El anuncio de Artes para la Paz no fue un acto protocolario más: se presentó como “la mayor apuesta de educación y formación artística en la historia reciente de Colombia”. Respaldado por la Presidencia y articulado entre los ministerios de Cultura y Educación, el programa proyecta llegar a un millón de estudiantes en todo el país y vincular a miles de artistas y sabedores en las aulas. Una iniciativa que, en palabras oficiales, busca que la paz se enseñe y se viva también a través de la música, la danza, el teatro, la escritura y el cine.
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Artes para la Paz ha sido una de las banderas de la ministra Yannai Kadamani Fonrodona. Desde antes de asumir el cargo —cuando era viceministra de las Artes— defendió la necesidad de ampliar la formación artística como derecho y como herramienta de transformación social. Esa convicción, sin embargo, no ha estado libre de controversia: algunos sectores señalaron que la puesta en marcha del programa recortó los presupuestos de entidades con larga trayectoria, como la Fundación Batuta. La ministra lo negó con firmeza: aseguró que se trata de un proyecto integrador y no de sustitución, que reconoce lo construido por distintos gobiernos y organizaciones, ampliando sus alcances.
Este 26 de agosto que se realizó el lanzamiento del programa, Fabián Sánchez, viceministro de las Artes, habló sobre cómo se articula con el Plan Nacional de Cultura y la reforma a la Ley General, qué implica reconocer la figura del sabedor en igualdad con el artista titulado, cómo se conquista la aceptación en los territorios y qué retos plantea sostener el proyecto más allá del actual gobierno.
¿Cómo este proyecto de Artes para la Paz se articula con el Plan Nacional de Cultura y con el proyecto de fortalecimiento de la Ley General de Cultura?
Parte del Plan Nacional de Cultura es impulsar procesos de formación que van desde la identificación de talentos hasta la inserción laboral de los agentes del arte y la cultura. Este programa, en sus capítulos formal e informal, responde a esa voluntad de un plan construido con los territorios, donde se reclama tanto la vinculación laboral como el fortalecimiento de la formación. En muchos municipios no hay oferta de licenciaturas en artes, música, danza o educación artística, aunque exista interés. Por eso el programa integra a sabedores sin titulación y abre espacio a procesos informales que reflejan la naturaleza de la formación artística en los territorios. Además, se articula con el Sistema Nacional de Educación y Formación Artística y Cultural (SINEFAC), contemplado en el Plan Nacional de Cultura y en la reforma a la Ley General de Cultura. Esto permite un trabajo conjunto no solo con el Ministerio de las Culturas, sino también con Educación, Trabajo, Ciencia y los Consejos Nacionales de Cultura. La intención de Artes para la Paz es integrar a distintos agentes que antes trabajaban de manera dispersa.
¿Cómo fue la articulación entre las diferentes carteras y entidades estatales para apoyar este programa?
Aunque se crea que dos carteras de un mismo gobierno deberían trabajar juntas, no siempre ha sido así. En este caso se buscó integrar la educación artística y cultural al currículo en clave de formación integral, superando un divorcio histórico entre ministerios. El diálogo se dio a través de los centros de interés en colegios, donde se logró vincular a casi la mitad de los artistas formadores como sabedores, reconocidos por sus comunidades pese a no tener títulos académicos. Esto convierte al programa en un proyecto de integración. Además, en diciembre de 2024 la circular 048, construida entre los ministerios de Educación y Cultura, permitió sumar 1.153 docentes de educación artística a la planta, un aumento del 16% sobre los 6.990 existentes. La vocación del programa es ampliar estas plantas y garantizar acompañamiento metodológico y misional desde ambas carteras.
Este proyecto supone la dignificación del trabajo del artista y de los sabedores. ¿Cómo medir ese impacto más allá de las cifras, teniendo en cuenta que los procesos artísticos y culturales no siempre pueden ser cuantificables?
El Ministerio de las Culturas se ha convertido en el principal contratador de artistas del país. Solo en este programa hay 4.000 formadores vinculados en colegios, acompañados por equipos psicosociales, pedagógicos y artísticos. En el capítulo informal se articulan cerca de 500 organizaciones de base, lo que amplía aún más el alcance. La dignificación no es solo la contratación, también es garantizar el trabajo y un salario digno, además del reconocimiento igualitario de artistas y sabedores dentro del sistema educativo.
Hay una percepción de que Artes para la Paz reemplazó a Sonidos para la Paz...
Es una ampliación. El programa es integrador en un sentido amplio: no solo reconoce lo trabajado en los últimos años, sino también lo desarrollado por gobiernos nacionales y locales, incluso de distintos signos políticos. Parte del reconocimiento de que las artes tienen una función social que contribuye a la paz. En un inicio el programa tuvo un matiz musical, porque Colombia es un país que canta y hace música. Pero el sector reclamaba: Colombia canta, pero también baila, narra, teatraliza sus realidades difíciles, cuenta historias. El país es más amplio que la música. Por eso, no es una sustitución, sino una ampliación. Se mantienen los centros de interés en música, que continúan bajo la denominación interna de Sonidos para la Paz, pero el programa ahora integra artes plásticas, circenses y otras disciplinas, tanto en el capítulo formal como en el informal.
Hablemos de los retos de llevar este programa a los territorios, reconociendo la diversidad del país y sus territorios...
Para la operatividad del proyecto, el Ministerio de las Culturas cuenta con aliados académicos: seis universidades que apoyan tanto la gestión como el diálogo con las comunidades. De los 4.000 artistas formadores, 1.600 son sabedores reconocidos en sus territorios, fruto de consultas con las comunidades y representantes étnicos. El programa tiene un fuerte componente etnoeducativo y llega a la “Colombia profunda”, donde el trabajo directo es indispensable. En el capítulo informal se articula con organizaciones de base con décadas de trayectoria y gran arraigo comunitario, que funcionan como puentes hacia los verdaderos beneficiarios.
La amplitud del programa se sostiene en esa red de universidades y organizaciones de base con reconocida trayectoria.
¿Cómo ha visto usted las voluntades políticas, tanto de entidades distritales y gubernamentales, para apoyar este proyecto?
Ese es justamente uno de los éxitos del programa: la aceptación y apropiación por parte de las entidades territoriales certificadas. Es un ejercicio que reconoce lo que ya se desarrolla en los territorios. Hoy existen gobernaciones y alcaldías que apuestan al arte como estrategia de transformación social, y este proyecto dialoga con ellas. En un encuentro reciente con responsables de cultura del país, dos palabras quedaron instaladas como consenso al margen de cualquier signo político: Artes para la Paz. Es un concepto amplio, pero simple, que recoge y articula.
En los colegios se trabaja en diálogo con las secretarías de Cultura y Educación. No se llega a imponer, sino a integrarse a sus procesos. La aceptación ha sido alta porque el sector cultural es un espacio con acuerdos y universales compartidos que superan gobiernos y signos políticos.
¿Cómo se va a garantizar el sostenimiento de este programa, teniendo en cuenta que este es el último año de gobierno y que el próximo puede redireccionar enfoques y prioridades?
Hay dos elementos clave. El primero es fortalecer la oferta de formadores y de formación en general. Se han desarrollado procesos de profesionalización y cualificación para que cada agente tenga las herramientas necesarias y se construya capacidad instalada. El segundo es atender la demanda social que el arte y la cultura tienen en los territorios. En los últimos años, esa demanda se ha fortalecido gracias a ejercicios de gobernanza y a la aceptación de los procesos formativos, tanto formales como informales, dentro de la ciudadanía. Además, es fundamental que el programa entre en clave de plantas temporales. Hoy hay cerca de 8.000 docentes de aula en educación artística para 44.000 sedes, cuando lo ideal sería que cada sede tuviera su propio docente. Aunque la cifra aún es baja, ya se logró un incremento del 16%.
La vocación es seguir ampliando esa planta de docentes bajo la responsabilidad del Ministerio de Educación, con el Ministerio de las Culturas acompañando misional y técnicamente el proceso.