Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

La danza con la muerte

Cuatro generaciones de la familia Reyes han trabajado en la fabricación de altares con los que, según la tradición mexicana, se festeja la visita de los difuntos al mundo de los vivos.

Joseph Casañas - @joseph_casanas

29 de abril de 2020 - 09:07 p. m.
Una de las primeras escenas fue "La Gran Tenochtitlán", que representa el pasado prehispánico de la capital y las rutas migratorios de sus primeros habitantes. / AFP
PUBLICIDAD

No habrá que esperar a que llegue el 2 de noviembre para recordar a la muerte. En esa fecha, desde hace muchas fechas, se celebra en México el Día de Muertos. Una celebración que combina elementos de la cultura prehispánica y la religión católica, si se quiere explicar desde un punto de vista sociológico, o una excusa para recordar a los difuntos, si se quiere ser más práctico. Y no habrá que esperar a que llegue esa fecha porque este mes la muerte se volvió un visitante frecuente casi, un inquilino que entra a la casa sin ser invitado. A la hora de publicación de este texto, México tenía confirmadas 1569 muertes por COVID-19.

Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar

Esta historia se empezó a escribir hace diez años, aunque yo no lo sabía. Entonces llegamos con ojos de turista a Huaquechula, municipio mexicano del Estado de Puebla, para vivir, como nos dijeron, “la celebración del Día de los Muertos de la forma más tradicional posible”.

Hasta entonces solo sabía de aquella celebración por culpa de “La Catrina”, la calavera creada por el caricaturista mexicano José Guadalupe Posada y que años más tarde, en 1947, el muralista Diego Rivera le daría trascendencia mundial al incluirla en su obra, “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central “.

Pero en Huaquechula no había ni calaveras, ni Catrinas, ni murales, ni flores, ni mujeres disfrazadas. Había, eso sí, un par de calles pavimentadas, mucha mole poblano y cientos de historias que se convirtieron en millones cuando descubrimos que la cerveza Corona estaba diez pesos mexicanos, unos 1700 pesos colombianos.

Allí Cada año, entre el 28 de octubre y el primero de noviembre, más de 30 familias abren las puertas de sus casas para que vecinos y turistas vean el altar del difunto y, mientras comen un mole poblano ofrecido por el anfitrión, recuerden a la persona que falleció. No importa que el turista no lo haya conocido. La reunión es una forma de hacerlo.

Uno de los altares instalados en las casas nos llamó poderosamente la atención. Era el más grande, el más colorido, el más adornado. Y, más allá del tema estético, el anfitrión un tal, Pascual Eugenio Reyes Eustaquio, rápidamente se convierte en un cronista de la muerte, aunque jamás se conduele para hablar de ella.

Read more!

 

De izquierda a derecha: Pascual Eugenio Reyes Eustaquio, Omar Eugenio Reyes Chapero, Teófilo Eduardo Reyes Chapero, miembros de una dinastía que lleva más de un siglo fabricando altares para el día de los muertos en México. 

Ese altar, como otros cientos de altares que ese fechas se levantan en Puebla, fue construido por la familia Reyes, una familia que lleva 150 años fabricando esas estructuras a las que dicen, ese día, llegará el difunto de visita.

No ad for you

“Los altares tiene tres niveles. El primer nivel, que es la parte baja, se coloca todo lo que nos da la vida y la tierra. Frutas, alimentos, agua, bebidas. Todo lo que le gustaba al difunto. Sal, azúcar, incienso y agua bendita. Ese primer nivel está dedicado a la madre tierra.

El segundo nivel se pone un espejo que refleja la foto del difunto, ese nivel está dedicado a la separación del cuerpo humano a la vida espiritual. El cuerpo muere, pero el espíritu se queda vivo.

Y el tercer nivel está dedicado a la vida de Dios. Hay ángeles y colocamos un crucifijo en lo más alto, porque Dios es el que está en el reino y algún día tenemos que llegar allá”, explica el señor Reyes Eustaquio.

Read more!

La tradición la inició el bisabuelo Marcelino, luego vino el abuelo Cándido, quien le enseñó todo lo que sabía a Eugenio. Los conocimientos hoy los aplican Eduardo y Omar. Son cuatro generaciones de la familia Reyes las que han venido fabricando altares para recordar a los muertos.

“La familia lleva más de 150 años fabricando altares. Es una tradición para recordar a nuestros fieles difuntos. Ellos se fueron en en físico, pero en la vida espiritual aún viven en nuestro corazón. Nos vienen a visitar después de la muerte.  Nadie sabe cómo es por allá, pero sabemos que regresan una vez al año a visitarnos. Mientras uno lo siga recordando, siempre, quien se fue, va estar en el corazón de las personas que compartieron con él”, dice Eduardo Reyes Chapero en diálogo con El Espectador.

No ad for you

En la sala de su casa hay un altar. Uno que mide cinco metros de alto y tiene cuatro de ancho. Está fabricado con telas blancas y rosas. Lo adornan figuras de angelitos en yeso. En la parte alta se ve la figura de un cristo negro. Lo conocen como el Señor del veneno.

El altar, dice Eduardo Reyes, lleva allí cuatro años. Espera conservarlo 15 años más. “Ese altar lo construí cuando falleció mi hijita. Solo nos acompañó 22 horas de nuestra vida. Ese era su ciclo”, dice.  Recuerda que el altar los construyó en menos de 24 horas con la ayuda de sus hermanos y de Eugenio Reyes, su padre y abuelo la pequeña Ana María.

“En México no le tenemos miedo a la muerte. Jugamos con ella. La entendemos como un patrón más de la comunidad. Es algo natural”, dice.

Una pausa para hablar del Señor del Veneno. El director de Arte Sacro de la Arquidiócesis de México, P. José de Jesús Aguilar, dice que, de acuerdo a la tradición, hubo una persona que intentó asesinar a un fiel devoto, que acostumbraba besar los pies del Cristo.

No ad for you

“Esta persona pensó que, si colocaba veneno en los pies del Cristo, el hombre después de besarlo se iría a su casa a dormir, y el veneno actuaría en la noche y el hombre amanecería muerto sin que nadie sospechara de alguna cosa. Cuando el piadoso hombre se acercó a besar los pies del Cristo, todos vieron cómo el Cristo flexionó las rodillas para que no sean besados sus pies y fue recibiendo el color negro desde los pies hasta la parte de la cabeza, en una forma simbólica absorbiendo el veneno. Por esto se llama Señor del Veneno”.

La imagen de ese Cristo ‘morocho’ es una muestra más de lo que es el Día de los Muertos en México, una celebración que mezcla raíces indígenas con tradiciones cristianas de la época colonial española.

Huaquechula , un pequeño pueblo ubicado a una hora de la capital del estado de Puebla, es uno de los lugares de México en el que se puede entender de la forma más fiel posible lo que significa esta celebración. Cada año, entre el 28 de octubre y el primero de noviembre, más de 30 familias abren las puertas de sus casas para que vecinos y turistas vean el altar del difunto y, mientras comen un mole poblano ofrecido por el anfitrión, recuerden a la persona que falleció. No importa que el turista no lo haya conocido. La reunión es una forma de hacerlo.

No ad for you

“El alma del difunto se recibe a las dos de la tarde. A esa hora pican las campanas, es la es la señal de la llegada de los difuntos. Quienes lo reciben se encuentra a media cuadra de la casa y le guían el camino con agua bendita, incienso, veladoras y flor de cempasúchil”, explica Reyes.

Aunque, según el portal de investigación y datos mexicano Datamos, Huaquechula es una de las poblaciones del estado de Puebla con mayor rango de pobreza, las familias que conmemoran a los muertos hacen altísimas inversiones para la elaboración de los altares.

En la elaboración de un altar cada familia se puede gastar entre 30 mil a 40 mil pesos mexicanos, es decir, entre $5.299.743 y $7.066.325 pesos colombianos.

“Al dueño de la casa en la que vamos a hacer el altar le hacemos una lista de lo que vamos a necesitar. Mesas de madera, algunas tablas, cajas de jitomate (tomate) tela, angelitos de papel, barandales, tachuelas para hacer los pliegues, angelitos de yeso, entre otras cosas”, dice Eduardo Reyes.

No ad for you

Sin embargo, el costo puede ser más alto si se tiene en cuenta que cada familia además ofrece comida para todos los visitantes. No se escatiman gastos. En total cada familia puede destinar para la conmemoración de su difunto, entre 70 mil y 200 mil pesos mexicanos, es decir, entre $12.366.590 y $35.333.116 (pesos colombianos). Eso varía con relación al tamaño del altar o la comida que se ofrezca.

A quienes trabajan en la elaboración de los altares les pagan alrededor de 250 pesos mexicanos. Unos $44.000 (pesos colombianos) por el día de trabajo.

A Eduardo Reyes le cuesta entender cómo se celebra el Hallowen en países donde las mujeres se disfrazan de cualquier cosa sexy. “Aquí no conocemos eso. En México nadie se disfraza. Festejamos para recordar nuestros fieles difuntos. En esas fiestas de Halloween la gente pide dulces, aquí no. Al difunto no se le pide, al contario, le das para recordarlo”, dice.

En total son tres días en los que la sociedad mexicana está en una danza cercana con sus muertos. El 28 de octubre se abren las ofrendas de quienes fallecieron en accidentes de tránsito; el 31 de octubre las ofrendas de los niños y el primero de octubre para los fallecidos por muerte natural.

No ad for you

“El 2 de noviembre, temprano en la mañana, vamos al panteón a dejarles unas florecitas a su tumba, a platicar con ellos, a llevarles una bebida, la mejor música”, es la forma de llevar al difunto de nuevo a descansar.

“Los pueblos indígenas poseen un calendario ritual muy arraigado a la agricultura tradicional, pero ésta es la festividad colectiva más importante por la retribución a la Tierra y el culto a sus ancestros", dice Octavio Murillo, director de acervos del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas.

La base de este festejo moderno surgió con la leyenda de que los mexicas, el pueblo indígena dominante de la época prehispánica mexicana, viajaban después de morir a través de las nueve regiones del inframundo, conocido como el Mictlán.

Según Murillo, "el destino final de las personas era determinado por la conducta desarrollada en la vida". Desde esas épocas se origina la relación del mexicano con la muerte.

"Es una celebración con muchos años de historia, y a la que los pueblos indígenas han ido incorporando nuevos elementos religiosos de la tradición cristiana, por ejemplo, en el montaje de las ofrendas", explicó Murillo.

No ad for you

Por Joseph Casañas - @joseph_casanas

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.