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Juan Marsé: la rigurosidad de un joyero

Presentamos un perfil del escritor español Juan Marsé, autor de más de trece títulos, quien el 18 de julio falleció en Barcelona a los 87 años.

20 de julio de 2020 - 02:53 p. m.
Juan Marsé nació en Barcelona y vivió allí la mayor parte de su vida. / Archivo particular
Juan Marsé nació en Barcelona y vivió allí la mayor parte de su vida. / Archivo particular
Foto: Archivo Particular

La crítica lo definió como un autor cuya obra se centra y limita entre el tardofranquismo y la recuperación de la democracia. Pero Marsé sobre crítica literaria no se interesó tanto.

Cuentan que se sentaba en algún andén para observar qué iba ocurriendo en las calles. Niños jugando, señoras mayores volviendo del mercado, los quioscos abriendo, cerrando, estando ahí, frente a él, confluían con recuerdos y percepciones de tiempos pasados. Se sentaba en silencio, como en una meditación, observando detenidamente -en ese silencio absoluto- la vida, la vida de los otros. Tal vez esta práctica venía de antes, de cuando era niño y con amigos de cuadra jugaba a inventarse historias sobre la gente que veían pasar. O tal vez antes, desde que abrió los ojos en 1933 y sin mayor consciencia del mundo, lo habitó desde la mirada.

Su madre falleció al poco tiempo de su nacimiento y su padre decidió entregarlo en adopción a su pareja amiga conformada por Pep Marsé y Alberta Carbó. De su infancia, Juan Marsé recordaba los bombardeos, el miedo, los gritos, las muertes, el ruido de la toma de Barcelona en 1939; seguido de cierta calma de la posguerra, que se le hizo un periodo larguísimo, tanto, que sintió que lo acompañó hasta el final de su vida.

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De niño fue portero. Desde ahí lo vio todo y aprendió a hacerlo: en los partidos veía a unos corriendo ya sin fuerzas, a otros tumbándose sin reparo. Gritaba desde atrás, señalaba y se movía, intentando ecualizar su defensa. Veía los contragolpes venir; tres o cuatro contra dos; los veía, pensaba, corría, paraba, y luego tapaba o caía: todo en ese micro tiempo que el fútbol provoca para que la reacción entre pensamiento y acción sea más repentina que lo acostumbrado afuera del juego.

Muy seguro vio la escuela de Crufyy y Van Gaal en el Barcelona, antes, por supuesto, que a Rijard y a Guardiola. Primero fue el fútbol, luego el cine: siempre observando. En una entrevista dijo que del cine aprendió “el oficio de narrar”, pues era más lo suyo “trabajar con imágenes que con ideas”.

Su escuela fueron el cinema y el televisor que llegaría a su casa. A los 13 años tuvo que dejar los estudios para aportar el pan diario. Entonces entró al taller de una joyería, en donde la precisión y la rigurosidad se acompañaron de una libreta que empezó a escribir a lápiz al volverse joyero. Las manos, el detenimiento, la observación, fueron fundamentales para su obra.

En la planta de joyería trabajaban alrededor de treinta personas. Al regresar a su apartamento cada tarde, un retrato de Edith Piaf colgado en la pared acompañaba sus horas de escritura.

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La escritora, que ejerció el ejercicio de la traducción, Paulina Crusat, fue su amiga entre finales de la década de 1950 y los años setenta. Intercambiaron correspondencia, charlas y reflexiones sobre el oficio de crear atmósferas y arquitecturas literarias.

Una portada de prensa de 1960 hizo famosas las jornadas de trabajo de Mersé: “Joyero hasta las tres de la tarde, novelista de tres a nueve”, cuando quedó finalista de un concurso con Encerrados con un solo juguete (1960), novela anterior a Últimas tardes con Teresa, la cual comenzaría a escribir en París y terminaría en 1965, sobre la amistad de una universitaria burguesa con un ladrón de motos que le hacía creer a todos que en realidad era un obrero militante. Por esta publicación lo invitaron a dictar charlas sobre el sindicalismo en Barcelona, que rechazó.

Antes de acabar la novela ya había desertado por voluntad propia del Partido Comunista en París, alejándose así también y poniendo en cuestión la literatura revolucionaria.

En el tiempo que pasó en Francia, entre 1960 y 1962, trabajó como mozo de laboratorio para el químico Jacques Monod, dio clases de español y tradujo películas.

Si te dicen que caí (1973), estuvo censurada en España, mientras que al otro lado del océano ganó el Premio México de Novela. Para Marsé esta novela fue más una despedida de su infancia que un manifiesto en contra del franquismo. Pero hay lectores que, incluso décadas posteriores, no se dispusieron a escucharlo y encasillaron su obra entre formas y tópicos, pensándola como una propuesta hacia el hermetismo de lo contra franquista, más que una complejidad abierta.

En los años siguientes, Juan Marsé escribió La muchacha de las bragas de oro (1978), Un día volveré (1984), Ronda de Guinardó (1984), El amante bilingüe (1990), El embrujo de Shanghái (1993), Rabos de lagartija (2000), el poemario Amor de un gladiador (2003), La gran desilusión (2004), Canciones de amor en Lolita's Club (2005), Caligrafía de los sueños (2011), Esa puta tan distinguida (2016).

Sobre esta última, Marsé respondió que el tema del libro es en realidad “el tema de la falsedad, de los trucos y trampas que nos tiende la memoria”, un correlato del crimen que también ocurre en Si te dicen que caí, reconstruido.

En los últimos años, en su cuarto de estudio, tenía la frase “el esmero en el trabajo es la única convicción moral del escritor” lo que, para él, deslinda entre la honestidad del hombre que escribe y la honestidad de la obra. Rechazaba la deshonestidad en la escritura, como los escritores que sirven a regímenes.

Cuando le iban a entregar el Premio Cervantes, que ganó en 2008, declaró que le gustaba ser un escritor anómalo: son muy pocos los que deciden no trabajar en periódicos o universidades. De hecho, declaró que no le gustaba que lo llamaran intelectual.

En algún momento de su carrera, también por la época del Cervantes, surgieron preguntas en torno a su lengua de escritura, el castellano, a las que respondió: "Para mí no es problema escribir en castellano, y no lo es porque yo he vivido siempre en una sociedad bilingüe, y esa especie de dualidad para mí es connatural desde chaval. Es una situación anómala en la medida en que la lengua propia de Cataluña es el catalán y es el idioma materno, nada más (…) En fin, sin querer compararme, me gustan las situaciones fronterizas del escritor, incluso la marginación social es buena y conveniente".

Con su esposa y su hija hablaba en castellano. Con amigos cercanos también. Siempre fue crítico de la burguesía de Cataluña, el nacionalismo y hasta de cierto tipo de cine español. Siempre estuvo de pie, mirando de frente la coyuntura de su tiempo, desde la orilla del arco.

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