El Magazín Cultural

¿Juntos pero solos? El síntoma de una sociedad hiperconectada

La soledad que, según recientes estudios, nos está matando, es más el resultado de una sociedad con individuos cada vez más aislados. Aislamiento, que es un síntoma del producto de relaciones de nuestra sociedad actual.

Marco Cortés
07 de agosto de 2018 - 02:00 a. m.
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Un reciente estudio de la Universidad Autónoma de Madrid, que analiza las investigaciones en todos los idiomas publicados hasta la fecha en los que se relacionan la soledad y la mortalidad, revela que, especialmente en los hombres, la soledad es un factor que incrementa el riesgo de muerte.

Tracey Crouch fue nombrada por la primera ministra del Reino Unido, en un acto que podría considerarse de estilo orwelliano, como cabeza del “Ministerio de la Felicidad”. En ese país, más de nueve millones de personas dicen sentirse solas, asegura un informe de la Comisión Jo Cox para la soledad, y que animó a la isla a la creación de este ministerio.

En China, la fabricación de robots ha hallado un nuevo segmento: los robots sexuales. Su objetivo, paliar la soledad de solteros, ancianos y minusválidos. Lo que nos hace pensar en “Black Mirror” como un relato antropológico anticipado, más que como una serie de culto de ciencia ficción.

La soledad, nombrada como “epidemia”, se está convirtiendo en una plaga moderna para nuestra especie. A medida que la población mundial envejece, en un planeta con más de 7.442 millones de personas, según datos del Banco Mundial, y cerca de 7.800 millones de líneas de celular, según el informe anual Mobile Economy de 2017, se hace necesario pensar el problema de la soledad más allá de la sensación física de sentirse acompañado, próximo o conectado virtualmente a alguien.

Una de las grandes promesas de la tecnología, y una de las causas de la revolución que provocaron las telecomunicaciones, fue darnos la posibilidad de conectarnos en tiempo real con personas que están a distancias que sin ayuda de los artefactos tecnológicos podríamos tardar, horas, días, semanas y meses en alcanzar, conocer y entablar algún tipo de relación.

“La soledad como fenómeno humano es un planteamiento de la modernidad. En la antigüedad no aparecía la soledad, porque se vivía en comunidad. No había una escisión entre el ser individual y el colectivo”, asegura Jairo Estupiñán, psicólogo e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Externado de Colombia.

“Pienso, luego existo”. La sentencia cartesiana encumbró al “yo” como único fundamento de la realidad. Desde allí se construyó todo el desarrollo y la transformación política, social, cultural, económica y tecnológica de la modernidad occidental.

¿Pero no es el sentimiento de soledad connatural a la condición humana misma? Estar arrojados al mundo parece ser el motor que nos impulsa a dar significado a nuestra existencia, a crear el lenguaje, a entablar distintos tipos de relaciones, a dar sentido. Sentido que, aunque puede que pase por lo individual, siempre querrá ser comunicado, conversado, compartido.

Aristóteles creía en la naturaleza social del animal humano, muy diferente al planteamiento moderno del lobo solitario de Thomas Hobbes, quien concibe la naturaleza humana como un estado de violento aislamiento.

Un estudio publicado en 2006 por varios investigadores de México, sobre los conceptos actuales del suicidio, establece el aislamiento social como un factor de riesgo modificable relacionado con la “tendencia a percibirse como perdedor cuando se enfrentan situaciones estresantes de tipo psicosocial”.

Lejos está la soledad de ser un tema exclusivamente individual. Los sujetos que se sienten aislados (es decir, de este tipo de soledad negativa) experimentan condiciones psicosociales en niveles micro y macro que incrementan el estrés: una desfavorable situación económica, “la pérdida de un ser querido, las discusiones entre familiares o con amigos, la ruptura de una relación y los problemas legales o laborales”, así como también recesiones económicas, inestabilidad política o social en el país donde se vive, etc, asegura el mismo estudio, son factores que incentivan este tipo de soledad negativa.

En 2012, Sherry Turckle, socióloga y psicóloga del Massachusetts Institute of Technology (MIT), aseguraba en su libro Solos pero juntos que “las conexiones digitales nos ofrecen la ilusión de la compañía sin las exigencias que tiene la amistad. Nuestra vida conectada nos permite escondernos unos de otros, incluso cuando estamos vinculados a los demás. Preferimos mandar mensajes a hablar con los demás”.

¿Es esta soledad un síntoma y un reflejo de nuestra sociedad actual?

“Los racismos, las segregaciones, las descalificaciones hacia el otro, etc., generan un dilema en el ser humano alrededor del ‘quién soy’, y comienzan a surgir ciertas preocupaciones humanas en el sentido de la psicología clínica: la soledad y la depresión, la soledad y la psicosis, la soledad y la despersonalización. Allí la soledad se vuelve un problema. Allí la soledad humana ya no es un acto de creación, sino de cómo me ve el mundo, cómo legitiman mi existencia y cómo me legitimo en el mundo”, afirma el psicólogo de la Universidad Externado.

Esto quiere decir que las demandas existenciales de cada sociedad son una fuente de legitimación individual tan fuertes que pueden llegar a coartar la libre y creativa expresión de cada sujeto.

Si esto es así, la soledad puede degenerar en aislamiento. Este es el tipo de soledad que mata, que disminuye, que calla, que cierra la puerta a la conversación con los otros, que se convierte en un solipsismo doloroso.

“Puedo usar la tecnología para aislarme cada vez más y así contribuir a dicho solipsismo, o usarla como un elemento para dinamizar y mejorar la calidad de mis relaciones sociales. Esto quiere decir que no es la tecnología per se la que genera esta soledad dañina sino su uso, y así con todos los artefactos e instrumentos que el hombre ha inventado; usos que están ligados a paradigmas culturales y bajo los cuales nos educamos”, añade Estupiñán.

“El aislamiento tiene que ver con que me fue negada la posibilidad social de ser reconocido con y ante el otro. La soledad creativa es un recogimiento, producto de la voluntad, donde yo elijo el camino de la soledad para poder crear y después poder reconectarme con la sociedad”, concluye el mismo investigador.

Para la escritora colombiana Piedad Bonnet existen varios tipos de soledad: “Una que es por obligación, aquella que, por ejemplo, por una circunstancia de la vida te lleva a una etapa de soledad. Otra es una soledad escogida, casi absoluta, cuando se decide retirarse del mundo porque parece que esta soledad es más productiva que el ruido de la sociedad. Y otra es, por ejemplo, la soledad del escritor, quien necesita estar en soledad por muchas horas para leer y para escribir”.

“Ni el niño ni el escritor están solos, están con la riqueza de su proceso imaginario, están creando mundo”, asegura el psicólogo Estupiñán.

¿Perdimos acaso la capacidad creativa y de goce de la soledad que de niños compartimos con los escritores?

No hay estudios que demuestran si una sana soledad se puede enseñar a habitar, pero es cierto que el ideal moderno de lo social y lo individual ha minado ese goce de la soledad del niño con sus juguetes, o del escritor y sus momentos de recogimiento con la música, el silencio, la lectura o la contemplación.

“La soledad del escritor está invadida de otros. El novelista está con unos seres que siempre está conociendo y se pregunta constantemente cómo actuarían, qué harían; es un ejercicio de la imaginación que impide que te sientas aislado, como un niño. Los escritores jugamos a construir mundo”, dice Bonnett.

“A la soledad se le ha dado un desproporcionado valor negativo. La hiperconexión virtual y física le ha restado valor a la soledad. A nivel social, la soledad está estigmatizada, Y creo que esto esconde un miedo”, asegura Fernando Travesí, escritor español y director ejecutivo del Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ).

“Estamos condicionados por la mirada del otro. La soledad es una liberación de eso. Además, la soledad también permite desarrollar ciertas herramientas que, a lo mejor, en sociabilidad no puedes explorar”, dice el escritor español.

Claro que existen muchos actividades creativas que pueden ser estimulantes en grupo. Pero, por otra parte, “creo que es muy difícil desarrollar ciertos procesos creativos si no se hacen en soledad. La capacidad de expresión se potencia en momentos de introspección, donde se dejan de tener estímulos externos y solo recibes los estímulos que están en tu cabeza”, agrega Travesí.

En su último libro, La vida imperfecta, “los personajes tienen monólogos internos que, ante una situación de espera, van descubriendo puntos negros: repartiendo culpas, manipulando los hechos en favor o en contra”, encontrándose consigo mismos ¿Por qué huimos de la soledad, de ese momento en el que estamos frente al espejo de nuestra conciencia?

La literatura logra que el lector se adentre tanto en los pensamientos de los personajes que se encuentra, claro, con sus más grandes y altruistas anhelos, pero también con sus más perversos y oscuros miedos y deseos. ¿Es lo oscuro de nosotros lo que nos hace temerle a la soledad y preferimos resguardarnos tras una acartonada imagen bonachona de nosotros mismos? Si algo nos permite ver la literatura es que la soledad posibilita la capacidad de narrarnos a nosotros mismos, con todo y nuestros errores, culpas y miedos. En soledad podemos redimirnos, resignificarnos, proyectarnos, crearnos.

¿Cómo se aprende a estar solo? En lugar de hablar de “la soledad”, como una idea abstracta y única, deberíamos hablar de soledades existentes, tantas como seres humanos hay. Si esto es así, es tarea de cada quien aprender a relacionarse consigo mismo, en soledad, si no queremos que ella misma, que somos nosotros, nos convirtamos en aquel monstruo en el armario.

Por Marco Cortés

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