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La caguana, legado de las mujeres murui que fortalece lengua y cultura amazónicas

En el Día Internacional de las Mujeres Rurales, nueva crónica sobre los esfuerzos del Instituto Caro y Cuervo por el rescate de lenguas indígenas que están en peligro de desaparición en Colombia.

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Karol Torres Ávila * / Especial para El Espectador
15 de octubre de 2025 - 03:00 p. m.
Las sabedoras Natividad y Ángela Flórez rallan la yuca en una máquina de motor.
Las sabedoras Natividad y Ángela Flórez rallan la yuca en una máquina de motor.
Foto: Fotografía de Luz Dary Flórez
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Luz Dary Flórez ha vuelto a la casa de su tía Natividad, en la vía Leticia-Tarapacá, en el Amazonas. Su propósito es preservar la memoria y los saberes de su pueblo a través de la preparación de la caguana, una bebida tradicional hecha con almidón de yuca y frutas de la región. Como documentadora de la lengua murui, en el marco del Programa de documentación de lenguas del Instituto Caro y Cuervo para 2025, su objetivo ha sido registrar y reivindicar los roles y las labores de las abuelas y sabedoras de su comunidad. (Lea otra crónica sobre la importancia de la lengua kamentsá).

La caguana, hecha a base de almidón de yuca brava y piña, humarí, asaí, aguaje o milpesos, se consume en las celebraciones, mingas, bailes tradicionales y rituales de varios grupos étnicos amazónicos. También es la bebida con la que las mujeres reciben a sus esposos cuando regresan de pescar, cazar o trabajar. Su importancia radica, en gran medida, en que prepararla propicia un espacio para reunirse y conversar. Mientras las mujeres procesan la yuca, aprovechan la ocasión para recordar y transmitir la palabra murui, hecho que revitaliza la lengua, fortalece los lazos culturales y favorece la transmisión de conocimientos relacionados con las plantas, los animales y las historias, así como consejos útiles al momento de visitar y trabajar la tierra. (Crónica sobre la lengua amazónica miraña).

La chagra, concebida por los pueblos indígenas como un lugar donde se encuentran las semillas sagradas y dentro del cual las mujeres cumplen un rol esencial como protectoras de ese legado, así como de saberes tradicionales relacionados, también es un espacio desde el cual estas comunidades afirman su soberanía cultural y alimentaria. Mantenerla activa y transmitir los oficios y saberes relacionados con ella de generación en generación es esencial para conservar su lengua, que se ha visto amenazada por la imposición y priorización del español en contextos sociales y económicos. (Crónica sobre la defensa del idioma misak).

Sin embargo, una de las principales preocupaciones de estas mujeres es el olvido generalizado de sus costumbres. Según testimonios como el de la abuela Genoveva Manaidego, en épocas pasadas, muchas mujeres formaban parte de estos espacios: se reunían para aprender y contribuir al enraizamiento de sus tradiciones. Hoy, el panorama es diferente. Son pocas las jóvenes en el territorio y algunas de las que viven allí no tienen el interés de continuar con estas prácticas.

Para ellas, otra situación que pone en riesgo la pervivencia de su cosmovisión es cómo el uso de máquinas y aparatos, que llegaron con la intención de facilitar el proceso de extracción del almidón para la preparación de la caguana y otros platos y bebidas típicas, han ido desplazando las formas tradicionales de elaboración. En otros tiempos, por ejemplo, la yuca se rallaba utilizando trozos de pona, una palma cuyas raíces facilitaban la tarea. También podían usarse ciertas piedras rugosas. Hoy, en cambio, la yuca se ralla de manera más fácil y rápida con una máquina de motor. (Crónica sobre la lengua indígena inga).

Estos avances tecnológicos tienen implicaciones profundas sobre cómo se entienden las tradiciones. En su proceso de documentación, Luz Dary se pregunta: ¿qué se ha perdido en el proceso y con el tiempo? ¿Qué tan fácil será para las nuevas generaciones recordar y valorar estas prácticas? ¿Quedarán vestigios de las antiguas costumbres, que son parte del fundamento de su cultura?

La sabedora murui Natividad Flórez, por su parte, se ha encargado de enseñarles a sus hijas y nietas cómo preparar caguana con el fin de preservar tanto su lengua como sus tradiciones. Luz Dary asegura que “les ha asignado un espacio en la chagra para que siembren, cosechen y permanezcan en el territorio”. Conservar estas prácticas no solo es vital para la transmisión cultural, sino también para la manutención de muchas familias de la zona, pues se han consolidado como un sustento económico.

Parte del interés de Luz Dary en documentar esta práctica fue registrar el proceso de preparación de la caguana. Primero, las sabedoras van a la chagra para limpiar el espacio donde está sembrada la yuca brava (o yuca amarga). Luego, proceden a arrancarla, pelarla, lavarla, rallarla y colarla para extraer su almidón. Este líquido debe reposar por aproximadamente cuatro horas para que el almidón se asiente y logre separarse del agua. Luego de ese proceso, el almidón debe reposar por tres días más para que el veneno de la yuca brava se diluya de la mezcla. Así, podrá ser consumida sin riesgo de intoxicación.

Lo siguiente es lavar y machucar la piña con cáscara con un mazo, despedazarla y llevarla al fuego en una olla con agua para extraer el dulce. Después, se debe esperar a que todo hierva para luego mezclar el líquido con el almidón de yuca reposado. Tras revolver constantemente por un tiempo, surge la caguana, una bebida de textura suave y espesa. Y para aprovechar todo lo que queda de cada preparación, los residuos de líquido del almidón se cocinan y se utilizan para producir tucupí, una salsa tradicional amazónica, mientras que la masa restante de la yuca sirve para hacer casabe, un tipo de arepa, o yomeniko, un envuelto de masa de yuca.

Aunque no es muy común, los hombres que acompañan el proceso de preparación de estos alimentos suelen cargar la yuca, buscar la leña o simplemente participar en la conversación. Sin embargo, el rol de las mujeres predomina y es fundamental en la preservación de los oficios de la cocina y el cuidado del hogar murui.

Tras un proceso de aproximadamente tres días, la caguana está lista para ser consumida. En esta oportunidad, Luz Dary acompañó el proceso que llevaron a cabo su mamá, Ángela Flórez, su tía Natividad, también vicegobernadora del cabildo TIWA, y la abuela Genoveva Manaidego de Cerón, partera y conocedora de cantos y arrullos del pueblo murui. Ahora, todas se sientan para probar el resultado mientras conversan. En su reunión no solo se preserva una receta ancestral, sino que también se refuerza una red de saberes y conocimientos que trasciende el espacio de la cocina.

La caguana, una bebida que ha sido símbolo de unión y de bienvenida durante generaciones, se convierte hoy, gracias a las mujeres sabedoras murui, en una herramienta vital para enraizar su lenguaje y sus costumbres en el presente y con miras hacia el futuro. Mientras sus voces, sus ideas y sus memorias se encuentren en estos espacios, el idioma murui se fortalece y se reafirma como puente entre generaciones, para asegurar que lo aprendido y lo vivido hasta ahora nunca se olvide. Así, la esencia de la cultura murui permanece viva en cada palabra, en cada gesto y en cada sabor.

*Periodista del departamento de comunicación del Instituto Caro y Cuervo.

Por Karol Torres Ávila * / Especial para El Espectador

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