El Magazín Cultural

La bicicleta: sueño de libertad sobre ruedas

¿Quién no recuerda, con vibrante nitidez, sus primeros pedalazos en bicicleta allá en su viejo barrio natal? ¿Esa gran aventura que vivió al tratar de mantener el equilibrio sobre un artefacto que, sin duda, lo llevaría lejos mientras soñaba con lo que encontraría más allá del vecindario?

Orlando Plata González
02 de junio de 2019 - 10:29 p. m.
Se estima que en el mundo hay unos mil millones de bicicletas y según cifras estadísticas, cada día más de 835.000 bogotanos pedalean para llegar a su trabajo, hacer las compras o pasear por la ciudad. / Cortesía
Se estima que en el mundo hay unos mil millones de bicicletas y según cifras estadísticas, cada día más de 835.000 bogotanos pedalean para llegar a su trabajo, hacer las compras o pasear por la ciudad. / Cortesía

Cada vez que evocamos las hazañas infantiles, es inevitable sonreír al pensar en esa lucha que cazábamos entre el temor a caer, el anhelo de aprender a montar para recorrer las calles en un tiempo récord y evitar ser sorprendidos por nuestros mayores sobrepasando los límites impuestos. Y así creíamos, con la ingenuidad de los pocos años, que aquel invento maravilloso había sido creado exclusivamente por nuestro cumpleaños. Pero los testimonios más antiguos de este sueño de libertad sobre ruedas se remontan hasta las antiguas civilizaciones de Egipto, China e India; por supuesto, no hemos inventado nada y en un apartado del Códice Atlántico —colección de dibujos realizados por Leonardo da Vinci— ya aparecía un dibujo de una bicicleta con transmisión de cadena como las de hoy.

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En realidad la bicicleta es la sumatoria de muchos inventos: rueda, acero, soldadura, vulcanización, esferas, rodamientos... Vehículos toscos de dos ruedas propulsados por los pies eran corrientes en los primeros años de la segunda mitad del siglo XVII. En 1690, el conde Mede de Sivrac inventó el celerífero, que podríamos describir como una “troncocicla” digna de Pedro Picapiedra: no tenía manillar, el asiento era una almohadilla y se propulsaba con los pies. A lo largo de un minucioso proceso que tardó centurias en florecer, muchos inventores fueron introduciendo sucesivas mejoras y nombres muy diversos para el invento que cada vez rodaba con mayor velocidad: dandy horse, balancín, velocípedo, rover, draisiana, dalzell y michaulina (estos tres últimos derivados del nombre de su creador).

Y así como los chicos de hoy se toman su tiempo para aprender a maniobrarla, refinar el invento fue un proceso de varios siglos; pero el lento aprendizaje resultó efectivo. Para dicha de las generaciones futuras, en 1839, el escocés Kirkpatrick Macmillan ideó por fin el manubrio y los pedales, permitiendo por vez primera impulsar la máquina sin tocar el suelo.

Un modelo fue conocido en Gran Bretaña como “quebrantahuesos”, pues producía fuertes vibraciones al circular sobre carreteras pedregosas; así que introdujeron neumáticos de goma maciza montados en el acero, y fue este vehículo el primero en ser patentado con el nombre moderno de “bicicleta”.

En efecto: en 1875, James Starley, inventor inglés, produjo la primera máquina con las características de la famosa bicicleta que hoy conocemos: con manubrio, cadena de transmisión, tracción trasera, ruedas del mismo tamaño y frenos. Después, comenzó la producción en serie, atrayendo la atención de las clases populares. La humilde bicicleta, con su promesa de aventura y libertad, había entrado en la historia para quedarse, pues se extendió rápidamente por todo el mundo industrializado. En 1896, una bicicleta podía costar el salario de tres meses de un trabajador medio. Neumáticos desmontables y marcos más ligeros permitieron que grandes y chicos se desplazaran por todas partes. A partir de entonces la bicicleta se convirtió en un miembro más de la familia, comenzó la fiebre del ciclismo y la velocidad fue una obsesión irrefrenable.

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Un par de años más tarde, el norteamericano Thomas Stevens partió de San Francisco y regresó después de pedalear durante más de tres años. En 1889 se realizó la primera carrera oficial, en el parque de Saint Cloud de París, con 1.200 metros de recorrido y siete ciclistas. Comenzando el siglo XX, el Tour de Francia, con 2.428 kilómetros de recorrido, elevó el ciclismo a categoría deportiva a la vez que se convertía en campo de experiencias para desarrollar nuevos prototipos. Luego vinieron el Giro de Italia (1909), la primera Vuelta Ciclística a España (1935) y la Vuelta Ciclística a Colombia (1951). Desde entonces, cientos de aficionados se agolpan en las cunetas, esperando ver pasar la veloz serpiente multicolor.

A partir de los años 60, de la mano del flower power y la comunidad estudiantil —pioneros en la denuncia de la contaminación atmosférica—, se incrementó el interés por la bicicleta. Grupos como Pink Floyd y Queen les dedicaron sendas canciones (“Bike” y “Bicycle Race”) y Los Beatles legaron a la posteridad una bella escena de bicicletas en la película Help!

De hecho, el cine no ha sido ajeno a este fervor por tan bello elemento y le ha dedicado varias cintas, entre las que cabe mencionar El ladrón de bicicletas (1948), de Vittorio de Sica, una de las películas emblemáticas del neorrealismo italiano; Las bicicletas son para el verano (1984), del director madrileño Jaime Chavarri, cuya acción cuando estalló la guerra civil, y La bicicleta (2006), cinta española de Sigfrid Monleón. En el ámbito de la literatura, Cortázar le rindió homenaje en su obra Historias de cronopios y de famas, con el genial cuento “Vietato introdurre biciclette” (“Prohibido el ingreso de bicicletas”), mientras que autores como Cristina Peri Rossi, Alfredo Bryce Echenique y Jesús Ferrero, entre otros, pusieron a rodar su pluma para crear el volumen titulado Cuentos de ciclismo (2000), con historias que giran en torno a la nostalgia por aquellas aventuras perdidas en el tiempo; fin de la inocente edad infantil, cuando los héroes eran Martín Emilio Cochise Rodríguez y Eddy Merckx.

Con el paso del tiempo y la disminución de su precio, la popularidad de la bicicleta se incrementó de forma exponencial. Se establecieron carriles para bicicletas y rutas de ciclistas en países como Holanda, Bélgica y Dinamarca, donde son parte de la vida diaria. En Cuba importaron miles de bicicletas que ya hacen parte del paisaje caribeño. También en China, Tailandia, India y otros países es el principal medio de transporte. Más recientemente, Bogotá trazó una amplia malla vial dedicada a las bicicletas.

Hoy la bicicleta ha adquirido una enorme importancia, tanto como medio de transporte con grandes ventajas (cero contaminación, economía, salud y diversión) como social y deportivamente, ya que su uso es sinónimo de vida sana y tranquila. Por su parte, el ciclismo deportivo tiene una fuerza de atracción de masas y es un cartel publicitario para empresas comerciales muy notorias.

Se estima que en el mundo hay unos mil millones de bicicletas y según cifras estadísticas, cada día más de 835.000 bogotanos pedalean para llegar a su trabajo, hacer las compras o pasear por la ciudad. La sabiduría popular afirma que montar en cicla es algo que nunca se olvida y que todos tenemos una en casa; así que a desempolvarla y aprovechar estos días, nublados o soleados, para pedalear y dejar que el estrés y los problemas se vayan volando con el viento que juguetea en nuestros cabellos. Al fin y al cabo, la vida es como montar en bicicleta: no te caes a no ser que dejes de pedalear.

Por Orlando Plata González

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