierra. Ha estado estudiando gestión deportiva y tiene claro que quiere seguir vinculado al fútbol, tal vez como representante, tal vez como empresario. En paralelo, ha invertido en proyectos como el Gautapé Plaza en Antioquia y otros negocios en Estados Unidos e Italia. Su visión es clara: “El fútbol es por un rato y debe interesar no solamente el presente, sino tratar de darle unas buenas bases a tu familia”.
Aunque no esconde su deseo de seguir compitiendo en Europa y eventualmente regresar a la selección —“representar un país es de lo más hermoso que puede haber”—, también contempla, con ilusión, la posibilidad de cerrar su carrera en el Medellín, el club que lo vio nacer a nivel profesional. “Me encantaría poder hacerlo ahí, en el poderoso”.
Y cuando se le pregunta por el talento de su región, de la que han salido más deportistas de renombre, como Caterine Ibargüen, Yuberjen Martínez y Francisco Mosquera, responde con orgullo que “en Urabá hay personas con mucho talento y con mucha hambre de superarse. Eso hace la diferencia: no solo tener un sueño, sino luchar para conseguirlo”.
Cuadrado, a los lugares a los que fue, dejó un poco de su cultura. Por él, en los vestuarios del calcio se usó la palabra “panita”. Sus bailes, gambetas y alegría quedaron marcados en la élite, donde más que compañeros tuvo grandes amigos. Quiere ser recordado como algo más que un futbolista. “Que las personas me conozcan no por el jugador que soy, sino por tener principios. Quiero reflejar lo que soy como hijo de Dios: con dificultades, no siendo perfecto, pero sí cada vez más íntegro”.