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¿Dónde estaba y qué sintió cuando supo que esta investigación había sido reconocida?
Lo que pasó —y no hablo solo por mí, sino por todo el equipo de TNC— es que finalmente se reconoce un trabajo que se venía haciendo desde hace muchos años. Destaco que este premio lo que hace es justamente eso: destacar que sí se puede, que ha sido posible recopilar una serie de datos que nos han permitido confirmar algunos de los supuestos que nos planteamos como organización. Son hipótesis que buscamos validar a través de los proyectos que ejecutamos, y el premio es un llamado a que ese trabajo está muy bien hecho.
¿Cuánto de su propia historia está sembrado en este proyecto?
Siempre digo que las personas que trabajamos en la organización que represento estamos ahí con un propósito de vida. No es un trabajo cualquiera. Para nosotros, estar dentro de esta organización es el resultado de una búsqueda. Por eso, para mí —y creo que para muchos en el equipo— es difícil separar los momentos de la vida personal de los del trabajo, porque realmente esto es parte de nuestro estilo de vida, de nuestra forma de pensar, de nuestra misión como personas y como profesionales.
Colombia es el centro de este estudio. ¿Qué significa para usted que este país, con todas sus tensiones y contrastes, sea también cuna de soluciones globales?
Más allá de la frase cliché de que Colombia es el segundo país más megadiverso del mundo, lo cierto es que albergamos cerca del 10 % de la fauna y flora del planeta. Son casi 60 millones de hectáreas de bosque natural, y eso nos diferencia claramente de otros países. Por eso, tiene sentido pensar que nuestro desarrollo económico y social puede construirse alrededor de la biodiversidad. Es nuestro mayor valor agregado. Y si la investigación demuestra que invertir en biodiversidad mejora la productividad agropecuaria, estamos ante un modelo que no solo es más coherente con nuestra naturaleza, sino también más rentable y con beneficios sociales. Es una situación en la que todos ganamos.
Mencionó el discurso cliché sobre la biodiversidad. ¿No cree que ya es hora de ir más allá del discurso y pasar a la acción no solo desde el Gobierno, sino también desde la ciudadanía y el Estado?
Creo que parte de ese cambio está en nuestras expresiones culturales. Tenemos una enorme riqueza de saberes ancestrales y comunitarios que hemos dejado un poco de lado. Es momento de rescatar lo que nuestros pueblos indígenas y comunidades afrodescendientes conocen sobre el territorio y la biodiversidad. Ellos la entienden mejor que nadie. La oportunidad está en darles un lugar en la toma de decisiones sobre el desarrollo de los territorios. No tiene sentido seguir actuando desde una visión centralizada y fragmentada. Necesitamos una mirada más integral, respetuosa y coherente con nuestra naturaleza. Y ese momento es ahora.
Háblenos de ese trabajo en los territorios. ¿Qué aprendió de los campesinos y ganaderos con los que trabajaron?
Este estudio se basó en información de 12 departamentos del país, lo que refleja una enorme diversidad. No es lo mismo hacer ganadería en los Andes que en los Llanos Orientales, en Córdoba o en el Eje Cafetero. Justamente eso nos permitió ver que quienes viven de esta actividad conocen muy bien esas diferencias. El problema es que a veces importamos modelos homogéneos que funcionan en países con ecosistemas más uniformes, pero en Colombia eso no aplica. Aunque muchos productores han adoptado esos modelos por incentivos de políticas públicas, casi todos recuerdan que sus abuelos producían de forma más diversa: sin talar, con frutales, abejas, huertas. El conocimiento ancestral sigue presente, pero lo hemos ignorado. Hoy lo estamos rescatando, y lo clave es que quienes lo poseen participen en la toma de decisiones económicas, políticas y de inversión. Ellos son quienes van a ejecutar los proyectos.
¿Cómo se cuida para seguir cuidando la tierra? ¿Tiene algún ritual, lectura o lugar al que regrese cuando el agotamiento llega?
En 2016, tras la firma del Acuerdo de Paz, mi familia y yo decidimos viajar a un territorio que antes no habíamos podido conocer por temas de seguridad: los Llanos Orientales. Fuimos por carretera, y fue una experiencia increíble ver cómo el paisaje cambia del altiplano a los páramos, y luego a la llanura. Llegamos al hato La Aurora, en Casanare, donde por primera vez vi una producción ganadera en armonía con la vegetación natural. No talan árboles ni siembran pastos exóticos. Todo convive: ganado, venados, osos palmeros, incluso jaguares y pumas. Es un modelo que podría ser muy colombiano, integrado con la cultura llanera, su música y sus cantos. Cuando me siento estresada, pienso en ese lugar. Me recuerda que sí es posible convivir con la naturaleza, producir, conservar y vivir bien.
El agotamiento puede ser el resultado de ese deseo por superar retos. ¿Cuáles son esos obstáculos a los que se ha tenido que enfrentar siendo la líder de un equipo?
Francamente, uno de los retos que tengo es liderar un equipo multidisciplinario y altamente especializado. Trabajo con biólogos, ecólogos, hidrólogos, ingenieros... profesionales con doctorados y maestrías, con un conocimiento científico profundo. Y soy abogada. A veces me pregunto si soy la persona indicada para dirigir un a equipo así. Pero mi objetivo es que ellos vean en mí a alguien que sabe valorar y orientar su trabajo, que lo recoge y lo traduce en decisiones que pueden tener un impacto real, más allá de cada proyecto.
Liderar también implica sostener a un equipo, inspirar y resistir. ¿Qué tipo de liderazgo busca ejercer dentro de TNC? ¿Qué valores no negocia?
Nuestra organización tiene unos valores muy claros, que son como el ADN del trabajo que hacemos. No ganamos nada con obtener resultados fantásticos en conservación ambiental si no tenemos en cuenta principios básicos como el respeto, la inclusión, la diversidad y la transparencia. Para nosotros, si al poner en la balanza hay más beneficios para una empresa que para una comunidad, o si hay mayores ganancias económicas que beneficios reales para un grupo de personas, sencillamente no apoyamos ese tipo de situaciones. No vamos a ser parte de algo que aumente las brechas de inequidad en nuestro país. En una nación como Colombia, donde la desigualdad sigue siendo tan profunda, los beneficios sociales están por delante. Y si bien para nosotros lo ambiental también implica beneficios sociales, ese principio es, sin duda, un no negociable.