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El fingidor
Para que el niño no crezca lo alimentan con hierbas imposibles de pronunciar. Nadie sabe cuántos años tiene y todos procuramos evitarlo al verlo vestido de muñeco entre los brazos de su madre. También yo cuando los encuentro al regresar de la universidad. Pero su anciana madre me espera con la puerta del ascensor abierta y el carrito del bebé al fondo. ¡Sube! Insiste. Y nada puedo hacer entonces por zafarme de sus ojos, la baba caída sobre el mentón y esa sonrisa de viejo verde. - Sara Coca (España).
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Sushi
Hoy cocinamos sushi. Fue raro prepararlo sin ti. Un poco triste, un poco vacío, un poco valiente. Tuve la oportunidad de enseñarle a alguien más cómo hacerlo, justo como lo hiciste conmigo alguna vez. Me sorprendí de lo bien que lo había aprendido. Lo bien que me enseñaste.
Un amigo me advirtió sobre lo dolorosas que serían las primeras veces de ahora en adelante, pero también me advirtió sobre la gratitud que despertarían tus recuerdos.
Ahora lo entiendo. - Alejandra Uscátegui.
El perrito de la dama
Se puso la boina y salimos. Se sentó en un café de los jardines. En la mesa del lado había un hombre. Lo había visto siguiéndonos. Gruñí, lo miré de reojo. Él sonrió, se agachó y chasqueó los dedos. Ella le dijo que no mordía y me empujó hacia él. No me gustó. Avancé. Alisó mi pelo desde la cabeza hasta la cola. Su mano temblaba. Me ofreció una galleta que no probé. Echado bajo la mesa lo oí recitar. Ella improvisaba. Sus pies estaban muy cerca, a veces se cruzaban. Silencio y luego risas. Levanté las orejas en vano hasta que me quedé dormido. Desperté, él ya no estaba. Camino al hotel ella repetía un nombre.
La besó frente al mar. Quise morderle. Ella me miró con furia. Me dejaron en el patio del hotel y subieron a la habitación. Esto se repitió varios días. Paseando, ella caminaba ausente, yo sentía la correa tensa. A veces tropezamos con personas.
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Cuando subimos al tren de regreso a casa la tarde parecía hecha de hielo y de tristeza. Ella sollozaba. Mientras su mirada se perdía en las montañas le noté nuevas canas. Iba llegando el otoño. - Marino Agudelo Hoyos (Cali, Valle del Cauca).
Carimba
Como la primera vez, como tantas otras veces, el corazón me palpita sin control acompañado de esa sensación de culpabilidad inexplicable e incontrolable. Me sorprende que no somos dos ni tres. ¿10, 11? no estoy segura.
Cómo todas, miro de soslayo, pero alcanzo a descubrir que soy como ellas, que ellas son como yo, mejor dicho, que somos iguales, con la misma carimba tatuada a golpes, con la misma angustia, con el mismo deseo de escapar, de volver a perdonar, de olvidar. Él llega acompañado de su abogado, con mirada altiva, sin asomo de arrepentimiento.
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El juez, con tono aburrido, nos invita a todas las querellantes para que presentemos nuestro testimonio con las evidencias. - Pathos.
El pijama del diablo
Una persona incendió el aviario de mi imaginación, me mantuvo noches en vela bajo amenaza de muerte, me consoló entregándome a los venenos hermanos de la ambrosía, me hizo beber las palabras de Gautama, pero destruyó el pozo, me convenció de que el fin del mundo es una fiesta y me entregó al demonio del arte para que se alimentara de mi tormento. Sabe cómo me llamo pero olvida mi nombre, avivó las llamas de mis anhelos para apagarlas. Esa persona era yo. - Nataly Ortega
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El microrrelato debe tener: Máximo 200 palabras, con el nombre el autor y la nacionalidad.