El Magazín Cultural

La Esquina Delirante XXIV (Microrrelatos)

Este espacio es una dentellada a la monotonía mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces, como los nuestros, en los que la inmediatez y la incertidumbre parecen haberse apoderado de nuestra cotidianidad, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica. Guerra de guerrillas narrativa si se quiere.

Autores varios
24 de marzo de 2020 - 07:46 p. m.
Cortesía
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Abuelito, quiero verte

- Abuelito, ¿vas a venir hoy a nuestra casa?-, dijo el nieto de cinco años.

- No papito, no puedo salir.

-Tu dijiste que hoy venias. Quiero verte.

Y el abuelo se tragó el dolor.

-No puedo nené….

No supo cómo explicarle al nieto que un diminuto bicho impuso un muro. Le había mostrado el mundo de las fantasías, pero fue incapaz de hacerle creíble eso del aislamiento y la cuarentena. Se tragó el dolor y no entendió si la soledad era peor.

Ubaldo Lozada Moreno

Si está interesado en leer otro capítulo de esta serie, ingrese acá: La esquina delirante X (Microrrelatos)

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Abre la ventana

Retiró su mano de la ventana. El fin había llegado. Quiso hacer algo, pero ¿qué podría hacer? La situación lo superaba. Resopló resignado. La tierra se mantuvo tranquila, no hubo terremotos; el cielo siguió moviéndose como todos los días, no hubo tornados ni jinetes. Su perro dormía, roncaba. A su alrededor no había otro sonido. Aguzó el oído, ya afinado por meses de cuarentena solitaria. No escuchó nada que pareciera humano. Aguardó. Todo estaba en calma. Se asomó a la ventana. Las calles estaban cubiertas por cadáveres. Las aves de carroña y las ratas dirigían el festín al que se habían unido los animales, incluso los que fueron mascotas. El perro habló: “Abre la ventana, y que el virus entre. Tengo hambre”. Quiso hacer algo, pero ¿qué? Puso su mano en la ventana.

Sergio Gama

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Acuérdate

Acuérdate, Leonor, de aquel día cuando el abuelo vino diciendo que el mundo se iba a jodé. Es que tú tienes mala memoria, yo me acuerdo perfecticamente, como si fuera antier. Leíamos el libro de Nacho, bajo el palo de guayaba, él se acercó y nos lo quitó, lo deshojó y botó dentro del aljibe “pa qué tanto aprendé, no hay necesidá, en un tiempo seremos sonámbulos, nos tropezaremos con la gente y no nos importará, tendremos los ojos metidos en un aparato que llevaremos en las manos, y hasta le vamos a podé decir que nos lleve al arroyo y paticas pa’ qué te tengo nos llevará derechito, y hasta le podremos preguntá si hará caló o no, y responderá”, acuérdate que la abuela lo insultó: “¡otra vez estás borracho, deja de hablar huevonadas y acuéstate!”, el abuelo se metió en la hamaca y siguió hablando: “y cuando vaya a ver las nenas a la Media Luna también lo sabrá, esto se va a jodé”. ¿Te acuerdas, Leonor? Qué te vas a acordá si estás todo el rato toqueteando esa vaina capturando Pokémon, el viejo tenía razón…

Verónica Bolaños

Si está interesado en leer otro capítulo de La esquina delirante, ingrese acá: La esquina delirante I (Microrrelatos)

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El nuevo rey

Se escuchó el rumor… 

El guerrero más temible fue coronado, y ordenó a los ejércitos que atacaran sin piedad, directo al pecho de sus enemigos; además que los asfixiaran cuando intentaran defenderse. En silencio conquistaron parte del planeta donde ni la gran muralla pudo detener la devastación feroz. Cruzaron mares y cielos, ocultándose en el anonimato, como microscópicos seres inofensivos; hasta las civilizaciones más avanzadas cayeron en las astutas tácticas de guerra. Ahora estos ejércitos y su nuevo rey, colonizan territorios foráneos, teniendo a la muerte de aliada.

Manuel de León  

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Al apocalipsis zombie he de llevar una cuchara

El viejecillo vendedor de lotería ha sido agarrado del brazo por un gordito un poco menos mofletudo, pero más joven que yo. Los dos ahora están en el suelo; el gordito, sentado sobre el pecho del anciano, mordiéndole la garganta como quien despacha despreocupado un buffet al lado de la piscina. Por su lado pasa, a toda velocidad, una niña en bicicleta, impermeable amarillo, trenzas al viento, la mochila enorme pegada a la espalda. Al llegar a la esquina, quizá confiada en que a estas alturas del partido ya el tráfico es cosa del pasado, ignora la luz roja del semáforo y es embestida por una enorme y abollada Escalade gris. Por entre los dedos de luz crepuscular que se cuelan a través de los edificios, la escena de la pequeña, proyectada por los aires, se asemeja al ballet improvisado por una torpe y maltrecha marioneta. Siento ganas de llorar. Hasta se me ha atascado, a medio gaznate, un bocado del Crème Brûlée que devoro complacido. Podría ser el último de mi vida. Quién sabe. Si bien he tomado todas las precauciones del caso, bloqueando puertas y ventanas de la pastelería en la que me he parapetado, nunca se sabe por qué maldita rendija puede penetrar la debacle. No obstante, creo que hice lo correcto y si de algo estoy seguro, es de que cuando llegue el momento, la mía una dulce muerte será, sí señor.

Jimmy Arias 

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Bienvenidos todos los microrrelatos de cuarentena a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras. Síganos en Instagram.

 

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