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La batalla que decidió la Guerra de los Mil Días

Hace 121 años terminó en Palonegro el combate más crucial del primer siglo de la República entre liberales y conservadores.

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Leopoldo Villar Borda, especial para El Espectador
25 de mayo de 2021 - 03:10 p. m.
El Ejército Conservador en vísperas de la Batalla de Palonegro. Foto: QUINTILIO GAVASA 1901. Cortesía
El Ejército Conservador en vísperas de la Batalla de Palonegro. Foto: QUINTILIO GAVASA 1901. Cortesía
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El 25 de mayo de 1900 concluyó la batalla de Palonegro, la más larga y decisiva de la Guerra de los Mil Días, el conflicto entre liberales y conservadores que ensangrentó a Colombia antes de cumplir su primer siglo.

Este enfrentamiento, concluido tras 15 días de encarnizados combates en las breñas santandereanas, cerca de Bucaramanga, alteró el curso de una contienda que al principio fue adversa al gobierno conservador del anciano y debilitado presidente Manuel Antonio Sanclemente, derrocado el 31 de julio siguiente por su vicepresidente, José Manuel Marroquín.

El revés sufrido allí por los revolucionarios liberales fue el comienzo de un giro que los llevó a buscar el armisticio dos años después. En Palonegro se repitió una historia reiterada en los comienzos de nuestra vida republicana, que García Márquez recreó después al caracterizar al prototipo del combatiente liberal en la figura del coronel Aureliano Buendía, que “promovió 32 levantamientos armados y los perdió todos.”

La de los Mil Días fue la mayor de esas guerras, libradas al calor de las pasiones que enfrentaron a los dos bandos en que se dividieron los colombianos desde la Independencia. Fue la lucha de las ideas trasladada a los campos de batalla para dirimir la suerte del anquilosado andamiaje colonial, que subsistía al amparo del fundamentalismo católico y conservador.

El ‘Olimpo radical’

El gobierno del general José Hilario López inició el desmonte de aquel andamiaje en la mitad del siglo XIX con la abolición de la esclavitud y los resguardos indígenas, y su tarea fue proseguida con entusiasmo por una generación de jóvenes liberales entre los cuales se destacaron Manuel Murillo Toro, Eustorgio Salgar, Santiago y Felipe Pérez y Felipe Zapata, miembros del ‘Olimpo radical’.

La transformación impulsada por los gobiernos radicales generó constantes confrontaciones con los conservadores, traducidas en sucesivos choques armados hasta llegar a la gran guerra del fin de siglo. Los antecedentes inmediatos de esta última fueron tres conflictos de menor duración, de los cuales solo uno favoreció a los liberales: el de 1876, causado por la rebelión conservadora contra el gobierno de Aquileo Parra, el último de los liberales radicales que ejercieron el poder bajo la Constitución de Rionegro de 1863.

La rebelión de 1876 se convirtió en una guerra santa al entrar la Iglesia Católica a apoyar abiertamente a los conservadores, pero concluyó con el triunfo radical, sellado el 25 de mayo de 1877 con el Acuerdo de Manizales.

Los otros dos conflictos anteriores a la Guerra de los Mil Días fueron generados por alzamientos liberales contra la hegemonía inaugurada por Rafael Núñez en 1880, el primero en 1885 y el segundo en 1895, esta vez contra el sucesor de Núñez, Miguel Antonio Caro. Ambos fueron sofocados por el gobierno.

El ascenso de Núñez

En 1878 fue elegido como sucesor de Parra otro liberal, el general Julián Trujillo, pero la división de su partido entre radicales e independientes favoreció a Núñez, quien estaba entre estos últimos y se alió con los conservadores en el movimiento de la Regeneración para llegar al poder. En 1880 lo ganó y lo ejerció directamente o por medio de sus adictos hasta 1894, el año de su muerte, tras sustituir en 1886 la Constitución liberal por una conservadora que duró más de cien años.

El ascenso de Núñez significó el final de los Estados Unidos de Colombia, la confederación nacida con la Constitución de Rionegro, y su reemplazo por la República unitaria que existe hoy. También marcó el fin de la revolución radical, que había establecido la separación entre la Iglesia y el Estado y las más amplias libertades de pensamiento, imprenta, cátedra y enseñanza conocidas hasta entonces. Además, fue un retroceso ante la Iglesia Católica, que fue reconocida como la de Colombia en el Concordato de 1887 y beneficiada con privilegios como la exención de impuestos, la potestad de aprobar los textos de enseñanza y la validez civil del matrimonio católico.

El régimen de la Regeneración excluyó al Partido Liberal de la vida política hasta el punto de reducir al mínimo su representación en el Congreso e instauró un sistema represivo que El Espectador sufrió en carne propia con la clausura por decreto de que fue objeto el 8 de julio de 1887, cuatro meses después de iniciar su circulación, y otra suspensión el 27 de octubre del mismo año, porque el gobierno lo consideraba subversivo.

El levantamiento

Los excesos de la hegemonía conservadora llevaron a los liberales a levantarse de nuevo y cuando lo hicieron, el 17 de octubre de 1899, parecían estar mejor preparados. Comenzaron con pie derecho al vencer al ejército conservador en la batalla de Peralonso, cerca de Cúcuta, en diciembre de 1899.

Tras este triunfo los liberales se hicieron fuertes en Santander mientras iniciaban otros alzamientos en Cauca, Boyacá, Magdalena, Tolima y Panamá. Pero varias acciones exitosas del gobierno neutralizaron la revolución y aislaron a sus jefes, los generales Benjamín Herrera, Rafael Uribe Uribe y Gabriel Vargas Santos.

No obstante, el general Herrera lanzó una ofensiva en Panamá y venció al ejército conservador en la batalla de Aguadulce el 23 de febrero de 1901. En los meses siguientes los liberales incursionaron en Riohacha, Santa Marta, Magangué, el Río Magdalena y los Llanos Orientales, con lo cual prolongaron la guerra, pero no lograron inclinar la balanza en su favor.

Firma de la paz

Junto con los reveses militares los liberales tuvieron otra razón para terminar la guerra: el peligro de una intervención de Estados Unidos para asegurar el control del proyectado Canal de Panamá, en el que Teodoro Roosevelt manifestó gran interés tras el fracaso de la compañía francesa contratada para construirlo.

Cuando estalló la guerra la obra estaba paralizada por la quiebra de la compañía francesa. El presidente Marroquín negoció entonces su construcción con Estados Unidos y el tema desató una polémica nacional por la pretensión estadounidense de soberanía sobre el territorio. Fue cuando el general Herrera pronunció la célebre frase: “La patria por encima de los partidos”. La conclusión era obvia: había que hacer la paz.

En consecuencia, se firmaron dos tratados: el primero en la hacienda Neerlandia, ubicada en la zona bananera del Magdalena, el 24 de octubre de 1902, y el segundo el 21 de noviembre siguiente a bordo del acorazado estadounidense USS Wisconsin, atracado en la bahía de Panamá.

Irónica y trágicamente, esto no impidió que un año después se añadiera otra desgracia a la devastación de la guerra: la desmembración del territorio nacional con la separación de Panamá, favorecida por la intervención de Estados Unidos.


Las bajas de la batalla

Según los registros históricos disponibles, en la batalla de Palonegro murieron unos 2.500 combatientes (1.500 liberales y 1.000 conservadores) antes de que los liberales comandados por los generales Vargas Santos y Uribe Uribe abandonaran sus posiciones en los cerros donde chocaron con el ejército del gobierno conservador dirigido por el general Próspero Pinzón.

Los combates se libraron en medio de un intenso calor en un frente de 26 kilómetros de trincheras y se caracterizaron por su brutalidad. Antes de que terminara la batalla el hedor de los muertos invadió el ambiente y cuando cesaron los combates el espectáculo era desolador. Los médicos que atendieron a los heridos y amontonaron los muertos hicieron después relatos espeluznantes de lo que vieron.

Tras la batalla los liberales perdieron la iniciativa, el gobierno retomó Cúcuta y la guerra de posiciones fue reemplazada por acciones guerrilleras aisladas de los liberales en otros puntos del territorio nacional que prolongaron el conflicto, pero no fueron suficientes para impedir la derrota.

Por Leopoldo Villar Borda, especial para El Espectador

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Magdalena(45338)22 de junio de 2021 - 11:32 a. m.
Gracias por su excelente crónica Sacamos como conclusión que seguimos en las mismas,solo que las ideologías de los dirigentes han variado
JOSE(21911)25 de mayo de 2021 - 05:42 p. m.
Desde niño siempre escuché decir a mi padre (hoy tendría 108 años de edad) que la Guerra de los Mil Días había dejado a su papá -o sea, a mi abuelo- y a su familia (en Jardín - Antioquia) en la ruina. Leyendo al historiador observo que hace alusión a batallas muy puntuales, pero sin ahondar en la magnitud del conflicto por todo el país. Tal vez ha sido una guerra muy poco documentada.
maria(73531)25 de mayo de 2021 - 03:34 p. m.
Muy interesante e ilustrativo articulo sobre un tema del cual se escribe muy poco.
  • María(17011)25 de mayo de 2021 - 05:15 p. m.
    Te recomiendo la excelente novela de Daniel Ferreira, El año del sol negro. La batalla de Palonegro es el eje temático del libro.
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