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Juliana Camacho: “La impermanencia y el dolor hacen parte de la vida”

El cuerpo y lo femenino son dos conceptos que atraviesan la novela “Los desvíos”, escrita por Juliana Camacho.

Andrés Osorio Guillott

19 de julio de 2025 - 09:13 a. m.
"Los desvíos", de Juliana Camacho, relata la historia de una mujer a quien le diagnosticaron escoliosis.
Foto: Cortesía
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Juliana Camacho, que fue finalista del Premio de Narrativa Hispanoamericana Las Yubartas por su libro Los desvíos, habló en esta entrevista sobre cómo lo femenino, el cuerpo y la familia son conceptos transversales en esta historia que resulta una misma metáfora del cuerpo, de la espalda del personaje principal, y que hace que la narración precisamente no sea lineal, sino que asemeje una especie de espiral en el tiempo.

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Sobre la creación de este libro, Camacho contó: “El germen de Los desvíos se encuentra en unos textos que escribí hace unos años sobre mi relación con la música brasilera, forjada en mi infancia bajo la influencia de mi papá, que es un melómano consumado. La imagen de una niña atrapada en un corsé ortopédico que mira embelesada las carátulas de los discos de Gal Costa, de Maria Bethania, de Ney Matogrosso, me pareció rica narrativamente y muy poderosa. La escena contenía mucho: el cuerpo de una niña constreñido justo en el momento en que está mudando y quiere despuntar, y lo que le dicen a la niña esas mujeres brasileras con sus pelos crespos monumentales, tan cómodas en sus cuerpos, y esos hombres que desafían las expectativas de la masculinidad. Entonces, empecé a preguntarme por el cuerpo intervenido y restringido desde lo médico, lo social, lo religioso. Pero también quise hablar de cómo la mirada de una niña se desvía hacia algo más luminoso, cómo el cuerpo inclinado tiende hacia otros cuerpos en un entrelazamiento continuo de dependencias, y así resiste, da la pelea y se emancipa”.

“Compuse, entonces, capítulos breves o viñetas que narran el trayecto de esa escoliosis en el cuerpo de la narradora. A ese relato se le suman otras historias de las mujeres que rodean a la protagonista, y que de un modo u otro hablan sobre el cuerpo retratado justo cuando este se modifica, se congrega, se amilana o se redime”.

¿Por qué le interesaba situar a la narradora en la infancia? ¿Qué le interesa de esta etapa de la vida y por qué era importante para esta novela?

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La infancia, en particular la de las niñas, me parece un momento fascinante de la vida. En las niñas vemos cómo se construye el andamiaje de lo femenino, qué expectativas recaen sobre ellas, qué roles les imponen los adultos, cómo aprenden por imitación, cómo negocian sus cosas, pero también, y sobre todo, cómo precisamente porque están empezando a jugar esos roles de género que aún no dominan, se equivocan, se rebelan de modos contundentes o sutiles, y se inclinan. Así vemos las fisuras de esas imposiciones, lo artificioso de esas expectativas asociadas a la feminidad y creo, entonces, que por esas grietas se cuela la luz. Por otra parte, estoy convencida de que siempre podremos poblar muchas más páginas de niñas, y narrar esas vidas en toda su espesura, su hermosura y su complejidad.

Los desvíos, la curvatura en su espalda... Aquí hay también una exploración del cuerpo. Hablemos de la importancia de ese concepto y por qué era clave también en esta novela

El cuerpo es una preocupación central de la literatura contemporánea. La académica Alice Hall nos recuerda que el cuerpo es a la vez metáfora, campo de batalla cultural, un desafío para que los escritores encuentren nuevas maneras de plasmar las experiencias materiales en forma y lenguaje, y una vía para analizar y cuestionar los modos en que las fuerzas sociales e históricas «escriben» los cuerpos, pero también cómo estos pueden ser lugares de resistencia. En el caso de Los desvíos, la columna desviada y los modos en que se interviene el cuerpo de la protagonista para corregir su columna y enderezarla, son el hilo conductor de la novela. La experiencia del cuerpo refleja, además, presiones más grandes: lo médico, las imposiciones de la belleza, la rectitud moral. Así mismo, quise replicar la curvatura de la espalda en la estructura misma de la novela, que no es lineal, que se tuerce, que no tiene un nudo y no avanza por conflicto sino más bien por una lógica asociativa, de acumulación.

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La narradora cuenta que quiso un diario para escribir “cosas ocultas”. También me parece importante esa exploración de la intimidad y su relación con la escritura.

La niña, limitada en sus movimientos a causa del corsé ortopédico y de la fiscalización de su cuerpo, afina la mirada y observa atentamente su entorno. Ella lee mucho, escucha música y empieza a escribir. En esos espacios de soledad y de exploración de la experiencia estética, la narradora ensancha su mundo y puede irse a otros lados sin moverse de lugar. Eso es muy poderoso. Así, va conquistando espacios de libertad propios, sin la intromisión de los adultos. A través de la imaginación y de la disciplina en la mirada logra saltar rejas y obviar corsés, vestidos de primera comunión, secadores de pelo, todo lo que la restringe.

También el libro está atravesado por la feminidad, si se me permite esa expresión. ¿A qué se debió también ese tejido o esa red de mujeres en la novela?

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Soy una mujer rodeada de niñas y mujeres. Soy mamá de una niña adolescente, tengo una relación de mucha hondura con las mujeres de mi familia y con mis amigas, y además soy profesora de un colegio de niñas. Las mujeres, y en especial las niñas, son lo más interesante que me pasa a diario. Escribir sobre una niña que crece en compañía de otras mujeres, me parecía entonces natural y urgente. Así mismo, al querer explorar cómo se moldea el cuerpo de una niña para la obediencia y la rectitud, y los modos en que el género, como dice Judith Butler, es una temporalidad social constituida, tuve claro que el grueso de ese trabajo minucioso de modelar lo femenino - sobre todo en una cultura tan patriarcal como la nuestra, atada a unos ideales de belleza restrictivos y absurdos - lo hacen las mujeres. Son las madres quienes suelen ocuparse, por ejemplo, de enseñar a las niñas los rituales en torno a la belleza y el cuidado del cuerpo, así como la educación moral y religiosa, temas que son centrales en Los desvíos. Por otra parte, me interesaba escribir sobre la amistad entre niñas. La protagonista de Los desvíos y sus amigas intentan, por ejemplo, jugar en una fiesta mientras llevan puestos esos armatostes que son los vestidos de primera comunión. Primero se mueven despacio, torpemente, y hablan en voz baja, no solo porque el vestido no les deja moverse con facilidad, sino también porque después del ritual religioso sienten el peso de la pureza espiritual que les cayó encima sin ellas haberlo pedido. Pero entonces las vemos al rato olvidarse por un momento del vestido y la rectitud, y empezar a hablar más alto y a reírse a carcajadas. Como esa hay en el libro otras escenas en las que se evidencian los mandatos que recaen sobre las niñas y cómo ellas encuentran la manera de obviarlos o transgredirlos. Esos son, sin duda, los capítulos que más me gustan de la novela.

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El libro tiene también una especie de banda sonora, compuesta por canciones de diversos autores. No quisiera pasar por alto preguntar por esas referencias musicales y por ese elemento como parte de la narrativa.

La música, como dije anteriormente, está en el corazón de la escena que dio origen a la novela. Tengo, además, una relación muy vital con la música; tengo alma de groupie y no puedo vivir sin música. Creo, además, que se puede trazar una cronología personal a través de las canciones que lo acompañaron a uno en diferentes momentos de la vida. En la novela, la música está presente de dos modos. Por un lado, hay canciones y cantantes que contextualizan la historia en un momento o una circunstancia particular. Por ejemplo, cuando describo la peluquería a la que la protagonista y su madre van todos los sábados, digo que en la radio sonaban canciones de Cerros Estéreo - Yuri, Pimpinela, Daniela Romo - y con ello le doy más textura a la escena y la anclo en los años ochenta. Hay, por otro lado, referencias musicales que son importantes narrativamente. Por ejemplo, en un capítulo la niña observa a sus tías transcribir a mano las canciones de Los Beatles. Las tías paran el casete, intentan descifrar la letra, se concentran, repiten varias veces una misma estrofa y después de días de trabajo minucioso cantan las canciones con la letra, su letra, en la mano. En esa escena la niña es testigo de unos cuerpos dedicados a la tarea del amanuense, unas mujeres que están con todos los sentidos puestos en el presente, pero que a la vez se encuentran en otro lugar, absortas en la música.

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“Ser una familia es estar parados juntos en medio de algo vasto”. ¿Por qué tocar también ese tema, el de la familia, en la novela?

La familia es parte central de la vida de la narradora, y suele ocupar un lugar importante cuando se narra la infancia de un personaje. La niña de Los desvíos tiene una familia muy presente, que se inmiscuye de forma directa en su vida y le dicta qué hacer con su cuerpo y cómo pasar sus horas. Lo complejo de esas intervenciones de la familia para arreglar la curvatura de su columna y para que ella “se arregle” en términos de su aspecto físico, es que están mediadas por el afecto. La madre se entromete en su vida e intenta embellecerla y enderezarla por su bien. Eso complica esas relaciones y las llena de matices. Si la manifestación del amor parental es el deseo de componer el cuerpo de los hijos, entonces la belleza física sería prueba contundente de amor y cuidado, lo cual resulta muy problemático.

¿Por qué elegir a Bogotá como lugar para la novela?

Escribo sobre Bogotá porque es la ciudad donde crecí, y siendo esta una historia en clave autobiográfica, me parecía lógico que ocurriera allí. Me interesaba, además, situar a esa niña, que está encontrando su lugar en el mundo, en una ciudad y en un país que le dice a la narradora cosas muy complejas sobre qué es ser niña. La protagonista crece en la Colombia de los ochenta y noventa, un país que se rendía cada noviembre ante el Reinado Nacional de la Belleza y que auscultaba con ojo clínico a esas otras “niñas” que representaban a cada departamento de Colombia, como si el país cupiera por un mes en treinta y dos mujeres a las que además llamábamos señoritas o niñas. Es la misma Colombia que también en noviembre vio al Palacio de Justicia en llamas y a Armero sepultado bajo el lodo. Ahí hay mensajes contundentes sobre la potestad del cuerpo y las violencias que se ejercen contra los cuerpos.

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“Entendí que a veces la pérdida no se inmuta y es sorda a la espera y el anhelo”. ¿Qué opina de esa frase?

Haber crecido en la Colombia de los años ochenta y noventa nos confrontó desde temprano con la idea de la pérdida. La narradora de Los desvíos ve por televisión los ojos estallados de Omaira Sánchez, el cuerpo agonizante de Luis Carlos Galán, las latas ennegrecidas de los carros bomba. Así mismo, ve en su familia situaciones dolorosas que ella no puede cambiar. Así, empieza a reconocer la distancia entre la voluntad y la realidad, entre el deseo y su realización. Esa es parte de la educación sentimental que viven los niños. Una suerte de arena movediza sobre la que reconocen que deben moverse. Entiende que la seguridad es porosa, y que la impermanencia y el dolor hacen parte de la vida.

¿Qué opina también de esta otra afirmación del libro hecha por la profesora de la narradora: “Entre más necesidades tiene un pueblo, entre más ciencia, ciudades y cultura ha creado, entre más objetos acumula y ritos practica, más vulnerable se hace y más fácilmente sucumbe”?

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La narradora escucha esta frase en clase de historia, cuando la profesora insta a los estudiantes a preguntarse cuáles son esos objetos de la vida cotidiana sin los cuales no pueden vivir, para así hacerles entender que entre más cosas posean y necesiten, más vulnerables son, por estar atados a lo material y así ser menos flexibles al cambio. La niña piensa inmediatamente en el secador de pelo, del cual depende para alisar diariamente sus crespos. Como me interesaba tocar el tema de la belleza como imperativo que recae sobre los individuos desde la infancia, sobre todo de las niñas, me pareció que esa reflexión de la protagonista era elocuente. Hoy en día esa dependencia de objetos y productos cuyo objetivo es embellecer los cuerpos va en aumento, y se da cada vez más temprano. Basta pensar en cómo la industria cosmética de Estados Unidos, donde vivo, coopta a niñas desde los nueve o diez años para venderles serum de vitamina C o ácido hialurónico envasado en frascos de colores neón que claramente están diseñados para atraer un público infantil. Ahí se instala en la vida cotidiana una práctica en torno a la belleza que restringe y que es terrible porque obliga a las niñas a pensar que el cuidado personal es cuestión de acicalar el cuerpo con productos y rutinas que en realidad no necesitan.

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