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Aprender a aprender como un hábito personal, permanente y vitalicio”.
Willy Drews, “¿Arquitectos nuevos, educación vieja?”
La idea de publicar el libro “Pensamientos, palabras y obras” nació del hecho de haber leído en su momento la gran mayoría de los artículos de Willy Drews contenidos en esta edición, lo que me motivó a promover su recopilación en un solo volumen, acompañados de una selección de sus obras.
Para escribir esta presentación y con el borrador del libro en mis manos, adopté como metodología extraer aquellas frases e imágenes que me parecía que reflejaban mejor los pensamientos, palabras y obras del autor. Al final fueron tantas las frases y tan abundantes las imágenes, que, ante el peligro de terminar con un mal resumen de lo escrito, decidí dejar para el lector el descubrir y disfrutar de cada frase, de cada pensamiento y de cada imagen.
Esta decisión significaba la pena de muerte para el material ya seleccionado. Sin embargo, conservé entre la manga varios ases: unas pocas frases y un par de párrafos que me permiten mostrar que, para mí, este libro representa toda una lección de arquitectura.
Empecemos por esta frase que con disimulo saco de la manga: “Todos llevamos en nuestros corazones ese profesor que con su entrega y el interés que nos transmitió por la arquitectura contribuyó en forma definitiva a ser lo que somos, y se ganó el título de maestro”. Si se les pudiera preguntar a Albert Camus, a Gabriel García Márquez y a Simón Bolívar –entre otros–, les darían este título a sus profesores de primaria. De mi parte, también tengo un puñado de profesores que recuerdo con cariño y gratitud, y aunque jamás estuve en un salón de clases presidido por Willy Drews, lo tengo, sin embargo, en mi lista corta de quienes he aprendido arquitectura.
Para mí, el buen profesor es aquel que despierta en su alumno el amor y la pasión por su materia, el que hace que sus estudiantes sean felices viendo, leyendo y recorriendo arquitectura. Es decir, viviendo arquitectura. De ahí para adelante depende del alumno el interés por investigar, pensar, deducir, trabajar y concluir, verbos que se verán reflejados, sin duda, en un buen resultado al servicio de la sociedad. Para cerrar este párrafo saco de la manga otra frase: “Con el tiempo entendí que la arquitectura no se enseña, sino que se aprende durante toda la vida”. Este libro lo corrobora.
La arquitectura es maravillosa por miles de razones, pero una que queda aquí demostrada es que al ser el producto de nuestro trabajo un objeto que se puede ver, tocar, recorrer y vivir, en él reflejamos nuestros pensamientos, y nuestro proyecto se convierte en una propuesta de vida para el usuario. Para probar esta afirmación, me voy a servir de dos de las características que en lo personal más me gustan o más me atraen de la arquitectura de Willy Drews.
En mi orden. El constante interés del arquitecto por hacer de la estructura portante de la edificación, más que parte integral de sus diseños, un elemento fundamental de la arquitectura. Siguiendo instrucciones del arquitecto, esta se ubica donde el espacio arquitectónico lo ordena y donde sus condiciones de soporte se lo exigen, mostrando orgullosa, cuando aparece a la vista, su papel como sostén necesario del edificio, como en los proyectos de talleres y terminales aéreos y de transporte intermunicipal. También acepta obediente apoyar sus columnas dentro de una grilla que optimiza su trabajo –como en los proyectos de vivienda y desarrollo urbano–, integrándose a los muros dentro de la vivienda o saliéndose del espacio interior para mostrarse libre en las esquinas, como sucede en los proyectos Plazuelas de San Esteban y San Sebastián de los Andes.
El mejor ejemplo del resultado del protagonismo de la estructura en la arquitectura de Willy Drews es el caso del edificio del DAS. Los 500 kilos de dinamita con los que quisieron destruirlo los narcotraficantes solo lograron tumbar fachadas y muros divisorios sin afectar la estructura.
La lógica y la racionalidad de una estructura producen un objeto estéticamente honesto que se traduce en eficiencia y estabilidad, y consecuentemente, en seguridad y tranquilidad para los usuarios. Saquemos de la manga otra frase de Drews: “La estética es producto de la ética”.
Esto me trae a la memoria la respuesta que dio el francés Pierre Satre, diseñador del avión Concorde, a la pregunta “Y el Concorde, ¿por qué es tan bonito?”: “Si no fuera bonito no volaría”. Lo que está de acuerdo con la frase –esta vez de Alvar Aalto– que nos recuerda Willy Drews en su artículo “Arquitectos y frases”: “Todo lo innecesario en algún momento se vuelve feo”.
El otro aspecto que destaco de la arquitectura de Willy Drews, que le da un sello de autoría y es reflejo de su personalidad y pensamiento, es, además del correcto uso del ladrillo a la vista, su decidido interés en explorar continuamente colores y texturas en sus edificaciones, como habitante del trópico, donde el color se sale de selvas y mares, y se esparce a su gusto por pisos y paredes.
Esta decisión no deja de ser valiente y arriesgada, en un momento de nuestra arquitectura que venía de la piedra bogotana en la República, pasando por el blanco del movimiento moderno y rematando en el ladrillo a la vista, heredado tal vez de los barrios estilo inglés que caracterizaron los sectores y casas más elegantes con las que empezó el siglo xx en la capital, aprovechando la excelente calidad de las arcillas de la sabana de Bogotá.
Pareciera que a partir de la década de los setenta construir fachadas con ese material –incluso muros interiores de las viviendas de los más altos estratos– era la manera de garantizar el sello de calidad arquitectónica. También hay que considerar la influencia de ese genio de la arquitectura y maestro del ladrillo a la vista que nos dio esta tierra: Rogelio Salmona.
Mejor lo expresó Adolf Behne en 1919, en su libro Wiederkehr der Kunst, citado en El color en la arquitectura: “¡Lo que caracteriza a los enterados gurús del arte actuales es su miedo al color! El color no es ‘fino’. Lo fino es el gris perla o el blanco. El azul es ordinario, el rojo es chillón, el verde es grosero […] la ausencia de color es la característica de la cultura” [Martina Düttmann, Friedrich Schumuck y Johannes Uhl, El color en la arquitectura, Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 1982.].
Y, por supuesto, en Colombia, lo “fino” era mirar hacia Europa, cuando en Alemania el autor mencionado decía: “Solo allí, donde termina la zona europea, adopta el mundo formas bellas (coloreadas)”.
Así lo entendió Willy Drews e hizo su propio camino al andar, y con mucho éxito, dejando también a su paso importantes lecciones. Tal vez no hay uno solo de sus proyectos que no esté acompañado por un estudio de color y textura en sus fachadas, llegando a decisiones tan arriesgadas como revestirlas con materiales que hasta el momento no habíamos visto más allá de la ducha de la casa.
Willy Drews utilizó el mosaico de vidrio de colores en muchos edificios, entre ellos algunos institucionales de gran representatividad, y en sitios emblemáticos, como son las plazas principales de dos capitales de departamento: los edificios para el Banco Popular de Pereira y Bucaramanga, siendo a su vez y en su momento los edificios más altos de su entorno.
¿Será este interés producto de lo que vivió en su infancia y adolescencia en esa tierra que hoy es patrimonio de la humanidad, el Paisaje Cultural Cafetero? Que lo diga el propio Willy Drews en el último as que saco de la manga:
El color era un elemento muy importante en la arquitectura del café e imponía discretamente su sello personal en el paisaje. El blanco del encalado de los muros en bahareque contrastaba con el color –a veces dos– de la carpintería de madera. Los más usados eran el verde, el azul y el naranja. Estos materiales y colores eran los mismos para las construcciones de los ricos y de los pobres [”Un paisaje del país paisa” (p. 18).].
Concluyo parafraseando al autor de este libro, en su artículo “Escribiendo la historia”, quién a su vez parafraseaba a Neil Armstrong después de dar su primer paso sobre la superficie lunar. No sé si la publicación de este libro sea un pequeño paso para el cpnaa, pero de lo que sí no tengo duda es de que representará un gran salto para los arquitectos y estudiantes de arquitectura.
Y, como dicen los ingleses: “The last but not the least”, por último y por ello no lo menos importante, o más bien de lo más importante, quiero agradecer a los cinco miembros del cpnaa, que por unanimidad apoyaron esta iniciativa. Son ellos: el arquitecto Julio César Báez C., delegado del ministro de Vivienda, Ciudad y Territorio, quien lo preside; el arquitecto Alfredo Manuel Reyes R., presidente nacional de la Sociedad Colombiana de Arquitectos; el arquitecto Carlos Eduardo Naranjo Q., delegado del rector de la Universidad Nacional; el arquitecto Alfonso Gómez G., quien representa a las universidades de Colombia con facultades de arquitectura, y el delineante de arquitectura Diego Ándersson García A., representante de las profesiones auxiliares de la arquitectura.