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La Bogotá cachaca dejó de existir

“Adentro, formas de vida en Bogotá” es la nueva exposición del Museo de Bogotá. Basándose en crónicas hechas por el periodista y profesor Lorenzo Morales, este recinto decidió recrear las historias de 17 familias que habitan la ciudad de formas distintas. La muestra evidencia que lo que aún se percibe de la capital, está lejos de parecerse a la realidad: una ciudad a la que muchos colombianos migraron por cuenta de la violencia. Una metrópoli transformada por el híbrido de culturas, el aumento de población y los avances tecnológicos.

Laura Camila Arévalo Domínguez

29 de noviembre de 2020 - 04:39 p. m.
Doña Elvira, quien vive en un apartamento en Chapinero, hace parte de esta exposición que se inauguró el pasado 22 de noviembre de 2020 y podrá visitarse hasta junio de 2021.
Foto: Mateo Pérez
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Al final de la exposición hay una pregunta: ¿Con cuál de estas formas de vivir te identificas? Con ninguna, me respondí. Y ese fue mi premio. Salí con la certeza de que la forma de habitar mi espacio, tan distante de lo que quisieran mis padres, hermanos o amigos, era particular, excepcional, era mía. Mi forma de vivir era elegida, gobernada por mis fortalezas y mis debilidades. Salí convencida de que, así como los seleccionados para la exposición, soy un pedacito de universo viviendo en la inmensidad de una Bogotá lejana de las definiciones convencionales.

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Nunca habíamos tenido que convivir tanto con nuestros “adentros”. Con los colores que elegimos para las paredes o con los que alguien más eligió por nosotros. Con los sonidos de las calles entrando por las ventanas, con sus variaciones según la hora del día o la noche, con los martes a las 3 de la tarde atendiendo reuniones en sudadera y con la taza en la que solo servíamos el café del desayuno o la cena. Con la eterna loza acumulada. Esta descripción, que parece común, está lejos de acercarse a la de una gran fracción de bogotanos que, desde sus circunstancias, viven su cotidianidad desde hogares con olores, colores y sabores diferentes.

Los metros cuadrados, la luz, la decoración, el número de personas, sus órdenes o desordenes, pero, sobre todo, el contraste entre todos ellos, es lo que ahora está expuesto en la sede de las exposiciones temporales del Museo de Bogotá, en la casa Sámano, la última que habitó el Virrey Sámano, quien en 1819, huyó. Muchísimos de los bogotanos que vivieron la época colonial, nunca pisaron aquella casa. La que era el símbolo de la monarquía y la nobleza, ahora simbolizará la inclusión. Una apuesta por democratizar un lugar inexplorado.

La exposición se originó después de que el periodista y profesor Lorenzo Morales recorriera las localidades de Bogotá entre 2016 y 2020 para recolectar testimonios que dieran cuenta del presente y el futuro de la ciudad. Las historias que encontró revelaron detalles de nuestros “adentros”. Lo acompañó un equipo de fotógrafos a cada encuentro, conformado por Juanita Escobar, Nadege Mazars, Miguel Winograd y Mateo Pérez. Aunque “Adentros” se pensó antes de la pandemia, la experiencia que la ciudadanía ha vivido dentro de sus casas permite que las historias que se exponen puedan ser vistas hoy con mayor consciencia de los mundos sociales que se recrean en los espacios privados.

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“Nuestra apuesta, como la de Lorenzo (Morales), es que el Museo de Bogotá hable en tiempo presente, que el verbo más importante que conjugue sea vivir y que se sintonice con los ciudadanos”, sostiene Andrés Suárez, gerente del Museo, y agregó: “Nuestra pregunta para la ciudad es ¿cómo podemos vivir juntos? Las reflexiones de la exposición nos convencieron de que solo podemos hacerlo si vivimos sin miedo y enfrentando las dificultades creativa y solidariamente”.

La exposición propone un recorrido por los "adentros" de los lugares que habitan ciudadanos de once localidades de la ciudad: Sumapaz, Ciudad Bolívar, Kennedy, Suba, Usme, Usaquén, San Cristóbal, Rafael Uribe Uribe, Chapinero, Los Mártires y Santa Fe.
Foto: Museo de Bogotá

Suárez es uno de los que más interpela la idea de la ciudad cachaca, esa que ya no existe desde el siglo pasado: en 1918, en Bogotá había 145.000 personas. Para 2020 se contaron siete millones y medio. La explicación sería fácil deducirla pensando en una gran cantidad de familias numerosas, pero las migraciones por la violencia bipartidista y el conflicto armado son las causantes de que ese número se haya aumentado. La ciudad hace mucho dejó de ser, exclusivamente, de los bogotanos.

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¿Quién alguna vez se ha preguntado por lo que se atrevería a hacer fuera de la protección de sus paredes? Casi nunca (o nunca) nos preguntamos por nuestra intimidad, que permanece blindada por la puerta que nos separa del exterior. Esta exposición suscita preguntas cuando, por ejemplo, nos enfrenta a que las cocinas de algunos apartamentos en Bogotá no quedan en el mismo sitio, o, incluso, a que hay hogares que no tienen cocina.

Es como si Bogotá fuese un país o un planeta completo. Nadie se parece a nadie. La Bogotá en la que imperaban las casas ya no existe, ahora está copada de conjuntos residenciales que hicieron que la vida de barrio cambiara, que los vecinos no se conocieran o que lo hicieran a través de la ubicación en alguna red social. La gran metrópoli debe ser sostenida por una zona rural que también hace parte de la ciudad, información que muchos ignoran. El 75% del territorio de Bogotá es rural y en él viven 12.000 personas. Los millones de ciudadanos que habitan la parte urbana dependen de la riqueza hídrica del páramo de Sumapaz, en el que no hay porterías, solo veredas.

De las 20 localidades, 11 fueron tenidas en cuenta para esta exposición en la que la composición de familias dejó de ser liderada por el modelo convencional promovido por la iglesia y las leyes. En esta ciudad hay adultos mayores viviendo con sus matas o sus perros, parejas trans, padres que ya no son pareja pero viven en el mismo hogar con sus hijos, migrantes nostálgicos que acogieron instrumentos tradicionales de sus lugares de origen como miembros de la familia, entre otras formas de convivir. Los contrastes del centro del país expuestos en el Museo de Bogotá pasan de los 171 metros cuadrados de una señora viuda que vive sola en Chapinero, quien pasa sus tiempos libres leyendo las páginas políticas de El Tiempo y limpiando sus casas de muñecas, al hombre que vive con su compañera esquizofrénica debajo de un puente en el que, con 4.000 pesos, sostiene esa familia que se originó en las calles de la ciudad.

Don Hernán, uno de los participantes en la exposición, vive con su compañera debajo de un puente en Bogotá.
Foto: Mateo Pérez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
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