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                                                                                                                              La escritora Silvina Ocampo y las “Memorias secretas de una muñeca”

                                                                                                                              Uno de los cuentos clásicos de la autora argentina, de quien hoy se cumplen 30 años de su muerte.

                                                                                                                              Silvina Ocampo * / Especial para El Espectador

                                                                                                                              Silvina Ocampo ​​era cuentista y poeta. Su primer libro fue "Viaje olvidado" y el último "Las repeticiones", publicado póstumamente en 2006. También fue artista plástica.​ Nació el 28 de julio de 1903, en Buenos Aires, y murió en esa ciudad el 14 de diciembre de 1993. Recibió reconocimientos como el Premio Nacional de Poesía de Argentina en 1962. Aquí retratada por su marido, el escritor Adolfo Bioy Casares, en su casa de Posadas, en 1959.
                                                                                                                              Foto: Archivo Particular

                                                                                                                              Hace mucho que la vida me trata como a una muñeca la trata una niña, sin atenciones que no sean pasatiempos. Soy como soy, sin pretensiones, ni siquiera para conseguir algo que sería importante dentro de mi celda, pues vivo como en una celda donde nadie puede entrar, salvo yo misma con mis innumerables exigencias, a veces imposibles, otras tan posibles que parecen a veces de niña.

                                                                                                                              Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

                                                                                                                              Silvina Ocampo ​​era cuentista y poeta. Su primer libro fue "Viaje olvidado" y el último "Las repeticiones", publicado póstumamente en 2006. También fue artista plástica.​ Nació el 28 de julio de 1903, en Buenos Aires, y murió en esa ciudad el 14 de diciembre de 1993. Recibió reconocimientos como el Premio Nacional de Poesía de Argentina en 1962. Aquí retratada por su marido, el escritor Adolfo Bioy Casares, en su casa de Posadas, en 1959.
                                                                                                                              Foto: Archivo Particular

                                                                                                                              Hace mucho que la vida me trata como a una muñeca la trata una niña, sin atenciones que no sean pasatiempos. Soy como soy, sin pretensiones, ni siquiera para conseguir algo que sería importante dentro de mi celda, pues vivo como en una celda donde nadie puede entrar, salvo yo misma con mis innumerables exigencias, a veces imposibles, otras tan posibles que parecen a veces de niña.

                                                                                                                              Mi vida transcurre como la vida de una monja, sin que las privaciones me duelan o me den tristeza; esto no significa que soy indiferente a las bellezas del amor o de la dulce amistad. Quisiera ser clara para contar mi vida y la sensibilidad de mi corazón. Muchos creen que soy un ser aparte de todos los que viven en este mundo tan desprestigiado. Espero que sepan interpretarme de modo racional y despojado de coquetería.

                                                                                                                              La soledad me vuelve totalmente sincera y lo que escribo se vuelve totalmente increíble para gente que vive en una sociedad hermética. Soy independiente y libre de pensar y sentir como siento, sin la menor vergüenza. Un día, tal vez, salga de mi secreto, feliz de imaginar otros mundos más decorativos y audaces, que asombran a cualquiera, con la profundidad de mi confianza. Soy lo que quiero ser para la eternidad imperturbable.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              “Hay que resignarse”, dice una viejita que se alegra, pues para ella la resignación es su única esperanza. ¿Resignarse? ¿Qué significará esa palabra? La he oído en algún sueño en que nadie encuentra lo que busca ni se entristece porque no lo encuentra. Yo pienso que se parece a la esperanza, aunque dicha en distinto tono de voz podría parecerse mucho a esa capitalización tan extraña de los hombres de mi infancia.

                                                                                                                              ¿Habré sido chica alguna vez? No tengo vestiditos chicos, ni zapatitos, ni sombreritos que prueben que he sido chica, ni juegos de muebles diminutos, ni carritos. No, no he sido chica, o no puedo recordar cuando lo fui. Mi juego es la computadora. Sin embargo cuando yo era chica, tan chica que nadie me veía, ni siquiera me miraban ni alababan mi pelo rubio lacio, ni mi peinado, ni mi vestido ni mi modo de hablar, yo asistí a una inundación. Dormí sobre el agua como sobre un colchón muy suave y líquido, que podía beber; veía las casas sumergidas en el agua, levantaba los pies, para que respiraran, y la cabeza, y alguien gritó en la calle: “Es un ángel. Miren el ángel”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              En sus brazos oí su voz diciéndome: “Bárbara, te llamas Bárbara, no lo olvides, y serás mía.” Pasaron dos o tres días sin que nada nos perturbara. Ella me conocía, yo la conocía. “Me llamo Bárbara”, le dije un día, “pero vos ¿cómo te llamás?”. “Me llamo Andrómaca”, me dijo reteniendo su respiración; “un nombre tal vez raro, pero es mío desde que me bautizaron y espero que siga siendo raro hasta que me muera”. “Tú nunca morirás”, le contesté. “Antes moriré yo”.

                                                                                                                              Y así fue como esperamos un día de primavera para cortar flores y distribuirlas en los floreros de la casa. Jazmines, hortensias, crisantemos, corona de novia; los nombres no nos faltaban y así me enseñó a conocer las flores y los perfumes y los colores. Se sentó en una silla y me dijo: “Voy a colmarte de caramelos y de vestidos y de juguetes, pero no lo digas a nadie, a nadie”. Entonces me besó y puso su lengua en mi boca. Parecía una frutilla recién cortada. “Dormirás conmigo en mi cama, ¿me comprendes? No te hagas la bebita ni cierres los ojos cuando te hablo.”

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              El primer día dormimos la siesta juntas. Era extraño despertar en esa casa tan diferente, en un mundo lleno de personas desconocidas y de extraños pájaros en las jaulas doradas. “Espero que me quieras como yo te quiero o te mataré”. Cerró los ojos al decir estas palabras y yo abrí los míos. “No te asustes, nunca te mataré porque soy razonable. Mírame bien en el fondo de mis ojos”. La miré y ella me miró. Pero la felicidad no puede durar.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Los relámpagos y los truenos llenaron el cielo. Algo sucedió ese día de tormenta. Había vuelto el mal tiempo. Era la hora de la siesta. En su cuarto como en un sueño descubrí una muñeca distinta a todas; estaba vestida de sultana, se movía, cerraba los ojos, gritaba. Estaba en la casa de Andrómaca. Era tan linda que no me atreví a mirarla y le di un beso como el que me dio a mí. Pero Andrómaca la tomó en sus brazos y la acunó hasta que se durmió totalmente. “¿Sabes lo que Andrómaca significa? Felicidad en el matrimonio”, exclamó. Yo protesté: “Pero no sos casada”. “Me voy a casar ahora mismo”. “Pero no es posible” dije. “Es tan posible que aquí esta el anillo”.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Se oscureció el día y caí desmayada. Nunca volví a revivir porque el cuarto desapareció. El que me lea pensará que miento y que Andrómaca nunca existió. Estas palabras están dentro de mi cuerpo. “Ábranme si se atreven. Tal vez hoy, tal vez mañana, tal vez nunca me tiraré de esta ventana”. Se acercó a la ventana, la abrió y miro a su alrededor. “Mírenme”, dijo. Dio un salto y cayó por el aire. Se disolvió como un terrón de azúcar. Sólo quedó el azul de sus ojos perdidos en la extraordinaria soledad de los celos.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Pero aquí no terminó mi vida. La vida sigue ya sin cuerpo y se interna entre las plantas aspirando los perfumes de cada flor. La vida sigue con sus curiosidades. Se vuelve detective. Entro de nuevo en la casa de Andrómaca de noche. Entré en su cuarto. Abrazada a la muñeca que no era una odalisca, era una sultana. Las dos dormían. Un dúo de ronquidos llamó mi atención antes de que cantaran los zorzales; tenía que oírlo, tenía que desencantarme totalmente para poder olvidar mi tristeza. En medio de los relámpagos que las iluminaban, me tiré al suelo para mirarlas mejor y con el último relámpago que cayó sobre la casa, grité con un grito sordo. Me pareció salir del fondo de la tierra cuando quedamos fulminadas las tres, yo sin cuerpo, ellas con sus cuerpos llenos de esperanzas, sin futuro, sin cielo ni infierno, para la eternidad de mi conciencia.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              * La obra de Silvina Ocampo fue publicada por sellos editoriales como Emecé y reeditada por Lumen. En su juventud estudió dibujo y pintura en París con Giorgio De Chirico y con Fernand Léger. A partir de 1935, luego de conocer a Adolfo Bioy Casares, con quien se casó en 1940, se dedicó por entero a la literatura. Un resumen de sus obras: Viaje olvidado (cuentos, 1937), Enumeración de la patria (poesía, 1942), Autobiografía de Irene (cuentos, 1948), Los traidores (teatro, en colaboración con J. R. Wilcock, 1956), La furia (cuentos, 1959), Las invitadas (cuentos, 1961), Lo amargo por dulce (poesía, 1963), Los días de la noche (cuentos, 1970), Árboles de Buenos Aires (poesía, 1979) y Cornelia frente al espejo (cuentos, 1988). El enorme conjunto de textos inéditos que dejó al morir añadió una dimensión adicional a su obra, donde confluyen lo cotidiano y lo fantástico. Sus libros han sido traducidos al inglés, francés, italiano, portugués, danés, chino y árabe. Hoy es reconocida como una de las escritoras más originales de las letras hispanoamericanas.

                                                                                                                              Por Silvina Ocampo * / Especial para El Espectador

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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