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La esquina delirante XXXVII (Microrrelatos)

Este espacio es una dentellada a la monotonía, mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces, como los nuestros, en los que la inmediatez y la incertidumbre parecen haberse apoderado de nuestra cotidianidad, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica. Guerra de guerrillas narrativa si se quiere. Bienvenidos todos los microrrelatos: laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras.

Autores varios

10 de agosto de 2020 - 11:00 a. m.
Relatos de barrio en La esquina delirante.
Foto: Ilustración de Andrés Felipe Correa
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¿Lo viste?

El gato. El ladrido. La voz.

–¡Julián, mira ese gato! –gritó ella desde la habitación.

Él se acercó arrastrando los pies y con un vaso en la mano.

–¿Cuál?

–¡Ese! En la ventana.

–Ahí no hay nada –dijo él sonriendo.

Ella miró la ventana. La inspeccionó con el ceño fruncido. 

–¡Ahí estaba!

La sonrisa de él continuó en su boca. Ella lo miró confundida, pero también algo irritada con la expresión burlona de su esposo.

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–Ahí estaba –repitió–. Hasta la perra ladró.

–¿Cuál perra?

–Pues nuestra perra.

–Nosotros no tenemos una perra –la sonrisa de él se había esfumado.

–¿Cómo que no? 

Le disgustó la tontería de Julián y salió de la habitación para buscar a la perra en la sala. No la vio.

–¡Ramona!, ¡Ramona!

–¿Quién es Ramona? –escuchó la voz un tanto nerviosa de Julián detrás de ella.

–¡Ya deja la pendejada! Tu sabes quién es Ramona, la acabas de escuchar ladrando.

No hubo respuesta. Se quedó un par de segundos allí de pie y, entonces, sintió la astilla de un hueso atorada en su garganta. Giró. Ahora la habitación estaba vacía.

–¿Julián?, ¿Julián? –lo llamó con la voz quebrada–, ¿Dónde est.. 

Julian Isaza (Autor: Cámara Oscura) 

Le sugerimos leer El edicto de lazarillo

Palomas y plazas

La última horda de palomas huye de la ciudad. Nadie las alimenta. La mayoría se han muerto de hambre y las sobrevivientes tuvieron que recurrir al canibalismo. Las plazas están solas. Solo se escucha al viento golpear las estatuas huérfanas de idolatría. La última paloma deja caer desde el cielo un pedazo de mierda blanquecina. La sustancia viscosa se esparrama encima de una frase que plasmó en el pavimento algún ser humano. “Nadie escuchó nuestros gritos de auxilio”. Las palomas desaparecen, la noche cae y el silencio sobrecoge a los demás seres vivos que pasan por encima del mensaje que nunca será entendido.

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José David Castilla

Castigo

Fue entonces cuando me citaron en la corte. -Escuchen. Aconteció durante el cuarto día de la batalla de Crécy. El  comandante Asforth reportó el estado penoso de este soldado. De su boca emanaban demonios ebrios, sus ojos ardían como el fuego y sus vestimentas estaban roídas. ¡Exijo castigo! Mis ojos y los de los presentes se fijaron en la cara de su majestad. 

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-Que hable.

Era mi último recurso.

- Es cierto lo dicho. La noche anterior a la batalla había estado de juerga. No tuve control de mis actos. Sin embargo,  no lo hice con la intención de injuriar el nombre de mi rey.

- ¡Culpable!

Oscuridad. Siento aire en mis pulmones pero me habita un miedo incontenible. No quiero abrir los ojos. Tan sólo quisiera...

- Oye, no te distraigas. ¿Estás acá? ¿Quieres un café de la máquina? 

- Bueno. Te comentaba que dados los resultados de esa prueba de toxicología nos vemos en la penosa obligación de cancelar tu contrato con la compañía. Es muy triste saber que te vas y que...

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Esa voz se desvanece en mi cabeza dolorida para luego enmudecer. No debí abrir los ojos.

Juan Merchán, Montreal.

Le sugerimos leer Alfredo Molano Bravo y sus “Cartas a Antonia”

Ventanas vemos, corazones no sabemos

Vivo en el último piso de un viejo edificio construido el siglo pasado. Aquí arriba me visitan más palomas que personas y cuando salgo a mi balcón cada mañana, como es rutina, mis ojos se dirigen a una terraza aparentemente abandonada. Parece terreno frio e infértil pero la miro y florecen las preguntas. ¿Quién vive ahí? ¿Por qué hay una solitaria silla de parque? ¿Será la lluvia o a soledad la razón de sus patas oxidadas? Es un verdadero desperdicio. Si fuese mía pondría enredaderas contra los curiosos, casas de madera para las aves, luces colgantes y al fondo: una mesa para dos. Ventanas vemos, corazones no sabemos pero mis ojos hacen conjeturas. De repente, un balón cae en ese frío terreno sin eco. Nadie responde. Un niño grita. Nadie responde. ¿Cuánta soledad puede haber en estos tiempos que nadie sale a devolver la bola? Las luces de dentro se prenden. Y cuando se abre la puerta lentamente, me interrumpe el veloz aleteo de dos palomas que se disputan en mi balcón. Cuando cesa la batalla y mi mirada regresa a la terraza, no veo al habitante, tampoco la bola, solo una silla de parque con las patas oxidadas.

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Valeria Ortiz Velandia

Ellos también juegan

Pequeños pasos corren en desorden por los pasillos y se oye el rastrillar de los pupitres en uno de los salones al rozarse por el suelo. Una luz intermitente deja entrever el juego de alguno de ellos con el switch. Mientras una carcajada juguetona se esconde detrás de la escalera, un portazo me indica que en la parte de arriba, otro más se ha escondido en el salón desocupado del segundo piso. Camino hacia el fondo del patio atraído por el movimiento del columpio, señal inequívoca que hace poco, otro más travieso, se logró escabullir. Prendo la linterna, para revisar un cotilleo que viene de la parte trasera de los baños y contengo la respiración para poder escuchar lo que dicen unos tenues murmullos que provienen del interior. Un pequeño lloriqueo es interrumpido por una voz infantil masculina:

— ¿Pero por qué lloras?

— Porque en unos días ya no podremos jugar más. —Responde la tierna voz de la que al parecer es una niña.

— No entiendo por qué dices eso. —Le replica él.

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— ¡Ashhhh! Responde ella un poco impaciente. —Pues porque ya pronto regresarán los otros niños, tú sabes, los otros…

En una voz más baja continua:

— Los que están vivos.

— ¿Por eso lloras? —Añade él en tono despreocupado— ¡Frescaaaa! Ayer escuché cuando el vigilante sintonizaba las noticias en la radio y dijeron que no volverán el resto del año.

Con una pícara sonrisa agregó: “Seguirán encerrados en sus casas por la pandemia”.

Mariposa Azul

Por Autores varios

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