En esas crónicas se echaba a notar un distanciamiento y un extrañamiento del extranjero sobre su origen y punto de partida (Venezuela), y una paulatina adaptación a los códigos del mundo de llegada (España). Para entonces estaba vivo Hugo Chávez, el barril de petróleo frisaba los 90 dólares, las elecciones estaban legitimadas por un sistema electoral hasta la fecha que parecía imparcial y de participación masiva, la revolución tenía ya objetores y estaba en marcha el plan de la guerra económica como boicot político, pero nadie imaginaba el escenario pos apocalíptico en el que habría de sumirse una de las naciones con más riqueza de Suramérica tan solo unos pocos años después.
Es 2019 y acaba de aparecer en la editorial Lumen La hija de la española, primera novela de Karina Sainz Borgo. En esa novela, Caracas es un escenario donde los personajes viven un cataclismo social. Los mercados desabastecidos han llevado a un perverso sistema de mercado negro, la guerra política entre los llamados en la novela “Hijos de la revolución” y las clases medias venidas a menos, estalla en las calles donde pululan patrullas motorizadas de paramilitares, y ya parece no haber refugio ni escapatoria en la vida doméstica que se ve asaltada por fuerzas de ocupación en medio de una debacle económica de orígenes imprecisos en el universo asfixiante de la narración.
La hija de Adelaida Falcón pierde todo tras la muerte de su madre. Pierde su casa y las últimas ilusiones. Entra en una mala racha de acontecimientos donde las patrullas reaccionarias del régimen secuestran sus bienes y destruyen todo lo que la ata a esa ciudad, a ese país. Tras la expropiación de su hogar por parte de una paramilitar llamada La Mariscala, Adelaida se refugia en la casa de la fallecida Aurora Peralta, quien era hija de una española. Del encierro en ese refugio resulta para Adelaida la prueba máxima de la subsistencia. Acorralada por su entorno, acaba por convertirse en todo lo que detesta: una usurpadora a su vez que se aprovecha de la tragedia ajena. De allí surge para la protagonista, sin embargo, una nueva posibilidad: la posibilidad de la fuga, y de ahí una nueva identidad para enfrentar el destino. La metáfora del libro es la lucha por la vida.
Hay una noción del “mal” que suscita el libro con respecto a la sociedad venezolana. La protagonista destaca todo lo que destruyeron, todo lo que le quitaron, todo lo que usurparon. Pero es un colectivo abstracto: Los hijos de la revolución, los llama. Cada escena está situada en la lucha entre el individualismo más atroz, recaba en la destrucción de lo común, de lo público y de lo privado, de los bienes, muestra el surgimiento de nuevas formas de pobreza debido a la inflación y a la extinción del consumismo petrolero, remarca la indiferencia por la suerte ajena, muestra el dominio social por la brutalidad policial, machaca la destrucción del poder adquisitivo del dinero y la destrucción de toda forma de empleo y la noción de mercancía que ha sido sustituida por la especulación del mercado negro.
El libro recae simbólicamente en un maniqueísmo que desfigura el poder y lo describe a partir de su aparato de coacción; un aparato que permite toda forma de corrupción en su burocracia y que ha destruido toda noción de libertad individual y la ha sustituido por la defensa irreflexiva del régimen (que aprovechan los “Hijos de la revolución” para expropiar y robar y matar a escala del sujeto). Tres momentos marca la narradora que llevaron a este caos: el esplendor consumista petrolero de los años ochentas, la revolución de finales de los noventas y la pos revolución (cuya temporalidad no se data pero funciona como un desplazamiento temporal trasladado a un escenario distópico). Son los hijos de la revolución, en esta novela, quienes encarnan el “mal”, quienes destruyeron las ideas de una sociedad justa. Sin embargo, la protagonista ignora que es un sujeto transformado. El sujeto-consumidor y el ciudadano es el que ha sido destruido. Por eso ella también se transforma en lo que más detesta, y emprende la fuga simplemente porque puede.
Es una novela individualista sobre el efecto de un régimen desplomándose. Todo lo que hace que se desplome, sin embargo, no está en el libro. Hay que imaginárselo. O informarse. Como en este lado de la realidad.