En un acto atrevido –que evoca lo dramatúrgico - el artista Bernardo Montoya (Bogotá, 1979) creó un monstruo moviente hecho de sobras y pedazos, su versión de la Balsa de la Medusa (2015). Montoya tomó como referencia la mítica pintura del francés Thèodore Gericault que tiene el mismo nombre y que encarna el padecimiento de los naúfragos que pasaron varios días a bordo de una precaria balsa cerca de la costa de Senegal, en la pintura los personajes avistan el barco de la marina francesa que no los rescató.
Montoya nos exige volver a Gericault. Nos enfrenta con dos formas de expresión visual: la pintura del siglo XIX que aún era contenedora del claroscuro tétrico heredado del Barroco y que – en el caso puntual de la balsa de 1818 - estetizó un episodio terrotífico; y lo instalativo – en pleno siglo XXI - que se concreta con la superposición de piezas irregulares que configuran una idea de pirámide a punto de caer. ¿Acaso quiso Montoya hacer una imagen de nuestro propio – y actual - naufragio?.
“Esta balsa a la deriva se mueve pero no se desplaza, es estática y responde a la presencia del público con unos leves meneos. En lo formal, tiene una composición cercana a la balsa de Gericault, es decir, una estructura piramidal sobre una base inestable. En mi instalación como en la pintura todo el espacio es atravesado por un eje diagonal en asenso. La obra está construida con puertas, tableros ,afiches, muebles, objetos encontrados en el museo y obras de mi autoría. Objetos que renuncian al culto de sí mismos y se soportan conformando un todo tembloroso y transitorio”, señala el artista sobre su creación que estuvo exhibida en el Museo de Arte y Cultura de Colsubsidio en el marco de la muestra Intervenciones.