Un profundo convencimiento me anima a creer, de primer impacto, que esta serie de historias podría alimentar (tal como lo ha hecho durante varias generaciones) la obsesión de todos los lectores del mundo por querer resolver un sinfín de sufrimientos y aventuras confrontados por sus personajes. Cada momento que transcurre entre maldiciones espirituales, heroísmos inusitados e inflexibles tragedias, nos arrastra, sin esperarlo, a una peligrosa pero delirante travesía donde unas bestias inhumanas están prestas a devorarnos sin piedad; y donde los conjuros sobrenaturales, propios de una tradición aferrada a la virtud orientada siempre a la lealtad, nos confunden constantemente con lo fantástico y lo real.
Por eso, la esencia de estas historias no solamente se perfila en un ambiente específico. Si bien los personajes están ligados a una identidad que pertenece, particularmente, a unas costumbres del Oriente; no por eso impide que también los encontremos presentes en otras culturas. Las travesías de estos hombres y mujeres condensan unos valores que nos asemejan a cualquier persona del común, principalmente cuando cada uno de ellos lleva consigo una historia para contar y, a su vez, trata de explicar en palabras aquello que a la naturaleza humana le es imposible resolver a simple vista.
Pero si hay alguien a quien debemos rendirle un tributo sensato, no solamente por su astucia para postergar una agonía asegurada (ya que una sentencia por parte de su esposo, el sultán, confirmaba su condena inevitable) sino también por hacer de su ingenio para la oralidad un propósito narrativo. Estamos hablando de la creadora de este universo fantástico que, hasta nuestros días, siempre nos ha transmitido un mensaje colmado de enseñanzas inmersas en distintas peripecias: la gran Scheherazade.
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Aunque es difícil comprobar si su existencia es producto de una vaga invención o, si realmente su identidad contribuyó a un extenso desarrollo literario, así, tal vez, la historia oficial le haya negado el incuestionable mérito; no podemos negar que la visión auténtica de Scheherazade integra todos los estilos que debería componer un cuento para que prevalezca en la memoria de la humanidad. Cada momento de la narración contiene una sencillez particular que no por eso deja de cautivar a los lectores. No se pierde en descripciones innecesarias ni mucho menos acude a metáforas rimbombantes para explicar los detalles del triunfo o la derrota que atraviesan sus héroes. Basta con la magia que imprime esa sencillez para lograr la elocuencia ideal en su contenido y de paso impulsar su objetivo que se va nutriendo cada vez más durante un recorrido amplio en tradiciones y en continuos dilemas.
El desarrollo expuesto a lo largo de estas travesías configura el destino de aquellos infelices o valientes que poco a poco encarnan en diversas formas; razones suficientes para fantasear con el deseo de la imaginación y llegar a la maravillosa conclusión de que sus espíritus aún no han muerto, solo se renuevan en otras vidas con el paso del tiempo.
Me entrego al delirio de creer que en algún confín de este vasto mundo se encuentra el mismo mendigo menesteroso, ya sea sumergido en el bullicio del tráfico de cualquier ciudad o entregado a la soledad de las calles peligrosas, pidiendo una moneda para sobrevivir. Pero antes de recibir su escasa recompensa por parte de algún transeúnte misericordioso, primero implora con devoción inverosímil que ese alguien le pegue un puño fuerte en su oreja como un premio rotundo a su avaricia.
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Quisiera creer; por ejemplo, que la fuerza misteriosa de un caballo mecánico volando por los alrededores del campo, será el cómplice perfecto para que el amor entre dos almas se fortalezca lo suficiente a través de la magia del deseo mutuo y así ellos puedan superar las barreras de la distancia, constantemente acechados por la infamia y el horror.
Con la historia del zapatero remendón, reconozco en todos aquellos que representan este valioso arte un destino secreto, donde cada uno tiene la misión única de hallar el tesoro subterráneo que los llevará a reinos inesperados, recompensa inequívoca por conservar en sus corazones dos armas tan poderosas como lo son la humildad y el tesón.
A pesar de la maldad que abunda en este mundo, nos queda de consuelo el poder de la ficción; por lo menos para aventurarnos a creer que todavía hay personas como Saad y Saadi quienes están dispuestos a amparar, en lo que más puedan, a algún desafortunado; solo para comprobar si la felicidad está en atesorar riquezas y dejar un buen legado material en la tierra; o vivir con lo esencial siempre y cuando mantengamos en la virtud un verdadero propósito que enorgullezca la memoria de nuestros seres queridos.
De ahora en adelante, cuando veo unas manzanas exhibidas en cualquier tienda, de inmediato me acuerdo que, por ese fruto tan apetecible y jugoso, se resolvió uno de los crímenes más crueles, producto de los celos y la ira que cegaron a un hombre cuyo impulso lo obligó a cometer una terrible infamia.
Si después de leer el relato La pulsera del tobillo los lectores contemplan con otros ojos a las palomas, es porque quizás la historia los conmovió tanto a tal punto de descubrir en estos animales un embrujo secreto que se describe en sus alas y se transmite en un lenguaje mediante gorjeos arrulladores que claman por el regreso de un amor imposible.
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Cuando hablemos de un cadáver exquisito, muy bien podemos relacionarlo con la historia del enano jorobado. La travesía de un cuerpo que alimenta una gran variedad de sucesos e impresiones, despierta al mismo tiempo el interés de saber las verdaderas razones por las que este hombre murió, ya que ninguna versión contada por los testigos que tuvieron contacto con este cadáver resulta convincente.
A todos los viajeros del mundo, que han recorrido ciudades, han tenido la oportunidad de conocer varias culturas, han soportado peligros durante sus aventuras y siempre han aborrecido el fantasma de la monotonía, quiero decirles que sus venas están marcadas por el espíritu de Simbad. Cuando recorran los siete viajes de este intrépido marino, despertarán en sus corazones un instinto personal que solo los aventureros saben asumir al momento de saciar su obsesión por descubrir otros ámbitos.
En la historia de Alí-Babá y los cuarenta ladrones, los lectores descubrirán que la verdadera protagonista, tanto en ingenio como en astucia al momento de resolver todas las situaciones de peligro, es, a fin de cuentas, la gran Marjana; así el mérito se lo lleve siempre su ilustre amo.
Chavdar representa el perdón en sus máximas expresiones. Con esta historia, los lectores comprenderán que la traición en la familia nunca podrá sobrepasar al perdón, cuando en el alma de un joven como Chavdar se concentra una nobleza inverosímil.
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En el gesto inquieto de un mono pelón que se cuela con destreza por el pico de los árboles, chilla con insistencia y quiere pellizcar a cuanta persona se le acerque, se esconde un extraño enigma: los lectores deben estar atentos a discernir si en esa expresión de melancolía hay una trampa sobrenatural que se ofrece en forma de riquezas y gloria.
Lo que nos enseña Aladino con el misterio de la lámpara es que su poder ilimitado no sería posible sin la magia de la sabiduría frotada por una persona idónea; de ahí nace su verdadero valor y hace que el genio oculto se encargue de cumplir cualquier deseo.
Los malentendidos abundan en todo lugar y circunstancia. Tan así es que, por un despiste ocasional, alguien como el visir puede juzgar de una manera injustificada a un pobre kurdo por asumir que este le robó una simple bolsa que guarda productos valiosos, entre ellos un mundo repleto de incalculables riquezas.
Con estas mil y una historias nos damos cuenta de que el espíritu de la gran Scheherazade está vigente en la literatura. Su voz se reproduce continuamente en el talento de todas las narradoras de esta y otras vidas, capaces de crear, ya sea desde la oralidad o la escritura, distintos mundos posibles heredados por la ficción para enseñarnos el valor de la palabra como una verdadera resistencia contra la muerte.
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