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La Enciclopedia, la edad de la razón y el sueño de la hegemonía global

La Enciclopedia de Diderot y D’Alembert y la imagen con que fue presentada al público fueron la expresión de una nueva autoridad científica y política donde la verdad religiosa era sustituida por el ideal de una única razón humana.

Mauricio Nieto Olarte

07 de septiembre de 2025 - 06:15 p. m.
Frontispicio de la Enciclopedia. Dibujo de Carlos Nicolás Cochin (1765) y grabado a cargo de Benoît-Louis Prevost (1772).
Foto: WikiCommons
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La Enciclopedia, como la Ilustración, encarnó paradojas y contradicciones políticas y morales. Fue una obra de y para las élites europeas en la que se expresaron ideales de fraternidad, igualdad y libertad, no siempre fáciles de conciliar con el cometido europeo de hegemonía global.

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Este ambicioso proyecto, liderado por Denis Diderot y Jean-Baptiste le Rond D’Alembert, tuvo la intención de reunir en una sola gran obra la totalidad del conocimiento humano, tener un registro duradero de las ciencias y las artes que finalmente parecían triunfar sobre el error, la superstición y el dogma. Sin embargo, fue más que una compilación de saberes teóricos, fue pensada como una obra de consulta y también como un instrumento para trasformar el mundo y construir un mejor futuro. En palabras de Diderot, el propósito de la Enciclopedia era “reunir el conocimiento disperso por todo el mundo para revelar su estructura general a nuestros contemporáneos y transmitirlo a aquellos que vengan después de nosotros, de modo que los logros de épocas pasadas no queden inadvertidos para los siglos venideros y que, al estar mejor informados, nuestros descendientes puedan al mismo tiempo hacerse más virtuosos y sentirse más satisfechos, y, por último, para no abandonar este mundo sin habernos ganado el respeto de la humanidad”.

Hoy no tenemos ninguna duda sobre la importancia de este proyecto, pero en su tiempo no tuvo una vida fácil. En una época en que todavía el Estado, la monarquía y la Iglesia parecían indisolubles, era de esperarse que cualquier crítica a la autoridad religiosa tuviera una recepción hostil. Desde muy pronto, en 1752, con la aparición de los dos primeros volúmenes, la Facultad de Teología de la Sorbona los condenó a la hoguera. El enemigo más evidente del proyecto ilustrado fue la autoridad eclesiástica y, en particular, la teología, que parecía estar perdiendo su monopolio sobre la verdad y su privilegiada condición de madre de todas las ciencias.

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La imagen elegida por Denis Diderot como frontispicio de la gran Enciclopedia francesa tuvo como figura central la Verdad, representada por una mujer apenas cubierta con un velo que la Razón y la Filosofía intentan retirar. Justo detrás de la Verdad se abre paso entre las nubes un rayo de luz que ilumina la totalidad de la escena. A los pies de la Verdad se encuentra la Teología de rodillas iluminada por la luz de la verdad. A la izquierda, la Imaginación busca adornar la Verdad con una guirnalda de flores. Detrás de la Filosofía aparecen la Memoria y la Historia y, debajo de estas, se encuentran la Geometría, la Física y la Astronomía. Debajo de la Filosofía aparecen también la Óptica, la Botánica, la Química y la Agricultura, mientras que debajo de la Imaginación se reconocen artes como la Pintura, la Escultura y la Música. En la parte inferior aparecen algunos oficios técnicos, representados por figuras masculinas.

En su conjunto, la escena es una poderosa alegoría de los ideales ilustrados donde la Razón y la Filosofía descubren la Verdad y les dan sentido a todas las artes y los oficios. El mensaje es claro: el conocimiento es ahora un asunto humano y la Verdad ya no es potestad exclusiva de la teología.

La emergencia de una nueva autoridad secular implicó una nueva filosofía que debería poder explicar la naturaleza de la experiencia y de la razón humana. Al mismo tiempo que Diderot y sus compañeros filósofos ponían en marcha el colosal proyecto de la Enciclopedia, Immanuel Kant, uno de los más emblemáticos pensadores de la Ilustración, escribía su gran obra Crítica de la razón pura, con la cual quiso darle un fundamento filosófico a un nuevo régimen de verdad fundado en principios universales propios de la razón humana.

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En su célebre texto ¿Qué es la Ilustración?, el pensador alemán afirmó: “Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo”. La Ilustración se suele identificar con el anhelo de la libertad, como una expresión de emancipación humana sobre cualquier autoridad. No obstante, muy lejos de pensar la libertad como un capricho individual, la mayoría de edad implicaba el uso de la razón, la cual debía ser una, universal y común a todos los seres humanos.

Kant y muchos de los pensadores de su tiempo celebraron estar viviendo tiempos de cambio y renovación. “Es una auténtica época crítica, y a la crítica ha de someterse todo. La religión por sagrada y la legislación por su carácter majestuoso se han creído exentas, y con ello se han ganado la merecida desconfianza de los demás”, diría Kant.

En términos similares, Diderot defendió que el verdadero filósofo no se doblegaba ante la autoridad de la tradición ni los prejuicios: “Se atreve a pensar por sí mismo, a remontarse hasta los principios generales más claros, a examinarlos y discutirlos, y a no aceptar más que el testimonio de su experiencia y su razón”.

Hoy sabemos que la Ilustración no fue el fin de la religión, pero la autoridad de la teología fue atacada con vehemencia. Para algunos, la ley natural dejó de ser la impronta del Creador y, por lo mismo, la apremiante necesidad de pensadores como Hume o Kant de explicar la naturaleza del entendimiento humano. No obstante, muy pocas veces se ponían en duda la existencia de Dios y la creación del mundo, por más de que pocos defendieran la veracidad literal de los textos bíblicos. Lo que realmente estaba en juego no era la existencia de Dios, sino la autoridad filosófica de la teología.

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El reto no era simple: si bien los filósofos ilustrados heredaron del Renacimiento, de Galileo, Bacon, Descartes y Newton la confianza en una nueva filosofía natural, construir una nueva autoridad secular, fundar una nueva ciencia y moral sin Dios no fue un cometido simple. Lo que mucho más adelante Max Weber llamó “el desencantamiento del mundo”, fue y sigue siendo una tarea colosal cuya independencia del legado cristiano no es tan evidente.

El sueño de una única ciencia y una razón universal no era tan distinto de la tradicional idea monoteísta de un solo Dios, una sola verdad. La verdad religiosa solo podría ser sustituida por una autoridad igualmente poderosa de validez universal. Proclamar ser voceros de una única verdad era un asunto no solamente religioso o epistemológico, sino también político. Lo que estaba en juego, la pregunta de ¿quién tiene la autoridad para hablar por los demás?, no era un asunto menor.

La Ilustración europea no se puede reducir a un conjunto de ideas sobre la libertad: fue un momento histórico particular que no podemos entender por fuera del contexto de expansión global que vivió Europa en el siglo XVIII. No fue una coincidencia que, en una época de exploración global y de una inagotable fuente de nueva información, aparecieran proyectos de acumulación y acopio de conocimiento.

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Los grandes proyectos científicos y políticos de la Ilustración (enciclopedias, diccionarios, la emergencia de sistemas de clasificación de la naturaleza, grandes catálogos de plantas y animales, los museos y los jardines, los detallados y precisos mapas del mundo entero) fueron parte de gran cometido de control global. Pronto, en especial para los pueblos no europeos, se hizo evidente que la defensa de los ideales ilustrados de igualdad, fraternidad y libertad no eran fáciles de armonizar con el sueño europeo de hegemonía en nombre de una única razón universal.

Por Mauricio Nieto Olarte

Mauricio Nieto Olarte es filósofo de la Universidad de los Andes y doctor en Historia de las Ciencias de la Universidad de Londres.
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