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Desde la década del 80 empezó a destacarse en Colombia y países allende nuestras fronteras, la obra del escultor bogotano Gabriel Beltrán, un artista que aprovecha la flexibilidad de las láminas de acero para crear esculturas de sutiles connotaciones orgánicas que aluden a la naturaleza en figuras que ostentan una equilibrada síntesis poética. No se trata de la geometría tradicional, sino que a través de quiebres, dobleces, curvas y ángulos rectos que descansan sobre el piso o la pared, sus piezas se integran en el espacio con la sensualidad que caracteriza a las estructuras armónicas del minimalismo con sus intersticios de luz, ritmos dinámicos y el color, de preferencia rojo, amarillo, azul o el color natural de las superficies metálicas bruñidas o espejos.
Gabriel Beltrán es uno de los discípulos de esta corriente escultórica, cuya obra en madera primero, y en metal después, ha desarrollado una temática de carácter simbólica como son sus alusiones a la naturaleza o la herencia precolombina en sus paisajes, máscaras, ídolos o elementos orgánicos como sus moluscos y caracoles en elegantes composiciones geométricas que comunican un optimismo vivificante.
A través de las dos décadas iniciales del siglo XXI, la escultura de Gabriel Beltrán ha desarrollado una plasticidad de figuras que evocan la complejidad no solo del arte tridimensional, sino de la vida misma. Se trata de composiciones en acero inoxidable de sensuales entramados en los que el color cálido infunde el regocijo de su vitalidad, igual cuando utiliza la sutil textura del bruñido para acentuar la fuerza de la estética posmoderna.
En algunas de sus obras monumentales es donde mejor admiramos la versatilidad de su imaginación artística, ya que la armónica distribución de sus elementos contribuye a ejercer ese atractivo hipnótico que las caracteriza. Cuando están en vena festiva, sus obras adquieren el ilusorio espectáculo de una danza ejecutada por una sutil danzarina.
Sin embargo, a medida que avanza el tiempo, es fácil advertir cómo las inquietudes de la época se traducen en obras que aluden a esta época de catástrofes atmosféricas y la pérdida de biodiversidad como consecuencia de la contaminación ambiental y el calentamiento global. La respuesta del artista es enfocar entonces la naturaleza a través de su símbolo más elocuente: el árbol como protagonista de la maraña selvática donde se encuentra la fábrica más importante del vital oxígeno.
Es en este punto cuando nos sorprenden esas figuras erguidas que parecen arañar el cielo con sus hojas triangulares que evocan un abanico para refrescar la atmósfera. Son, asimismo, un homenaje a la sufrida vegetación de la tierra que se extingue cada día a causa de los incendios forestales provocados por intereses criminales o la salvaje deforestación amazónica que, junto con la fauna, disminuyen nuestra biodiversidad para añadir insulto a la herida. No están ausentes en su trabajo las formas orgánicas del agua en ríos o quebradas que fluyen en cascadas o en esas olas que una tras otra son el mar, para evocar una naturaleza en constante movimiento que deja entrever un idílico romance de pelícanos.
Por su extensa trayectoria en la disciplina escultórica, Beltrán ha adquirido un manejo del espacio que le permite explorar posibilidades inéditas en este campo, hasta lograr obras originales pero comprometidas con la vida y la ética artística para exaltar las cualidades de nuestra exuberante naturaleza. En su obra más reciente, el artista de manera consciente o inconsciente, se sintoniza con un concepto filosófico cuyo argumento básico explica que el arte, sea visual o escénico, no puede limitarse a ser solo un objeto decorativo o un espectáculo de entretenimiento, sino que juega un papel crítico en tanto que se identifica, así sea de manera metafórica, con los conflictos y aspiraciones de la sociedad contemporánea. Es también su concepción espacial la que lleva a pensar en caminos aéreos que integran una red de posibilidades para estimular aventuras mentales, la búsqueda de ilusiones sensoriales o un abrazo como espontánea demostración de afecto.
En sus obras monumentales ha adquirido importancia la forma helicoidal que remite a estructuras que trazan una curva en espiral o hélice que se manifiesta también en atrevidos diseños arquitectónicos como el Museo Guggenheim de Bilbao (España) o elementos tecnológicos innovadores. La forma helicoidal se encuentra en diferentes aspectos de la naturaleza. Desde las conchas de caracol hasta los vórtices en remolinos acuáticos, esta forma curva en espiral es recurrente en procesos físicos y biológicos. La escultura helicoidal de Beltrán, como en su ejemplar Amazonas, se crea cuando un punto en la obra se mueve en una trayectoria curva que gira alrededor de un eje.
Quizá una de las esculturas que mejor recuerda esta forma en la historia del arte sea el Rapto de las Sabinas del artista flamenco Giambologna (1529-1608), tallada en mármol, en 1574. En ella, un guerrero desnudo levanta, con un movimiento envolvente, a una mujer que era defendida por otro guerrero que yace vencido en el piso. De esta obra existen muchas versiones.
No obstante, las esculturas de Beltrán se identifican más con la forma arbórea en cuanto su interés es abrazar la naturaleza para dignificar los elementos que sostienen la vida en este planeta.