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La espectacularización de los niños extraviados en la selva

Las narrativas acerca de un mundo inhóspito, donde vidas jóvenes deberán adaptarse y responder al poder de la naturaleza, ocupan un sitial preponderante de un mundo occidental obsedido por las fuerzas de lo bárbaro y lo desconocido.

John Harold Giraldo Herrera y Alberto Berón
27 de junio de 2023 - 10:48 p. m.
Fotografía que muestra a soldados e indígenas mientras atienden a los niños rescatados tras 40 días en la selva, en Guaviare.
Fotografía que muestra a soldados e indígenas mientras atienden a los niños rescatados tras 40 días en la selva, en Guaviare.
Foto: EFE/Fuerzas Militares de... - Fuerzas Militares de Colombia
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En la novela de William Golding, titulada El señor de las moscas (1954) se cuenta acerca de un grupo de niños sobrevivientes de un avión accidentado en medio del océano. El grupo llega a una isla desierta donde quedan expuestos a la incertidumbre de conservarse vivos por su propia cuenta, bajo condiciones extremas que les obligan a despojarse de costumbres occidentales y hasta recurrir a mecanismos violentos. La novela del escritor británico, ambientada en tiempos de guerra, obtiene el reconocimiento del premio nobel de literatura a su autor, siendo llevada al cine por Peter Brook y luego por Harry Hook. El poder de la sobrevivencia en condiciones extremas genera muchos atractivos.

En el caso de los niños indígenas, extraviados en la selva colombiana, la historia se ajusta a la agenda de medios de comunicación, intereses políticos u opinión pública solidarizada con la infancia. En este relato se resaltan aspectos singulares como son la adscripción étnica de los cuatro infantes perdidos, sus cortas edades, la personificación de cuidadora que adquiere la niña mayor, el mensaje de la madre agónica que les encomienda la misión de sobrevivir hasta que sean encontrados por el padre, etc.

Mientras este drama acontecía en un rincón de la selva amazónica a cientos de kilómetros de distancia, en Bogotá, el primer presidente de izquierda electo publicaba semanas antes un tuit equívoco, confirmando el hallazgo de los niños; una precipitación que le valió ataques de sus detractores. Ahora confirma que se contará su historia de modo cinematográfico. A su vez, un periodista del diario El País dice que son alrededor de 13 compañías audiovisuales de todo el mundo las que están interesadas en llevar al cine esta historia. Incluso Warner Bross se cuenta entre una de las productoras que habría pasado una propuesta por escrito, que piden los abuelos de los niños se ajusten a la jurisdicción indígena, beneficien a los Araracuara; su comunidad, y contemplen una inmersión en su etnia, los uitoto, y su territorio, entre otras cosas. Como afirmó una fuente para el periódico español: “Se ha convertido en una puja al mejor postor. Todo el mundo tiene prisa por quedarse con los derechos y poder venderle la historia en exclusiva a las plataformas”.

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Por otra parte, Indígenas y soldados, inician un trabajo colaborativo, que se convierte en emblema de unión en un país anclado a prejuicios y clasificaciones de amigo-enemigo hacia quien porte uniforme de las fuerzas armadas o se reclame miembro de una comunidad étnica. Igualmente, en iglesias y territorios se llevaron a cabo armonizaciones y rituales, transformándose el hallazgo o no de los pequeños, en asunto vital para el gobierno. Como coronación del relato, un canino de nombre Wilson adiestrado por el ejército y que evoca a los legendarios seriales de la televisión americana como fueron en los años setenta los perros Lassie o Rintintín, olfatea y encuentra a los pequeños, para luego desaparecer en la jungla.

Con toda esta serie de elementos, que causarían la fascinación semiótica de Roland Barthes, donde emerge el sueño del regreso al Emilio de Rousseau, la tierra como personaje propio que cuida de sus hijos, el buen perro que salva vidas, la hermandad de indígenas y fuerzas armadas, la espectacularización de la sabiduría ancestral de mamos, taitas, sabios milenarios en medio de un gobierno popular que abraza la infancia de las culturas propias, emerge una explicación que responsabiliza a los espíritus de la selva de mantener con vida a los chiquillos.

En esa explicación, uitoto aparece como la palabra que introdujeron los conquistadores vencedores para nombrar a este pueblo; paradoja que su significado es enemigo, aunque dudamos mucho que su pensamiento los ubique así, pues ellos se consideran amigos. Lo anterior responde a que casi a todas las culturas originarias les fueron cambiadas sus nominaciones y hasta se intervino en sus saberes; afortunadamente no del todo ni en todos.

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Si en algún momento los uitoto fueron más de veinticinco mil, hoy quedan solo unos cinco mil, casi que extinguidos por la voracidad de la codicia de los beneficios del caucho. Se dice que nada de su andar por la selva les genera temor, sino respeto y cuidado; tampoco se extraviaron para jugar su corazón y que se los haya ganado la violencia, como en el caso de Arturo Cova en La Vorágine. Por el contrario, se relacionaron con la fuerza de la madre tierra, siendo finalmente rescatados, por la alianza y sabiduría indígena, así como por la disciplina y capacidades de las fuerzas militares.

Los uitotos tuvieron un episodio de visibilidad en la película El abrazo de la serpiente de Ciro Guerra, un espectáculo de imágenes en movimiento, y ahora una osadía que quedará para la posteridad. En esos senderos amazónicos se dibujó el camino del jaguar, la ruta de la anaconda, las historias de infancia de héroes como el hombre increíble llamado kalimán o Arandú que conocía la selva, sus peligros, sus miles de aventuras, imbricadas con el rescate de las cosmovisiones de hombres y culturas exotizadas. Recordemos que hay un promedio de 400 pueblos indígenas en toda la Amazonía, unos 64 corresponden a Colombia, según el censo del Dane del 2018, viven unas 335.260 personas, siendo la minoría indígena. Sus tradiciones, conocimientos, como su propia vida continúa corriendo peligros encarnados en la tala de árboles, las mafias, el narcotráfico, el conflicto armado, incluso por religiones que los quieren “salvar”.

Los infantes sabían que quedarse quietos no era una opción y por eso duraron cuarenta días moviéndose, alimentándose de frutas, semillas, hojas y reconociendo qué fuentes de agua podían beber y cuáles no. Actuaron como han vivido: uno son todos, todos son uno, dice el lema de los tres mosqueteros; a su vez ese mismo principio es exaltado por las comunidades o los grupos humanos empecinados en proteger su existencia. Esta historia tiene su final, contado por un general de la República, Pedro Sánchez Suárez, quien aparece en la televisión pública, valorando de modo respetuoso a la guardia indígena, mientras colabora en formar a los indígenas rescatistas: “Fuerza, Fuerza, Guardia, Guardia”, corearon.

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Expresa también este relato que parece sacado de las teorías decoloniales, que cuatro hermanos fueron protegidos por los cantos y pensamientos de los abuelos, de los Ticuna y de otros pueblos hermanos. Los niños caminaron cuarenta días. Se dice que Lesly les guió con la decisión de una pequeña amazona; incluso pudo llevar el peso de su hermano de doce meses, con los otros pequeños desfallecientes de nueve y cuatro años, semejante a como lo realizan las madres indígenas que se echan sobre su cuerpo con ánimo protector, el peso de la progenie. Si sumamos da setenta y dos con los días de caminar se produce una geometría casual. Pero hay muchos números cuatro en ese hecho. Sería entonces oportuno sentipensar que la selva es nuestra casa, que cada uno es el otro y que la selva es el universo. Durante cuarenta días la selva hizo parte de la esfera pública, su dimensión de ser vivo interpeló a los devoradores de actualidades noticiosas. A diferencia de la novela El señor de las moscas, la experiencia fue más espiritual que de violencia. Aunque está por dilucidar el tema del posible maltrato paternal.

Lo que estos niños vivieron fue un encuentro con la memoria del territorio. Parece sencillo y lo es, pues la selva es su casa. Entre los Uitotos se dice que hay que tener paciencia, fuerza y valor. Además, que cada acción repercute con su efecto, siendo la naturaleza sabia, brindando todo lo que se necesita para mantener la vida. Hemos pasado de la novela de Golding a los niños de la selva.

Por John Harold Giraldo Herrera y Alberto Berón

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