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¿Por qué le interesó contar una historia sobre patinaje?
Creo que las historias que más nos importan siempre nos atraviesan de una manera personal. Lo que ocurrió con esta historia es que, en 2022, vine a vivir a Nueva York y, al principio, trabajaba muchísimo. Hasta que un día que por fin estuve libre una amiga me dijo que fuéramos a patinar. Yo patinaba en Colombia de manera recreativa —nunca de forma competitiva—, pero llevaba ya un buen tiempo sin hacerlo, así que fui con ella. Y en el momento en que estaba saliendo de la pista, me caí y me fracturé el brazo. Fue bastante fuerte, y eso tuvo tanto impacto que, hasta hoy, no he podido volver a subirme a unos patines, porque les tengo mucha desconfianza. Pero hubo un momento en el que quise superar ese miedo y empecé a buscar clases de patinaje acá, pensando que quizá esa sería una manera de reconciliarme con el tema. Y así encontré una escuela que se llama Idol’s Skate.
¿Qué le llamó la atención de esa escuela?
La encontré en un video en TikTok donde le preguntaban a una entrenadora qué tipo de personas entrenaba. Ella es una mujer chocoana con acento paisa, muy particular, muy especial. Contaba que entrenaba, sobre todo, a niños colombianos, la mayoría llegados en esta gran ola migratoria posterior a la pandemia. Muchos estaban pidiendo asilo o eran indocumentados, no hablaban inglés, no tenían amigos y no lograban conectarse con sus clases porque no entendían lo que veían en el colegio. El patinaje se había convertido en una especie de refugio para ellos. Todos eran colombianos, hablaban igual, compartían las mismas experiencias y no tenían que esforzarse para socializar. Además, disfrutaban hacer una actividad juntos.
¿De ahí nació la idea de escribir “El deporte más feo sobre la tierra”?
Después de ver ese video, me acerqué a la entrenadora para hablar con ella. Cuando lo hice, me di cuenta de que la historia era mucho más grande que una simple escuela que ayudaba a los niños. No existía infraestructura para ese deporte, así que entrenaban en espacios públicos sin permisos; la ciudad no entendía qué era el patinaje de ruedas porque no es considerado un deporte formal aquí. A eso se sumaban otras dificultades: el clima —porque hace mucho frío y los entrenamientos se suspenden en invierno—, el hecho de que el patinaje de ruedas no es un deporte olímpico y, por tanto, no existen becas universitarias para quienes lo practican, como sí ocurre con otros deportes. Todo eso fue revelándome una historia muy amplia, con muchas aristas. Y así fue como llegó esta historia.
¿Qué significa para usted contar historias de migrantes siendo una de ellas?
Creo que siempre hay que hacer la salvedad de que, aunque todos somos inmigrantes, no estamos dentro de la misma categoría. Yo —y esto se dice mucho acá, con toda la razón— soy una inmigrante que llegó en avión. En cambio, la mayoría de los chicos con los que hablé son inmigrantes que llegaron a pie o que volaron hasta México y luego siguieron en bus, hasta cruzar la frontera caminando. Entonces, haciendo esa aclaración, sí puedo comprender lo que significa llegar acá como inmigrante. Aquí todos los latinos somos vistos como una masa homogénea, desconocida y que, en este momento, está siendo bastante discriminada. Entiendo por lo que estamos pasando todos, aunque no tengamos las mismas condiciones. Por eso, contar esta historia fue muy importante para mí.
Aún así, esta no es solo una historia sobre la cara dura de la migración, sino de cómo los latinos están creando espacios para su comunidad. ¿Por qué decidió enfocarse en eso?
Yo lo veo como una invitación a hablar de otras caras de lo que estamos viviendo ahora. Desde hace un tiempo, las historias sobre migración se han enfocado casi exclusivamente en detenciones, deportaciones o protestas. Y, aunque son historias necesarias porque hay que hacer memoria de lo que está pasando, también resultan limitantes. Pareciera que los inmigrantes solo pueden ser retratados como víctimas, como personas sin agencia. En cambio, contar historias donde la gente se la goza, donde disfruta pese a todo, me parece una forma de resistencia mucho más profunda, compleja y bella que, por ejemplo, enfrentarse con un agente de ICE. Porque no nos quieren ver disfrutar la vida, y aun así la estamos disfrutando; no nos dejan practicar el deporte, y aun así madrugamos para hacerlo; no nos dan permisos para usar el parque, y entrenamos a las seis de la mañana, antes de que salga el sol, para que nadie nos vea. Es una forma de encontrarle el quiebre a la situación.
¿Por qué apostar por el periodismo narrativo en un momento en el que se premia tanto la inmediatez de lo noticioso?
Creo que el lenguaje noticioso no le hace preguntas a los problemas, porque no hay espacio ni tiempo para hacerlo. En cambio, la crónica, al ser un género literario y de largo aliento, permite preguntarle cosas tanto a las personas como a la situación misma. En la noticia, no hay oportunidad de conectarse de verdad con las fuentes. En cambio, la crónica invita a crear relaciones más profundas, porque hay espacio para mostrar a alguien de una forma más completa: no solo como “esta patinadora que se sacrificó mucho para lograr sus metas”, sino también como una chica que a veces puede ser antipática con sus compañeras, aunque lo sea porque sabe que es la mejor de su club. Y, a la vez, entender que antes, en Cali, lo pasó mal porque allá no la consideraban buena. Es decir, una persona es muchas cosas al mismo tiempo, y eso solo se puede mostrar cuando hay tiempo.
¿Qué es lo que más le deja esta historia?
Lo que más me deja esta historia, en realidad, es la comunidad que construí. El texto lo entregué en junio, pero ellos me siguen escribiendo. Me dicen: “Oye, hay una competencia, sé que ya no va a salir en la crónica, pero queremos que vengas”, o “Tengo entrenamiento el sábado en New Jersey, ¿me acompañas?”. Ese tipo de cosas hacen que uno se convierta en una compañía que ellos quieren tener cerca. Y eso, esa conexión, no se logra si no pasas tiempo con las personas.
¿Qué la motiva a escribir?
Es curioso, porque siento que venía de un periodo de bloqueo creativo que duró varios años, y creo que la crisis fue lo que me llevó a escribir. La crisis de haber decidido venir acá y que las cosas no salieran como pensaba; el drama constante, la incertidumbre diaria de si voy a conseguir trabajo, de si nos van a seguir dando permiso de trabajo a quienes estudiamos acá. También la incertidumbre de no saber si el próximo año seguiré con mis amigas o si a ellas les tocará devolverse a sus países. Siento que la crisis vuelve urgente la escritura, porque escribir, en medio de todo, te permite entregarle algo a ese caos interno que no entiendes del todo. A mí me pasa que cuando escribo entiendo lo que me está pasando; antes de escribir, no.
¿Diría que usa la escritura como una forma de procesar sus emociones entonces?
Mis emociones y la realidad que me rodea también. El drama que estamos viviendo ahora me impulsa a hacerlo. Aunque yo no tenga amigos indocumentados, sí tengo muchas personas cercanas que son solicitantes de asilo o que viven sin papeles. Sé lo que están enfrentando, y siento que sus problemas necesitan visibilidad. No creo tanto en esa idea de “darles voz a los otros”, porque todos tienen voz, sino más bien en preguntarse cómo hacer para que esas voces sean escuchadas, cómo darles una plataforma. Entonces, sí: la escritura se ha vuelto para mí un vehículo para manifestar todo eso que estoy sintiendo, para procesar la rareza de estos días, pero también se ha convertido en un lugar de esperanza. Escribo porque hay algo que me importa, algo que siento que debe ser contado. Así que sí, creo que este es el mejor momento para escribir —y para cualquier otra forma de expresión artística—, porque sería muy difícil navegar todo esto sin un espacio al cual entregarlo.
¿Cree que algún día se volverá a subir a los patines?
Eso espero, de corazón. El otro día una amiga me propuso que fuéramos a patinar sobre hielo ahora que se acerca el invierno, y quiero creer que le voy a decir que sí. Curiosamente, al patinaje en hielo le tengo menos miedo que al de ruedas. Lo siento más estable, por alguna extraña razón. Así que creo que voy a empezar con el de hielo… y con el de ruedas, ya veremos.
