Juanita Escallón: “El trabajo del editor es lograr que el lector no sienta su aparición”
Juanita Escallón es periodista y trabajó como editora de libros en la editorial Planeta. Su taller “Escribir para sanar” fue diseñado para quienes quieran explorar la escritura como una herramienta de pensamiento y autodescubrimiento.
Laura Camila Arévalo Domínguez
¿Cómo comenzó a escribir? ¿De dónde viene esta pulsión por contar historias y esta convicción de que, además, esto sirve para sanar algo o alguien?
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¿Cómo comenzó a escribir? ¿De dónde viene esta pulsión por contar historias y esta convicción de que, además, esto sirve para sanar algo o alguien?
Desde que era una niña disfruté mucho de escuchar historias. Más que comunicarlas, mi gusto comenzó escuchando historias. Yo digo que tengo un alma chismosa porque siempre he querido saber de todo. Soy muy curiosa. Al crecer me di cuenta de que la lectura me encantaba porque, claro, ahí sí estaban todas las historias que quisiera disponibles. Después comencé a escribir y desde ese momento lo hago. Tengo diarios llenos de cosas que se me van ocurriendo y que voy plasmando. Cuando tenía que elegir carrera, me fui por periodismo: fue la que creí que había que estudiar para seguir con lo que quería. Claramente elegí el periodismo escrito porque la radio y la televisión, debido a mi timidez, no se me daban muy bien. Cuando me gradué, mi primer trabajo lo conseguí en una ONG al servicio de niños vulnerables. Mi función allí fue la de escribir las historias de estos niños, hasta que decidí que debía estudiar más y me fui para Argentina a estudiar una maestría. Volví a Colombia y seguí uno de mis sueños desde que estaba en la universidad: ser periodista de conflicto. Trabajé como periodista del Grupo de Investigación de contexto del Ejército. Básicamente, lo que hacía era investigar el conflicto en las regiones de La Guajira y del Urabá antioqueño. Allí estuve durante un año, pero al terminarse ese período, renuncié: el ambiente era muy pesado, muy duro. Viví experiencias muy desafortunadas.
¿Le gustaría contar cuáles fueron esas experiencias?
Pues fueron las propias de ese ambiente tan violento: debía entrar a los centros de reclusión militar y me enfrenté a esa realidad, que es muy cruda. Recibí amenazas y una vez, estando en un batallón, pusieron una bomba, así que la angustia de ese momento en el que, además, no nos dejaban salir, fue máxima. Además de eso, ser mujer y estar en ese ambiente fue mucho más duro: los soldados te dicen cosas, estás muy expuesta, etc. Decidí volver a Bogotá porque reflexioné sobre lo que quería y en ese momento la idea de tener una familia me convenció.
¿Qué pasó en Bogotá?
Que llegué muy desubicada. Yo sabía que quería contar historias, pero no cómo ni en dónde. La primera oportunidad de trabajo que salió fue en la Revista Caras, y yo necesitaba trabajar, así que lo hice. Estuve aproximadamente un año y medio siendo periodista de farándula, pero me di cuenta de que ese no era mi lugar ni esas eran las historias que a mí me interesaban.
¿Por qué?
No quiero decir que las historias contadas en estas revistas sean peores o livianas o que no sean significativas. Defiendo mucho el entretenimiento porque creo que contribuye al bienestar de las personas, sobre todo en esta pandemia en la que tuvimos que recurrir a entretenernos tanto. La razón por la que me fui tiene que ver con mi búsqueda de coherencia, con mi búsqueda de propósito. Yo lo que quería era darle voz a los que no la tenían, y en las revistas como Caras o Jet Set se les da voz a personas que ya están muy amplificadas. No está mal, solo no era lo que yo quería.
De Caras y Jet Set llega a la editorial Planeta, ¿cómo?
Fue un regalo de la vida y todo un reto: mi experiencia era en medios de comunicación como periodista, no como editora.
¿Y cómo hizo esta transición? Es decir, los oficios son muy diferentes, ¿cómo cambiaron sus rutinas y tiempos de trabajo? ¿En qué cosas tuvo que comenzar a fijarse con mayor atención?
Ha sido el desafío más grande que he tenido en la vida. Hay carreras para ser editor o editora, ¿me explico? Es un oficio específico en el que se requiere de conocimiento y mucha práctica, pero lo que me salvó es que cuando llegué a Planeta la mayoría de los editores eran periodistas. El oficio del periodismo te entrena para construir relatos y un libro, finalmente, es un gran relato. Por supuesto que en el proceso tuve que aprender muchas cosas editoriales que, seguramente, son las que estudian las personas especializadas. Para editar un libro tienes que tener clara la estructura de un relato y en el periodismo aprendes sobre eso: sentido del texto, orden lógico y narración.
Hablemos del comienzo de esos procesos de edición con los autores. ¿Cómo es? ¿Llegan con algo escrito o no? ¿Cómo trabajó con autores que no eran escritores?
Los editores o, mejor dicho, en la industria editorial se dice que uno tiene olfato para saber qué libro es bueno o malo. Además de que también necesitas de un entrenamiento para saber cazar tendencias y si son potenciales para convertirse en libros. Yo, por mi parte, tuve que inventarme una metodología para editar a mis autores: la inmensa mayoría no eran escritores, así que no tenían la disciplina ni la práctica de la escritura. En la industria editorial hay una figura llamada “Escrito fantasma” y es esta persona la que escribe lo que el autor de la historia tiene en la cabeza. Eso no quiere decir que el autor no haga nada, no, es un trabajo del autor, el escritor y el editor. Mi metodología consistía en hacer un trabajo inicial de reflexión muy profundo sobre la idea misma del libro. Les preguntaba qué querían contar, cuál era el mensaje principal y cómo soñaban comunicar su idea. Después de que eso está listo, comienzo a leer a ver correcciones y hacer ediciones.
¿Cuál cree que es el mayor valor de un editor?
Creo que el trabajo del editor es lograr que el lector no sienta su aparición. Ese bebé es del autor y uno es una herramienta que le colabora para que lo traiga al mundo, para que le de vida. Es reconocer que ese no es mi libro, es del autor, pero sí es mi responsabilidad que ese libro salga lo mejor posible.
¿Cuánto se demoraba con cada libro?
Seis meses más o menos, pero hay que tener en cuenta unas variables: la mayoría de los libros que yo editaba eran testimoniales. Como no eran escritores con experiencia sino que se debían enfrentar a una reflexión, a escarbar en sí mismos para sacar esa historia de forma honesta y creíble, los procesos podían ser muy demorados. No era fácil. Hubo autores que duraron un año y medio escribiendo su historia y es entendible ya que el proceso emocional termina siendo muy duro. Ahí fue donde me di cuenta de que la escritura era capaz de traer mucho bienestar a la vida de quien la acogiera.
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Por esto fue que viajó a Inglaterra a estudiar “Escribir para sanar”…
Sí, esa idea nació de la experiencia que tuve con los autores, de ver lo que les pasó. En Planeta las cosas cambiaron mucho y yo ya necesitaba un respiro, así que viajé y atravesé la primera fase de la pandemia en Inglaterra. Haciendo lo que estaba haciendo desde el encierro, se me ocurrió abrir Juanita dos puntos, que se trató de una cuenta en Instagram en la que contaba historias. Es por eso también que defiendo el entretenimiento: mi cuenta, en la primera semana, ganó más de 2.000 seguidores, y fueron personas interesadas en las historias que yo contaba. De ahí también nace la idea de hacer un taller de escritura para ganar peso. También nació del miedo que tenía de regresar a Colombia con la sensación de extravío que ya había sentido antes… Me pregunté, de nuevo, qué quería hacer, pero esta vez lo hice por mi cuenta sin esperar mucho del exterior…
En qué consiste el taller. ¿Es para personas que quieran convertirse en escritoras o escritores?
Me pregunté mucho esto y la respuesta es que no. Claro, el objetivo es la escritura, pero vista como una herramienta de pensamiento y de autoconocimiento. Aquí lo realmente importante no es la calidad del texto, sino del proceso, del camino, de la lucha por sacar lo que haya que sacar a través de las palabras, que es un ejercicio tan íntimo y honesto. Y sí, las personas que se inscriban deben tener algún gusto por la escritura, pero no tienen que ser escritores expertos. Todos tenemos una historia para contar y estamos en busca de un estado de bienestar o de, por lo menos, de conocimiento de nosotros mismos. No se me ocurre mejor manera de conocerte que escribiendo.
Visto de manera superficial, se escribe para que alguien lea, pero aquí la ecuación es distinta: se escribe para leerse, para reconocerse. Se escribe para que, tal vez, nadie nunca lea lo escrito. Es un autoservicio…
Este taller no está pensado para escritores, pero es muy probable que las producciones que salgan de aquí sean publicables y publicadas. Los textos que aquí se produzcan podrían dar mucha luz sobre la capacidad, la fuerza o las virtudes de ser capaz de sentarse en frente de una hoja blanca para estar contigo y nadie más. Eso fue lo que le pasó a Isabel Allende cuando escribió su primera memoria: no estaba hecha para ser leída por alguien más, pero terminó saliendo a la luz porque su autora entendió que podría servirle a alguien más.