¿Puede el sector de la cultura y de las artes mantenerse neutral ante la guerra? Tras una serie de denuncias en redes sociales y comunicados firmados por colectivos de cineastas y trabajadores del sector audiovisual, MUBI Fest 2025, el festival organizado por la plataforma de streaming conocida por su curaduría de cine de autor, fue cancelado en Ciudad de México, Río de Janeiro y, recientemente, también en Bogotá.
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A finales de mayo de este año, el Financial Times reveló que MUBI había recibido una inversión de alrededor de 100 millones de dólares por parte de Sequoia Capital, una firma de capital de riesgo con inversiones en empresas israelíes de tecnología militar. Entre ellas está Kela, una startup fundada en julio de 2024 por ex militares de inteligencia israelí, que desarrolla sistemas operativos para el campo de batalla en pleno auge de la ofensiva sobre Gaza.
Para la comunidad internacional que, desde hace meses, ha intensificado los llamados al boicot contra empresas vinculadas con la ocupación israelí, MUBI, en cuestión de días, sufrió una transmutación: dejó de ser una plataforma de cine para convertirse en un “ejemplo incómodo —y para nada un ícono— de cómo el capital termina, de un modo u otro, financiando la violencia".
Así, detrás de la decisión institucional de la cancelación por parte de la Cinemateca Distrital en Bogotá, hubo, además, una presión aparentemente organizada: reuniones autoconvocadas, cartas públicas, discusiones internas en el sector audiovisual y llamados a la solidaridad con el pueblo palestino. Lo mismo que, semanas antes, había sucedido en Ciudad de México, en donde colectivos como Film Workers for Palestine o El Mono y los olivos denunciaron la contradicción de proyectar cine independiente respaldado por dinero relacionado, aunque no directamente, con la industria armamentista. En ambos países, la articulación empujó a las instituciones —que trabajan por y desde la cultura— a tomar postura frente a un contexto político global que, justo ahora, es imposible ignorar.
Decisiones institucionales en medio del boicot
En días pasados, la Cinemateca de Bogotá anunció que no participaría en la edición 2025 del MUBI Fest, sumándose a la cancelación del festival en otras sedes, como la Cineteca Nacional de Ciudad de México que, la distribuidora aseguró, se retiró por “consideraciones de seguridad”. Una medida que responde a la inconformidad dentro del sector audiovisual, luego de que se revelara que la plataforma recibió inversiones por parte de Sequoia Capital, una firma de capital de riesgo que financia empresas vinculadas con el desarrollo de tecnología militar utilizada por Israel en la guerra en Gaza.
Desde el Instituto Distrital de las Artes (Idartes), se constató en declaraciones pasadas que la decisión fue tomada de forma conjunta con otros centros culturales latinoamericanos, atendiendo al llamado de una parte del gremio cinematográfico y cinéfilo que exige posturas éticas frente a la financiación de los contenidos culturales.
Y, aunque MUBI ha defendido su independencia y ha señalado que las opiniones de sus inversionistas no reflejan ni interceden en la toma de decisiones de la empresa, el conocimiento público de sus vínculos financieros desató un debate que coincidió con llamados a boicotear el evento por parte de colectivos pro-palestinos.
Acción popular, una forma de presionar la cancelación del MUBI Fest
Cultorxs por Palestina, el colectivo que impulsó la cancelación del MUBI Fest en Bogotá, está conformado por trabajadores y trabajadoras de la cultura: personas dedicadas al cine, la docencia, las artes visuales y la gestión cultural. “Desde antes de la noticia del vínculo de MUBI con Sequoia Capital, nos solidarizamos desde diferentes lugares con el genocidio que sufre el pueblo palestino en Gaza”, afirmaron. Para ellos, la cultura está inmersa en “circuitos más amplios de producción y dominación”, donde “muchas veces, los sistemas trascienden lo que entendemos como el ecosistema cultural o artístico y se articulan con otras industrias, cadenas de valor y lógicas económicas”.
Por eso, hablar en voz alta de la relación de MUBI con capitales ligados a la violencia en Palestina incluye la pregunta por los lugares desde donde se ejerce el poder y cómo contribuimos a su reestructuración: “Nos parece necesario cuestionar cómo estas plataformas —aparentemente progresistas— también están vinculadas a capitales e intereses que sostienen estructuras coloniales y de violencia. La inversión de Sequoia Capital en MUBI, por ejemplo, nos lleva a pensar en cómo la producción y difusión de narrativas culturales está condicionada por relaciones económicas desiguales, y cómo esto impacta lo que vemos, lo que circula y lo que se silencia”.
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Al preguntarle por el nombre del colectivo, Rui*, de El mono y los olivos en México, respondió que se debe a un tatuaje de un mono que lleva en su mano. Es una referencia a Sun Wukong, el Rey Mono, un héroe pícaro. Dijo que sus acciones también son así, que se desvían de lo convencional para defender sus posturas.
Su colectivo lideró una campaña durante casi dos meses: rebatieron públicamente cada comunicado de la plataforma, organizaron un Festival de Cine Anti-MUBI en colaboración con cines comunitarios, y produjeron infografías que explicaban cómo los fondos que llegaban a la plataforma terminaban vinculados al financiamiento de la guerra. “Lo dijimos: Sequoia Capital es cómplice directo”, afirmó. La presión culminó en una manifestación frente a la Cineteca Nacional —la sede única del evento en el país—, seguida de una acción pública masiva. “Fue eso, en parte, lo que detonó que se cancelara el MUBI Fest aquí”.
En Bogotá —guiados, en parte, por el antecedente mexicano—, Cultorxs por Palestina hizo un llamado a la ciudadanía para organizarse y buscar que el festival no tuviera opción de desarrollarse. Se apoyaron en acciones impulsadas desde el movimiento internacional BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), incluyendo campañas de envío de correos a instituciones públicas. Cuando se anunció oficialmente el MUBI Fest en Colombia, el colectivo se echó al hombro la tarea: “Como lo ha expresado últimamente Francesca Albanese, MUBI entra en el grupo de aquellas empresas que se han beneficiado con la economía del genocidio, y por eso alzamos nuestra voz de protesta y rechazo. No puede ser que una plataforma de cine independiente estreche vínculos financieros con empresas que sustentan el colonialismo y la barbarie. El arte debe estar al servicio de la vida, y no de la muerte”.
Entonces diseñaron y lanzaron una estrategia en redes sociales que fue acompañada por encuentros, comunicados y presión institucional. Algo muy similar a lo que ejecutaron las organizaciones en CDMX. “El silencio es complicidad, y la complicidad es culpable también de las atrocidades que vienen ocurriendo”, aseguraron. La campaña provocó ruido; la Cinemateca de Bogotá decidió retirarse del evento. “Esperamos que esta decisión marque un precedente para que otras instituciones culturales a nivel internacional asuman también una postura crítica”, expresaron.
Contaron que, luego de esa pequeña gran victoria, se enteraron de un grupo de cineastas afiliados a MUBI que redactó una carta abierta en la que exigieron a la plataforma “condenar públicamente a Sequoia Capital por ‘lucrarse con el genocidio’”, “remover al socio de Sequoia, Andrew Reed, de la junta directiva de MUBI” e “implementar una política ética para todas las futuras inversiones de MUBI y respetar las directrices de programación y asociaciones establecidas por la Campaña Palestina para el Boicot Académico y Cultural a Israel”.
Desde Colombia, el colectivo expuso su postura en esta entrevista para El Espectador: “Compartimos estas demandas, pues no creemos que una plataforma de cine independiente pueda aportar de manera significativa y humana al mundo del arte mientras colabora con empresas que invierten en el asesinato de artistas y cineastas palestinos”.
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Rui*, fundador de El Mono y los Olivos, cree que, al ser artista, no puede vivir alejado de la realidad que, poco a poco, acaba con lo que hoy conocemos como mundo: “Todo arte es político. No puede nacer de un lugar donde no haya política. Por eso me parece gravísimo que se use el arte para lavar la imagen de un proyecto genocida, como hace Israel. Eso se llama art washing, y es una estrategia históricamente usada por potencias coloniales”. Hoy, su colectivo sigue activo en redes, en espacios culturales y en las calles. “Nos aliamos con otros colectivos, distribuimos un pequeño manual para boicotear, hacemos exposiciones, lecturas, cine-foros, acciones simbólicas. Es vital que la gente conozca la cultura palestina, su comida, su arte, su historia. Porque lo que busca el sionismo es borrar toda identidad”, explicó.
Ante una guerra televisada en tiempo real, ante el genocidio de un pueblo aislado por las décadas de ocupación, los colectivos han dejado claro que si el arte pretende ser herramienta de emancipación, no puede ser indiferente: elegir desde dónde hablamos es, indiscutiblemente, un acto político.
Aunque hubo un intento por comunicarnos con Idartes y voceros oficiales de la Cinemateca Distrital para ampliar la información y reflexionar frente a las posturas y decisiones acerca del tema, más allá de una declaración entregada para una nota anterior, no hubo un espacio para una conversación nueva. Fue la única respuesta institucional que recibimos al respecto.
Nota: los nombres propios de las personas entrevistadas se mantuvieron en reserva por razones de seguridad e integridad. En el caso de México, Rui* es el pseudónimo elegido por el fundador del colectivo El mono y los olivos.