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Ya tengo 18 años
Mi padre estuvo toda mi infancia repitiéndome que, cuando cumpliera dieciocho años, podría irme sin problemas de casa, porque ya tendría trabajo. Eso me hizo pensar. ¿Verdaderamente era tener dieciocho años y ya el trabajo entraba por la puerta sin que hicieras ningún tipo de mérito? Mi tía, yo la recuerdo, con su expresión taciturna, con su melancolía en el cuerpo cada vez que se sentaba en el viejo sofá y me observaba sin perderse detalle, como si pensara que algo había hecho mal en la vida para no poder encontrar trabajo. ¿Por qué yo lo iba a tener tan fácil cuando mi tía era tan inteligente y a veces casi hasta perspicaz? Mi madre me habló del machismo para justificar una rareza tan grande para mí, pero seguía sin entenderlo. ¿Por qué yo sí y ella no? El caso es que hoy he cumplido los dieciocho años…
-¿Sí?
Me dirigí a la puerta. Alguien me llamaba por el nombre.
-¡Hola! Soy Don Trabajo. ¿Cuántos años tienes ya?
-Dieciocho.
-Firma aquí, que hoy empieza nuestra colaboración. He sabido de ti hace tiempo, y esperaba el momento de que pudiéramos conocernos.
-¡Vaya!-pensé-. Mi padre tenía razón.
Celia Ortiz Mora
Le sugerimos leer Acuérdate (Cuentos de sábado en la tarde)
Suéñame pesar
Suave seda. Traje rentado. Renuevo pasos. Soy el hombre, aquel. El que conquistó tu alma. Me vestí en aquella fiesta de paño. Mi presencia apenas si se sintió. Tú me viste. Nos vimos. Alejamos a la multitud al alejarnos juntos. Tomaste mi mano, suave y tersa la sentí. Eras tú mi sombra, era yo, tu sombra. Y nos fuimos, y nos perdimos en el abismo del éxtasis. Mañana no me verás, porque soy como la sombra de la melancolía, que solo aparece en los mejores pesares. Si me sueñas otra vez, estaré. Con más ganas iré al encuentro. Apreciarás mi sombra desde ahora, a partir de la noche en que la noche misma nos consumió y de mañana vivirás con el recuerdo de mi agonía.
Andrés Castañeda Cardona
Suposiciones
Cuando llegué al trabajo encontré a mi compañero llorando y dando puñetazos al escritorio. No me atreví a preguntarle qué le pasaba. Di por hecho que su abuela había fallecido, la semana anterior faltó un par de días porque la llevó al hospital. Me quité la chaqueta y la dejé en el colgador. Me decidí a preguntarle por qué lloraba. Cuando se disponía a responderme, entró un cliente con un gato negro en brazos, de ojos verdes, como esmeraldas. Mi compañero salió corriendo y se escondió en el almacén. Supuse que tenía fobia a los gatos. Al rato me acerqué hasta el rincón donde se había escondido.
¿Te dan miedo los gatos?
Él continuó llorando. Entre llantos e hipo me explicó que su gato había desaparecido el fin de semana… lo buscaron por todo el barrio, colocaron su fotografía en postes y redes sociales, sin éxito.
Me contó que hoy por la mañana cuando abrió la puerta de la lavadora para sacar las cortinas, encontró al gato dentro, aún le quedaba una de las siete vidas. De camino al veterinario falleció…
No tengo gatos. Tengo un Chihuahua. He puesto a la venta la lavadora, la nevera y el lavavajillas…
Verónica Bolaños
El campeonato indeseable
Toda persona que ame el fútbol en Sudamérica sueña con ver a su equipo jugando la Copa Libertadores o la Sudamericana. El caso de Sofía es diferente, no por ser una niña de nueve años, sino porque solo le interesan los torneos locales. Ella heredó de su padre el amor al fútbol. Cada domingo, observa partidos del equipo de sus amores junto a él. Sin embargo, detesta las noches de martes o miércoles, cuando el equipo juega internacionalmente. Esos días, anhela que sea derrotado, alegando que ese campeonato indeseable -como ella lo llama-, le arrebata la posibilidad de ver dibujos animados, como lo hace de lunes a viernes, luego de realizar sus actividades escolares. Para Sofía solo puede jugarse al fútbol los domingos. A pesar de su edad, ya posee radicalismos de adultos incorregibles. Lo más insólito ocurrió cuando eliminaron de la Libertadores al equipo con que simpatizan todos en casa, aquella noche sonrió sarcásticamente diciendo: “por fin se acabó ese campeonato indeseable y ahora en casa, veremos fútbol solamente los domingos a la tarde, como debe ser”.
Carlos Andrés Martínez Buelvas
Pececitos de plata
Medio litro de detergente para lavadora, cinco cucharadas de jarabe para la tos, un vaso mediano de destapa cañerías, cuatro cucharas de bicarbonato de sodio, un buen chorro de enjuague bucal, medio vaso de vinagre, zumo de limón… Creo que eso fue todo… A lo mejor me pasé con el destapa cañerías o con el enjuague bucal, no sé. Yo solo quería acabar con los malditos pececitos de plata del baño, pero mi mezcla fantástica, mis delirios de científica doméstica, solo sirvieron para transformarlos en unos bichos cien veces más grandes y de una voracidad desmedida. Se tragaron a mi perro y a mis canarios, y también las plantas del salón y mordieron a mi hija. Llevamos dos días escondidas en el closet de la habitación principal, con una mísera escoba para defendernos. Los sollozos de mi nena se mezclan con los chasquidos de los bichos afuera y el siseo de sus inmundas panzas contra la alfombra y las paredes. O nos morimos de hambre o nos devora la plaga. Tengo conmigo aún parte de la botella con mi ‘pócima exterminadora’. ¿Qué pasaría si la probamos nosotras?
M. Mantra