El Magazín Cultural
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La Esquina Delirante XLIV (Halloween) (Microrrelatos)

Este espacio es una dentellada a la monotonía mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces, como los nuestros, en los que la inmediatez y la incertidumbre parecen haberse apoderado de nuestra cotidianidad, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica.

Autores varios
12 de octubre de 2020 - 07:45 p. m.
"El Naufragio", "Sonámbulo", "Amor incondicional", "Pedazos de noche", "Alguien pregunta por ti", "Cicerón" y "Entierro", son los títulos de esta edición de microrrelatos.
"El Naufragio", "Sonámbulo", "Amor incondicional", "Pedazos de noche", "Alguien pregunta por ti", "Cicerón" y "Entierro", son los títulos de esta edición de microrrelatos.
Foto: Ilustración: Jimmy Arias

El Naufragio

Se quedaba ya sin aire, aún podía vislumbrar a través de sus párpados una gran silueta amorfa que se perdía entre el cielo y el agua; era lo que quedaba de aquel naufragio, estaba perdido en la homogeneidad del mar abierto. Intentaba torpemente asirse a la nada y todo se le escapaba entre sus dedos, como reloj discurriendo arena hacia su fatal desenlace. Sacudía en estrepitoso silencio sus extremidades, desorientado, no sabía si nadaba hacia la superficie; parecía estar hundiéndose más, su oído interno ya no detectaba cambios de presión. Había salido de puerto hace meses…recordaba…su familia…sus amigos… rostros que perdían sus rasgos, su humanidad, mientras el agotamiento aplacaba su trémula desesperación. Abrió sus ojos de repente y, para su sorpresa, se encontraba en tierra, acostado, no podía moverse; los rostros en blanco se le acercaban borrosos, no era su familia, no eran sus amigos…tapabocas, picahielo… era la sesión semanal de lobotomía, padecía de melancolía.

Andrés Jácome R.

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Sonámbulo

Desde que murió su esposa, él se duerme todas las noches en el sofá y amanece en la cama. Al darse cuenta de que es sonámbulo, coloca cámaras por toda la casa. Cuando ve los videos, observa a su esposa llevarlo de la mano, cada noche, hasta su cama.

Carol Daniela León Hoyos

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Amor incondicional

Le parecía injusto que lo devoraran los gusanos y los ratones. En una ocasión escuchó «para que se lo coma el gusano, mejor, que se lo coma el humano.» Estas palabras vibraban en su cabeza, mientras veía a su amado agonizando en el catre. Debía de asegurarse que solo fuera suyo… Acarició cada centímetro de su cuerpo con la oreja felpuda de su gato. Luego le extrajo la sangre con una jeringuilla y fue llenando las botellas vacías. Buscó en la cocina el cuchillo de destazar. Empezó por los muslos y glúteos. La carne magra la hizo picadillo, la condimentó y congeló en bolsitas de plástico. Cada viernes, cenaba raviolis a la boloñesa y bebía unas copas de vino tinto. Un día, el alma de su amado le gritó desde la ventana «¡estás enferma, eso no es amor!» Ella lo miró, con sus labios carnosos y ensangrentados, «solo me quedan tres raciones y unos huesos para el caldo de Navidad», le contestó, mientras sus lágrimas rodaban por sus prominentes mejillas. Agarró al gato y lo colocó en su regazo. Mientras le acariciaba la oreja, intentaba recordar dónde demonios había guardado la jeringuilla. Las botellas vacías, rodaban por el patio…

Verónica Bolaños

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Pedazos de noche

Los días de Eduardo transcurrieron pensando en las palabras de ella. Pero un día la tierra amarilla se levantó contra los olvidados, tapando sus rostros, sepultándolos, volviéndolos barro. Para Eduardo, todo parecía una pesadilla con olor a tierra mojada, perdida en el destierro. Eduardo corrió, huyendo del miedo, pero los alambres saltaron y agarraron sus hombros quebrándolos con traición. Los gritos de Eduardo nadie los escuchó. Dos hombres, con machetes filosos y ásperos cortaron sus piernas en pedazos que se movían como las colas de los lagartos cuando son separadas del cuerpo. La luna se escondió entre nubes cargadas de agua, preparadas para limpiar el suelo ensangrentado. Los gritos agonizantes de Eduardo seguían, y sus extremidades eran separadas con lentitud, mientras el corazón latía a punto de romperse. Las burlas de los verdugos callaron, mientras aparecía entre las sombras la silueta de una mujer. Era ella, su amor, la razón de vivir de Eduardo. La miró, mientras lágrimas de sangre corrían por sus mejillas laceradas. Ella, con una sonrisa sutil lo saludó. Sacó su lengua, lamió el cuello de Eduardo, y llegando a su oído dijo, «Feliz Halloween… mi amor».

Manuel de León

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Alguien pregunta por ti

Patricia y su mentor están en la fiesta de Halloween reunidos con todos sus amigos y conocidos. Las copas ruedan por el suelo. Las bandejas, sobre la mesa, están ya menos exuberantes. La música se ha hecho muy monocorde durante un par de segundos. Igual está esperando a que algún poeta le dedique un verso… El mentor ha cogido de la mano a Patricia y la ha llevado del extremo de la sala al otro, como si fuera su alumna más egregia y a la vez encantadora, hermosa y dulce como el alba. Se miran disfrutando de una unión que pocos comprenden. No echan de menos nada, en estos momentos de celebración. De repente, el silencio quebranta algo su felicidad desmedida y desconsiderada, sin sentimientos por la otra.

-Alguien pregunta por ti-anuncia un conocido.

Patricia sale rápidamente de la sala de la alegría y la alacridad…

La otra ha vuelto. Con una expresión adusta, con las manos llenas de sangre, y con una voz de ultratumba, grita: -¿No esperabas verme ya?

Y de repente, los murciélagos la rodean. Patricia, en el instante, sintió que sus huesos se resquebrajaban.

Cecilia Ortiz Mora

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Cicerón

94 días, 400 dólares de gasolina, 282 hamburguesas e innumerables litros de Cocacola para llegar a este momento. Nunca descuidar a la presa, primera regla del buen depredador. Es cuestión de disciplina. La bella Helena yace en su cama, profundamente dormida. Solo tengo que saltar sobre ella y ponerle el trapo, empapado en formol, en boca y nariz y ya está. No obstante, vigilancia religiosa y planificación nunca serán suficientes. Me faltó la suerte, ese escurridizo ángulo que jamás contemplamos a la hora de emprender cualquier tarea. Envuelto en sombras avanzo en dirección a mi amada, sin darme cuenta de que uno de los cordones de mis zapatos está suelto. Lo piso con el otro pie y caigo, cuan largo soy, partiéndome la cara contra la mesita de noche. Ella lanza un alarido, recobra la lucidez y rápidamente me remata con una lámpara. ¿Fue Cicerón quien dijo que es el azar, y no la prudencia, la que rige el destino de los hombres?

Sangre de Lagarto

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Entierro

Dicen que el vecino se enloqueció buscando una guaca, abriendo cráteres en el patio de su casa. Nunca nadie lo volvió a ver, pero ese frenesí era sospechoso. En las noches, yo escuchaba sonidos desde la excavación y sigilosamente espiaba desde la ventana. Una voz muy adentro decía: hazlo, cava ya. Me decidí y le dije a mi mujer: solo será un hueco. Llevaba diez. La luna llena acompañaba los desvelos. El sonido seco de la pala entraba en mis pensamientos y, de repente, escuché un pong, como un eco. Iluminé con la linterna el fondo de la excavación y la oscuridad moría en los brillos dorados. Un ruido opacó la felicidad. Al principio pensé que alguien me estaba espiando y por eso mi pastor alemán había gruñido, pero no, era más bien el rugido de tierra retando a la gravedad.

Los ruidos se acallaron. En la profundidad, el silencio oscurece el tiempo y, un instante después, me convertí en una momia más, a la espera de ser descubierta.

Angélica Villalba Cárdenas

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