“No creo que haya interés en que nosotros mejoremos. Creo que eso lo hemos venido sufriendo siempre, pero siempre hemos resistido. Con apoyo o no, el teatro ha estado presente en las luchas políticas y sociales, además de las que se libran cada una de nuestras comunidades, con nosotros mismos”, dijo la artista Ángela María Osorio. Según ella, el teatro es revolucionario, disruptivo, incomoda, cuestiona y hace que la gente tenga una reflexión, un pensamiento crítico. Por eso cree, también, que es una de las artes más afectadas por todos los gobiernos. Y por eso, además, se involucró en la formulación del Plan Nacional de Teatro.
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Alguna vez, Arthur Miller dijo: “El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma”. Esa confrontación funciona como espejo retrovisor para el círculo de las artes escénicas que, durante años, a través de asociaciones, propuestas formales y muestras artísticas, se moviliza para que se reconozcan sus necesidades y demandas históricas.
La construcción e implementación de políticas culturales en Colombia ha sido un proceso gradual. En los años 90, por ejemplo, en el marco del Decenio Mundial para el Desarrollo Cultural de la Unesco, se creó un sistema cultural que llevó en 1997 a la Ley General de Cultura y al Ministerio de Cultura, reconociendo formalmente a la cultura en la política nacional.
El Plan Nacional de Cultura 2024–2038 funciona como una hoja de ruta para continuar, junto con otros proyectos, el fortalecimiento de la cultura en el país. Está organizado en tres campos de acción: diversidad y diálogo intercultural; memoria y creación cultural; y gobernanza y sostenibilidad cultural. El segundo de estos ejes, en particular, propone proteger y divulgar patrimonios, memorias, saberes y oficios culturales; ampliar las oportunidades para que las personas puedan desarrollar sus intereses y talentos artísticos; y facilitar el acceso equitativo a los espacios culturales.
La formulación de este plan contó con varios profesionales, entre los que se encuentran Alberto Sanabria, quien actualmente coordina Gobernanza y Políticas Culturales del ministerio; Lirka Ancines, que lideró su construcción; Manuela Marín, al frente de la estrategia territorial; Gina Tovar, encargada del enfoque biocultural, entre muchos otros.
Este plan general se articula con cuatro planes nacionales diseñados para los distintos lenguajes artísticos: danza, música, circo y, por supuesto, el teatro.
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El proceso participativo y sectorial del PNT
El Plan Nacional de Teatro nació en 2019, tras la realización del séptimo Congreso Nacional de Teatro, que trabajó a partir del plan anterior que cubría las vigencias del 2011 al 2015. “Se revisaron las metas, los indicadores y se realizó un diagnóstico de cumplimiento. El resultado fue que el plan anterior resultó ser débil y tuvo una escasa acogida por parte del sector teatral”, contó Fabio Pedraza, coordinador del grupo de teatro del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes —que no es una agrupación teatral en sí, sino que forma parte de la estructura interna del Viceministerio de las Artes, que coordina grupos de trabajo especializados—.
Pedraza añadió que, desde el sector teatral, surgió la necesidad de crear un nuevo plan que respondiera a las condiciones que lo rodeaban, pues en ese momento el Ministerio de Cultura agrupaba las áreas de teatro y circo bajo una sola categoría.
Para la construcción del Plan Nacional de Teatro se realizó un estado del arte, una cartografía del sector y un censo para conocer la situación en la que se encontraba. Se organizaron encuentros tanto virtuales como presenciales, entre 2020 y 2022, con la participación de más de 350 agentes del sector. En 2022 se vinculó a una comisión de expertos reconocidos por el sector para organizar la información recogida; se establecieron alrededor de 99 prioridades de las que se partió para la redacción del documento, que luego pasó por trámites administrativos y jurídicos.
“El año pasado, cuando comenzó la armonización del Plan Nacional de Cultura, el exministro Correa ajustó el Plan Nacional de Cultura que venía del gobierno anterior, de acuerdo con la visión del Plan Nacional de Desarrollo de este gobierno. Esto hizo que los planes nacionales de las artes —danza, música, teatro y circo— se detuvieran momentáneamente, esperando que el Plan Nacional de Cultura cumpliera con esa armonización”. Finalmente, el 9 de mayo de 2025, se lanzó el Plan Nacional de Teatro en la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
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Una apuesta que sigue en construcción
El Plan Nacional de Teatro recoge, dentro de sus prioridades, la necesidad de descentralizar la cultura. Entender que en cada territorio del país existen prácticas diversas, que el lenguaje del teatro no está homogeneizado: lo que se hace en Pasto, en La Guajira, en Norte de Santander o en Bogotá tiene historias y motivaciones propias.
Además de artista, Ángela María Osorio Vergara es miembro de “Espacio T”, una organización con una sala de teatro en la ciudad. Actualmente, preside el Consejo Nacional de Teatro y forma parte de la Comisión Nacional de Salas, dos espacios de participación ciudadana que trabajan para fortalecer y darle mayor visibilidad al teatro en Colombia.
El Consejo se sumó al proceso y, desde su propia vivencia en el Pacífico, participó en el encuentro convocado por el Ministerio de las Culturas durante las jornadas realizadas en Cali. Asistieron líderes teatrales de Tumaco, Chocó, Nariño, Cauca y Valle del Cauca, quienes fueron convocados para aportar sus experiencias locales y organizaron mesas de trabajo lideradas por funcionarios del ministerio.
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“Es nuestra tarea hacer seguimiento para que todo lo que planteamos se cumpla y se lleve a cabo con indicadores claros, con propuestas realizables y que estén armonizadas con el plan. Creo que esta vez estamos intentando lograrlo, y ya depende de nosotros, desde el movimiento teatral, hacer ese control y veeduría ciudadana. Por eso también consideramos muy importante organizarnos, que es una de las metas que tenemos para este año”, explicó Osorio.
Dijo, además, que en este gobierno se ha logrado una visibilización de los territorios, una descentralización, así como cree que lo logrado hasta ahora está lejos de ser suficiente: “Estuvo muy bien el cambio del nombre a ‘las Culturas, las Artes y los Saberes’, pero por esa necesidad de impactar a la ‘Colombia profunda’, que es parte del plan de desarrollo, se ha olvidado a los artistas. Solo cuando estuvo la maestra Patricia Ariza el teatro fue nombrado, visibilizado y estuvo presente. De ahí la importancia del Congreso de Teatro que vamos a realizar en agosto, porque es necesario, aunque sea tedioso, que cada cierto tiempo recordemos que sin el teatro no hay forma de lograr un cambio”.
El reverso de las tablas
El artista se debe a su público. Los espectadores no son solo observadores, sino parte integral del hecho teatral: sobre el escenario, un actor carece de intenciones si desaparece la mirada externa. Según la Encuesta de Consumo Cultural del DANE en 2020, el evento, presentación o espectáculo al que más asistieron las personas de 12 años en adelante fueron los conciertos, recitales, eventos, presentaciones o espectáculos de música en vivo (20,6%), seguidos por la asistencia a ferias o exposiciones artesanales (17,0%), teatro, ópera o danza (11,8%) y exposiciones, ferias o muestras de fotografía, pintura, grabado, dibujo, escultura o artes gráficas (7,1%).
Desde la perspectiva del espectador de distintos tipos de muestras culturales, Andrés Silva, periodista y actor de teatro musical, reconoció que es difícil ejercer control o evaluación crítica si no se tiene conocimiento técnico. La valoración del teatro, dijo, no puede depender solo del gusto, sino de resultados que también sean visibles y comprensibles para el público. “Hay muchas escuelas, muchas propuestas, mucha gente haciendo cosas distintas. Siento que se beneficiaría más de la colaboración: no hablo de concentración ni de monopolio, sino de trabajo conjunto entre escuelas, saberes, academias, teatros, salas. Eso permitiría una oferta más robusta, más variada, y evitaría que ‘entre bomberos se pisen las mangueras’”.
Aunque esto podría responder a condiciones como el tamaño de las salas o la infraestructura, cree que esa lógica termina reforzando la idea de que el teatro “sigue siendo muy de nicho”. “Uno no ve que el Teatro Nacional colabore con, no sé, Páramo para hacer un gran espectáculo, o con Ocesa. Tienen el nivel para hacerlo, pero no sucede. Cada vez se sectorizan más”. Para él, ese aislamiento se traduce también en una falta de diálogo artístico y se suma la competencia inevitable.
Lo que hay detrás de una función —aseguró—, como incentivos, planes y esfuerzos institucionales, le resulta ajeno al público, a menos que eso se traduzca en más funciones, mejores condiciones o precios más accesibles. Pero esa desconexión no es casual. Como advirtió Ángela Osorio, no hay apropiación posible si no hay primero presencia, si no hay relato: “Cuando trabajás en colectivo, tenés poder. Pero no hablo del poder de manejar hilos, sino del poder de visibilizar, de que su labor sea tenida en cuenta”. Que el Plan Nacional de Teatro exista es un paso; que se vuelva visible, comprendido y compartido, es una tarea aún pendiente.