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“La gente mira la violencia con un solo ojo, el derecho o el izquierdo, y hay que verla con los dos”


Entrevista con el fotógrafo Jesús Abad Colorado, que presenta en la Galería El Museo, de Bogotá, la exposición “Fin y principio” y reflexiona sobre más de 30 años siguiendo la violencia en Colombia.

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Nelson Fredy  Padilla
06 de abril de 2025 - 02:00 p. m.
Jesús Abad Colorado llama a políticos y empresarios a trabajar por la paz como lo hacen cada día los campesinos, y advierte que “hay una cantidad de muchachos ‘influencers’ sembrando odio en las redes sociales”.
Jesús Abad Colorado llama a políticos y empresarios a trabajar por la paz como lo hacen cada día los campesinos, y advierte que “hay una cantidad de muchachos ‘influencers’ sembrando odio en las redes sociales”.
Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga
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Esta semana charlé con Jesús Abad Colorado, reconocido reportero gráfico que ha retratado más de tres décadas de la historia de la violencia colombiana y, por ello, ganó el Premio a la Excelencia de la Fundación Gabo y, a finales del año pasado, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar de Vida y Obra. Sus fotografías trascendieron de los medios de comunicación hacia el arte a través de la exposición nacional e internacional “El testigo” y el documental de Caracol Televisión que lleva el mismo nombre. Ahora inauguró la exposición “Fin y principio”, en la galería El Museo, de Bogotá, que estará abierta durante el mes de abril.

¿Qué importancia tiene esta nueva exposición y por qué la titulaste “Fin y principio”?

Para mí es muy importante. Imagínate que antes de que yo publicara en prensa, en 1991 monté mi primera exposición en una galería de arte en la Cámara de Comercio de Medellín. Se llamaba “El color de las comunas” y era la historia del movimiento Barrio Comparsa en medio de toda esta violencia que vivía la ciudad con el narcoterrorismo de Pablo Escobar. Luego vine a Bogotá a exponer al CINEP, invitado por el padre Francisco de Roux en 1992. Ahora bauticé esta “Fin y principio” porque, como nos enseñaba el maestro polaco Ryszard Kapuscinski, nos tenemos que alimentar de la poesía y aquí me inspiré en un poema de Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura, escritora polaca a la que le tocó vivir la guerra. Esa poesía dialoga con lo que está viviendo el país y con mi vida como reportero gráfico en la búsqueda de la paz. Con la firma del Acuerdo de Paz con la guerrilla de las FARC teníamos puesta toda nuestra expectativa en que posiblemente era el inicio de un país distinto. Pero se nos olvidaba que había otra cantidad de grupos armados paramilitares, disidencias de la guerrilla, el ELN, pero sobre todo esas economías que se mueven debajo de este país: el narcotráfico, la minería ilegal, la extorsión. Es muy doloroso. Yo quisiera que, como en el poema, estuviéramos reconstruyendo el país, la gente barriendo las calles, recogiendo los escombros. Pero los fotógrafos, que alimentamos la historia como notarios, se han ido a buscar otros lugares y solo alguien está tirado sobre la hierba mirando el cielo, pensando en las consecuencias.

Infortunadamente, no aprendemos del pasado y parecemos siempre al principio de otro ciclo de guerra.

Esto tiene que ver con el dolor que nos embarga a quienes conocemos las consecuencias de la guerra. Eso se olvida si uno está en Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cali, el Eje Cafetero, pero cuando uno sabe de esos 56.000 desplazados y las decenas de asesinatos en el Catatumbo, de la situación que está viviendo la gente en el Cauca, Chocó, el Bajo Cauca antioqueño, Nariño, Putumayo, Arauca, a mí eso me desborda. Yo quisiera ir a todos estos lugares para contarle a la gente que eso que sucede allá nos afecta a todos. A veces, desde las ciudades ese dolor no nos importa. Por eso, estas fotografías tienen que permitirnos una reflexión y agradezco que Luis Fernando Pradilla me haya abierto el espacio de la galería El Museo para traerlas con un sentido no solamente político, ético o estético, sino como una forma de narrar la historia de este país desde la fotografía, para replantear la forma como lo vemos y pensemos en una solución a tanta violencia.

Estos días recordaste en la red X esas primeras fotos que tomaste de Bernardo Jaramillo, líder de la UP, y de Carlos Pizarro, líder del M-19, luego asesinados, y que te llevaron a dedicarte a esta profesión. ¿Cómo fue ese momento?

Eso empezó en 1987, cuando estudiaba Periodismo y vi lo que estaba ocurriendo; el asesinato de Héctor Abad Gómez, defensor de derechos humanos, de 17 estudiantes y profesores de la Universidad de Antioquia. ¿Cuál era el mensaje que le estaban mandando a la sociedad? Que los defensores de derechos humanos y los periodistas que trabajábamos en temas de humanidad teníamos que ser eliminados. Yo lo que hice fue descartar la posibilidad de escribir la historia y dije: tengo que afinar el ojo. Recuerdo que vi una exposición de Leo Matiz y me conmovieron sus retratos de campesinos en Ecuador, México, Colombia. Le dije a mi compañera Patricia, la madre de mis hijos: yo tengo que hacer fotografías, buscando la estética de Matiz. Cuando mataron a Jaramillo y a Pizarro, las exhibieron en un salón de clase.

Terminó siendo tu primera exposición.

Esa fue mi primera exposición. Con fotos tomadas con las cámaras prestadas de la universidad, Pentax y Zenit, con rollos para blanco y negro. Ahí nació el reportero gráfico. Un profesor me llevó a trabajar dos meses al periódico El Mundo y me pusieron, sobre todo, a hacer fotografías de cocteles. Obviamente no me gustó, pero me enseñó, como cuando un fotógrafo del barrio, que se llama Jorge Londoño, me dijo: ‘Si a usted le gusta la fotografía en la iglesia hay mucho para hacer’. Y le ayudaba a hacer fotos de primeras comuniones, bautizos y matrimonios. Aprendí lo que es “el instante decisivo”, como lo llamaba el maestro francés Henri Cartier Bresson. Si luego de un bautismo uno no tiene el momento cuando le echaron el agua al niño en la cabeza, usted no hizo fotos. Luego, en la Universidad de Antioquia nos contrataban para la entrega de diplomas. Así entendí cómo hacer fotografías que marcan la memoria y en 1992 ingresé al periódico El Colombiano.

Dices “afinar el ojo” y esa forma de mirar la realidad me llamó la atención cuando empecé a ver tus fotos sobre la guerra y por eso te pedí ayuda para reportajes sobre las matanzas en San Carlos, Antioquia, la tierra de donde es tu familia, los Colorado López. Veo exhibida una que te publiqué en la revista “Cromos”, de la niña Karina y su papá, Misael, huyendo despavoridos. ¿Qué quieres decir con ella 25 años después?

Te agradezco mucho porque me recuerdas que hemos caminado juntos para contar historias y eso es lo que les digo a mis colegas del mundo del periodismo: que más allá de hacer fotografías espectaculares, siempre busquen el ángulo de la dignidad, de la humanidad. Las fotografías deben ser sencillas y simples. Tienen que ser hechas con el corazón. Cuando uno está mirando, el dedo que obtura lo que está recibiendo es una pulsación del alma. La invitación es a caminar este país para hablar no solamente de que soy testigo desde el dolor, sino también de la dignidad de una nación que tiene 65 lenguas, dos mares, infinidad de ríos y culturas, donde hay hombres y mujeres en el campo que todos los días se levantan a producir alimentos. Quiero decir que una familia campesina no quiere dejarles a las siguientes generaciones el reclutamiento de sus hijos para cualquier ejército, no quiere que el campo esté lleno de minas antipersonales, no quiere que haya ilegalidad. Lo único que quiere es paz; un ejército, una policía y una clase dirigente que actúen con decencia, con honestidad.

También expones a los alzados en armas y a otra víctima de su violencia: la naturaleza.

Es que a veces no tenemos ojos sino para ver al que se levanta en armas, personas que no han tenido la posibilidad de vivir con educación, de vivir tranquilamente en el campo. Ese es el testimonio contra el olvido que muestra esta exposición. Miremos estas fotografías para reflexionar sobre cómo debemos construir el presente y futuro para niños y niñas, a pesar del saqueo, de la destrucción de nuestros bosques, de la contaminación de los ríos que dejan también dolores en uno. Como reportero, a mis 57 años, después de más de 30 años de estar caminando, soy mucho más frágil y me duele más lo que está pasando, sabiendo de la belleza de nuestra gente y nuestro territorio. Eso tendría que convocarnos a trabajar por la paz y a la dirigencia política a trabajar con dignidad. Alguien que se robó un peso desde el poder puede ser mucho más criminal que alguien que cogió un fusil en el monte.

Muestras a una sociedad que sobrevive, persevera, resiste. La exposición también refleja esperanza. Solo faltó la foto de tu mamá y tu papá, doña Josefa y don Héctor, felices frente a su cosecha a pesar de ser desplazados por la violencia.

Esto es un ejercicio curatorial que uno hace con su trabajo y con el galerista. Pero voy a traer la foto de mis padres y la voy a poner acá porque lo que estás planteando para mí es clave: si solamente alimentara mi memoria visual con momentos de dolor estaría seguramente loco o me hubiera muerto de tristeza. Pero no me he doblegado, como no se ha doblegado la gente de nuestro país precisamente por su humanidad, representada también por maestros y maestras que siguen enseñando a leer y escribir en lugares apartados. Se nos olvida que Colombia está habitada por la riqueza, por la diversidad de tantas culturas, es un territorio mágico y aquí en la galería pueden encontrarlo a través de mariposas o flores de guayacán.

Reivindicar la dignidad de las víctimas significa para mí ver acá la fotografía de Beatriz García y Óscar Giraldo casándose en Granada, Antioquia, después de que su pueblo fue arrasado por la violencia. Es tu mirada, que cuenta que el amor es más poderoso que la guerra.

Ese 9 de diciembre del 2000 yo no sabía que había un matrimonio y el periódico no me había querido enviar porque dos meses antes yo había vivido un secuestro en esa región. Entonces terminé yéndome en un bus con un obispo, con gente de ONG y llegué a marchar con ellos para rechazar la guerra. A las cuatro hubo un sepelio en esa misma iglesia, porque en la medida en que sacaban los muertos iban haciendo las misas y a las cinco llegó Beatriz García con un vestido de cola blanca de cuatro metros a casarse en medio de la tragedia. En el atrio de la iglesia había un letrero que decía: “La guerra la perdemos todos. Ayudemos todos a construir un proceso de paz”. Esa es la invitación que yo siempre hago. Nuestra gente del campo siempre debería vivir en paz. ¿Nos vamos a demorar? Sí, seguramente, con tantos actores armados y tanta corrupción. Pero siempre nos tiene que habitar esa esperanza, es la mejor herencia que les podemos dejar a nuestros hijos. Hay otra fotografía de Granada, diez meses después, donde 800 hombres y mujeres, niños y niñas del pueblo, cargan cada uno un ladrillo para reconstruir. Es lo que necesita nuestro país. Los campesinos siempre lo han puesto y la invitación es a que la academia, los políticos, el empresariado, entiendan que tienen que poner también un ladrillo para reconstruir esta casa común que habitamos.

Dependerá de factores como la memoria histórica y la verdad. Lo digo porque aquí hay fotos, por ejemplo, de la Comuna 13 de Medellín, marcada por muchas violencias. Pude recorrerla con tu guía para informar sobre la Operación Orión y 20 años después pregunto: ¿por qué insistir en recordar lo que pasó allá?

Recuerda que la Comuna 13 es adonde llegaron mis papás cuando mi familia fue desplazada del campo en los años 60. Tenían cuatro gallinas, un gallo y un perro. La Operación Orión me permite decir que a veces la gente mira la violencia con un solo ojo, con el derecho o con el izquierdo, y hay que verla con los dos. Allá antes hubo presencia de milicias guerrilleras del ELN, de las FARC, de los comandos armados del pueblo que cometieron muchos atropellos y asesinatos y eso no se nos puede olvidar. Pero tampoco lo que sucedió luego con la Operación Mariscal y la Operación Orión y una serie de acciones del Estado colombiano a través de su Ejército y la Policía. Aquí hay fotografías de los paramilitares vigilando la ciudad desde la montaña, que antes fueron milicianos y terminaron dándoles bala a las mismas comunidades. Producto de eso hoy están buscando personas desaparecidas en La Escombrera, donde los paramilitares, con la complicidad de agentes del Estado, llevaron personas y las asesinaron. También tengo que recordar que siete años antes las milicias llevaron gente secuestrada que asesinaron y fue enterrada en esas montañas. Tengo un documento visual del 9 de octubre de 1995, de una exhumación de Mauricio Ortega, un niño de 13 años que secuestraron las milicias de la guerrilla. Reconoció al secuestrador de su papá y por eso lo mataron. Nunca publiqué la fotografía. ¿Por qué? Para no causar más violencia en ese momento. Porque a veces la gente se acostumbra a ver con un ojo y quieren utilizar políticamente esa visión para generar odio. Todos los actores armados, de derecha a izquierda, han cometido crímenes. Ahora esos cuerpos, como nos dijo José Saramago, brotan de la tierra y toda su historia nos tiene que sacudir. La memoria que yo planteo hay que trabajarla en clave de futuro, no en clave de odios y de réditos políticos, que es lo que hoy busca mucha gente.

Indigna ver que la memoria de La Escombrera es manipulada a nivel político a raíz de la campaña en homenaje a las madres buscadoras de sus hijos desaparecidos: “Las cuchas tienen razón”.

Nuestras mujeres en la búsqueda de sus seres queridos siempre van a tener la razón. Pero si nosotros queremos construir un país en paz y con dignidad, no podemos permitir la manipulación de la memoria de las víctimas para obtener réditos políticos. Colombia necesita muchos equipos de antropología forense y ese trabajo que está haciendo la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas es clave, no solamente en La Escombrera, sino en muchos otros lugares. Yo tengo también dos familiares desaparecidos. Uno por la guerrilla, León Urrea, que les he dicho a los dirigentes de las FARC que me ayuden a encontrar a ese padre de familia de cuatro niñas que perdieron hasta la tranquilidad económica por un secuestro. Y el Ejército colombiano desapareció a un primo mío en Cimitarra, Santander, en 1981. Hay que hacer memoria hasta el día que entendamos toda la perversidad que ha significado la violencia ejercida por la guerrilla, por los paramilitares, por el Estado y con la responsabilidad también de muchos dirigentes políticos. Que nos podamos mirar en ese espejo roto, que es una de las fotografías de la exposición, para sanar todas las heridas que tenemos. Es la responsabilidad de las nuevas generaciones. Nosotros no podemos seguir heredando más odios y hay gente que aquí se especializa en eso.

Eso incluye a quienes promueven la violencia en las redes sociales.

Sí. Gente que no sabe lo que es el conflicto, que no ha ido a acompañar a los desplazados, que no sabe lo que es el dolor, lo que está pasando en los territorios. Hay una cantidad de muchachos influencers sembrando odio. No entienden el trabajo que hemos hecho los periodistas y llenan seguramente sus bolsillos contratados para hacer propaganda para un lado o para el otro. Yo les digo que el trabajo que hay que hacer con las víctimas nos tiene que invitar a reflexionar, no a generar odios. Si fuéramos más amorosos y más comprometidos, ayudaríamos a buscar solidariamente a las víctimas del Estado colombiano, del paramilitarismo o de la guerrilla. No a utilizarlas políticamente para que alguien suba al poder.

Insisto en lo que dijiste al comienzo: “Afinar el ojo”. Venir a esta exposición es afinar el ojo y el pensamiento sobre la historia de Colombia. Y como complemento se puede comprar la colección bibliográfica “El testigo”, los libros que recogen tu obra fotográfica.

Sí. Son los libros editados por la Dirección de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de Colombia. Sería muy importante que sean una herramienta pedagógica para trabajar contra el olvido.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com
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Excelente conversación con el GRAN JESÚS ABAD COLORADO, cuyos libros deberían ser de lectura obligada en colegios y universidades. Esquivando la memoria se perpetúa la violencia.
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