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La historia de la novela de Carlos Fuentes sobre Carlos Pizarro

Silvia Lemus, la viuda del escritor mexicano fallecido en 2012 anunció la publicación de “Aquiles o el guerrillero y el asesino”, basaba en la vida de quien fuera comandante de la guerrilla M-19, personaje que lo obsesionó durante 22 años.

Nelson Fredy Padilla, editor dominical de El Espectador
19 de mayo de 2016 - 01:06 a. m.
Silvia Lemus con la obra póstuma en la mano, revelada en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México esta semana durante la conmemoración del cuarto aniversario de la muerte de Carlos Fuentes (1928-2012). / Secretaría de Cultura del Distrito Federal
Silvia Lemus con la obra póstuma en la mano, revelada en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México esta semana durante la conmemoración del cuarto aniversario de la muerte de Carlos Fuentes (1928-2012). / Secretaría de Cultura del Distrito Federal

Aunque Carlos Fuentes se enteraría meses después, la idea de una novela inspirada en la vida de Carlos Pizarro Leongómez surgió el 26 de enero de 1990, cuando el comandante del M-19 llegó desde las montañas del Cauca a Bogotá para formalizar los acuerdos de paz con el gobierno del presidente Virgilio Barco. Uno de los primeros encuentros de reconciliación del desmovilizado guerrillero fue con el expresidente Belisario Betancur, por obra y gracia del exministro Bernardo Ramírez, quien se había ganado la confianza de Pizarro como negociador.

“Me pidió que le diera media horita y hablamos cuatro horas y media hasta que se acabó el whisky”, recordó Betancur para El Espectador. La reconstrucción de aquel encuentro conmocionó a Fuentes, ya para entonces gran amigo de Betancur. Le contó cómo llegó el líder insurgente a su oficina junto a Antonio Navarro Wolf, cómo se saludaron, cómo Pizarro reconoció que la paz no se firmó cuando él era el presidente de Colombia, “porque estábamos muy inmaduros”, y cómo le dio el crédito “por haber abierto el camino”.

“¿De verdad te dijo eso?”, “¿Te lo dijo con nostalgia?”, “¿Hablaron del Palacio de Justicia”. Lluvia de interrogantes del escritor mexicano experto en revoluciones, sobre las que dictó cátedra en Harvard a alumnos como el hoy presidente Juan Manuel Santos. No fue gratuito que el autor de “Terra nostra”, “Gringo viejo”, “La silla del águila”, “París: la revolución de mayo”, se interesara por un guerrillero asesinado el 26 de abril de 1990.

A Fuentes, intelectual estudioso de las vidas de Villa, Coronado, Cortés, Cabeza de Vaca, Pizarro, Valdivia, Lope de Aguirre, Bolívar, por citar algunas de sus demás obsesiones, le parecía que la del Pizarro colombiano era única, una versión contemporánea del Aquiles de “La Ilíada” de Homero y una potencial novela más totalizante que “La muerte de Artemio Cruz”. De familia burguesa, hijo del almirante de la Armada y comandante de las Fuerzas Militares en los años 50 Juan Antonio Pizarro, con hermanos de ideas revolucionarias, formado desde el colegio hasta la universidad por sacerdotes jesuitas, preso, torturado, comandante del Batallón América, autodenominado comandante Aureliano en homenaje a Aureliano Buendía y a “Cien años de soledad”, admirado por sus tropas y amado por las mujeres, autor de “la gran fechoría” del Palacio de Justicia, capaz de deponer las armas y firmar la paz, asesinado cuando tenía 60% de favorabilidad para ser jefe de Estado.

Según Betancur, “Carlos Fuentes encontraba siempre fascinante, desde el punto de vista del sociólogo y del novelista, la situación de América Latina, las perturbaciones del orden público, los movimientos guerrilleros y en especial le interesaba el caso de Colombia porque desde los años 60 era amigo de muchos de los protagonistas de la vida de nuestro país”. El “póquer de ases” que lo mantenían al tanto eran el pintor Fernando Botero y los escritores Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez y Jorge Gaitán Durán, director de la revista “Mito”.

Desde 1990 Betancur se convirtió en la fuente más consultada de Fuentes y cada vez que se encontraban en escenarios culturales en Buenos Aires, en Madrid, en Ciudad de México, o hablaban por teléfono, le preguntaba por algún nuevo dato de Pizarro e intercambiaban notas de fax. “Dondequiera que nos encontrábamos me preguntaba cosas, sacaba su libretica y anotaba. Por ejemplo, en Lisboa (noviembre de 2005), durante un viaje al VI Foro Iberoamérica, que él creó como escenario de diálogo entre intelectuales, empresarios y estadistas, y en Toledo (agosto de 2008) cuando lo acompañamos con Dalita Navarro a recibir el Premio Don Quijote”.

En la capital portuguesa le dejó leer a Belisario dos borradores “y me contagió el entusiasmo”. “Yo le preguntaba: ‘Carlos: ¿qué hubo del Eme’, y me respondía entusiasmadísimo: ‘Ahí voy. Es que estoy en un enredijo’”. Sabía de su disciplina para hacer trabajos de campo similares a fin de conocer personajes como la actriz Audrey Hepburn, su “novia ideal” y a quien perfiló con su hijo Carlos en “Retratos en el tiempo”, y para escarbar vidas de locura como la del poeta Porfirio Barba Jacob.

Hasta marzo de 2012 pasaron 22 años en los que el novelista con alma de reportero y el expresidente poeta nunca dejaron de hablar de la novelesca vida a la que el mexicano le dejó el título “Aquiles o el guerrillero y el asesino”. Betancur no recuerda cuántas veces le hizo reconstruir su charla con Pizarro en busca de alguna palabra o gesto que hubiera pasado por alto. “Ese episodio de reconciliación le parecía muy importante”. Luego evocaba, por contraposición, el apaciguamiento entre Aquiles y Agamenón, analizado por él en “La Ilíada descalza”, capítulo de su libro “Valiente mundo nuevo. Épica, utopía y mito en la novela hispanoamericana (1990)”. A Fuentes, la tragedia de Pizarro le resultaba interesante dentro del reto literario de “despojar a la épica de su sostén mítico”.

Con la ayuda de sus “ases” colombianos, en el lapso de cuatro años, el novelista recopiló todo tipo de información, incluida la del proceso judicial por el asesinato del jefe del M-19. Los detalles de la reconstrucción del crimen; la vida del joven sicario, la forma en que subió la ametralladora Mini-Uzi al avión y la ocultó en el baño, cómo se ubicó detrás de su víctima, por qué metió entre uno de sus zapatos el mensaje en el que reclamaba que no olvidaran pagarle a su “mamacita” los 2.000 dólares prometidos. Sabía qué habían dicho los testigos del crimen, los pasajeros del vuelo 532 de Avianca que iba a partir rumbo a Barranquilla.

A mediados de los 90 puso a su amigo expresidente en la tarea de reunirle a la familia Pizarro Leongómez en pleno. No resultó difícil porque Betancur ya era amigo de casi todos y aceptaron acudir a la Fundación Santillana, en el norte de Bogotá. Estuvieron la esposa de Fuentes, Silvia Lemus, Margoth la madre de Pizarro, los hermanos Eduardo, Juan, Nina y Margoth, y Laura García, exesposa del guerrillero.

Laura recordó emocionada: “fue más que maravilloso; quería que le hiciéramos un perfil de Carlos como hijo, hermano, esposo, amigo, pensador. Insistió en mi percepción como mujer, en cómo era el comportamiento de él en el día a día; tomaba nota sobre sus gestos, el manejo del lenguaje, su lado seductor, su gusto literario, el carisma que tanto atraía a la gente, la actitud como líder y comandante, su experiencia como preso político cuando nos decía ‘la cárcel te doma, el acero te tiempla’; su vida cómoda de la niñez y luego la vida en los barrios populares; miró fotos, oyó audios, vio videos, también habló con María del Mar, mi hija”. María del Mar y Fuentes volvieron a reunirse en 2011 en Bogotá. Ella fue al Fondo de Cultura Económica de México a que le firmara unos libros y volvieron a hablar de su padre.

Margoth —afín a las ideas de su hermano sacrificado— contó, con Margoth madre a su lado en una finca cercana a Bogotá: “la muerte de Fuentes nos dio en el alma porque conocerlo fue una oportunidad extraordinaria en la que todos le contamos una parte de la historia de una manera muy amena y él iba preguntando y se iba motivando a medida que le dábamos detalles”.

El empresario Juan Antonio Pizarro precisó que hubo dos encuentros familiares con Fuentes. “A los dos fui con Ana Martha (su esposa y hoy directora del Festival Iberoamericano de Teatro), los dos fueron organizados por Belisario, en los dos estuvo la esposa del novelista. El primero fue agradable aunque un poco formal para mi gusto, hubiera querido una charla más distendida para profundizar”.

Lo repitieron en la casa del expresidente en la vía a La Calera. “La sensación que me dejó es que seguía obsesionado con el tema, sino que no encontraba la forma para rematar la historia”. En ese intento se reunió en Madrid, España, con Eduardo Pizarro Leongómez, siendo embajador de Colombia en los Países Bajos.

Fuentes regresaba feliz a su casa de South Kensington, en Londres, “a escribir con ambición juvenil”. Con 83 años de edad insistía en pedir que la muerte le llegara mientras escribía, como buen discípulo de Balzac.

El círculo de amigos y de excompañeros de armas de Pizarro también fue entrevistado. Rafael Vergara no olvida la sorpresa de agosto de 2009: Fuentes lo mandó a buscar en su casa en Cartagena para que se encontraran en el lobby del Hotel Santa Clara. Durante cuatro horas hablaron del documental que Vergara hizo de su excomandante, de sus principales discursos. De todos los documentos le hizo enviarle copia a través de su esposa Silvia.

Otro testigo del rigor investigativo del autor es Antonio Navarro Wolf, exmilitante del M-19: “la primera vez que me llamó fue en 2007 para que cuadráramos un encuentro. Tuvimos una cita en México y yo no pude viajar, otra en Cartagena y él no pudo. Entonces empezó a llamarme al celular, a la casa, incluso al despacho de la gobernación de Nariño. Se notaba muy interesado. La última vez que hablamos fue el año pasado, hasta le conté que nosotros leíamos obras suyas como La región más transparente”.

Uno de los archivos que le faltaba explorar al novelista es el de María José, donde reposa la carta de despedida cuando se fue al monte y el osito de peluche que le dejó. María José, hija de Carlos Pizarro con Miriam Rodríguez, es la más atenta a la suerte de las 400 páginas que el autor dijo haber escrito. “Será una maravilla porque, como novela o como biografía, dimensionará la verdadera figura de mi padre ante Colombia y el mundo”.

Fuentes se fue con la certeza de que Pizarro “no era de los guerrilleros que se iban a bajar del caballo para subirse al Cadillac” y que su personalidad representaba “el equilibrio entre dogma y religión” que tanto estudió en Spinoza.

En Cartagena, en el Hay Festival de 2012, Fuentes volvió a referirse a la obra inconclusa: “siempre sale un testigo nuevo, me resulta demasiado cercana a la realidad, me rebasa. Está casi acabada salvo en sus conclusiones, que siempre quedan aplazadas. Es lo malo de acercarse demasiado a la historia. Creo que no la terminaré nunca, quedará como un testimonio abierto”.

La confesión de que con Pizarro no pudo cumplir su mandamiento de “reinventar el mundo real”, la reivindicación de la sentencia del protagonista de La muerte de Artemio Cruz: “Una vida no basta. Se necesitan múltiples existencias para integrar una personalidad”.

Belisario Betancur señaló que su amigo jamás se dio por vencido con el proyecto. El 27 de febrero de 2012, cuando hablaron sobre un artículo que Fuentes escribió con motivo de los 125 años de El Espectador, el expresidente le preguntó una vez más: “¿Y qué hubo del Eme?”. Él respondió que seguía “trancado en el final” y le pidió que, como conocedor de la historia, le sugiriera algunos finales. “¿Cómo se te ocurre que voy a imaginar finales para un maestro de la ficción?”, lo increpó. Fuentes se despidió con un lapidario “vamos a ver qué pasa”.

Desde 2007, en la Feria del Libro de Guadalajara, Fuentes hablaba de la etapa final del libro. Allí leyó de pie fragmentos de dos capítulos incluidos en el discurso “Las horas de Colombia”. “Canta Oh, Aquiles la cólera… me pregunté si tenía derecho como mexicano ligado de maneras indirectas, pero siempre amistosamente próximas a Colombia, a cantar la cólera del Aquiles colombiano, pero también a descubrir su pasión, amores, dudas, itinerario y su destino… más que su destino me interesaba su itinerario: de la familia a la guerrilla y de la guerrilla a la política, y de la política a la muerte… un Aquiles que fue también un poco Odiseo…”.

La travesía va desde la casa materna hasta el monte. Hay una escena en la que Pizarro está sentado en torno a una fogata junto a la cúpula del M-19; Báteman, el risueño, el obstinado Iván Marino Ospina y el silencioso Álvaro Fayad. “Yo los llamaría Héctor, Diomedes, Castor, Pelayo, los compañeros de Aquiles a quienes hermanaba el destino: la muerte. Uno tras otro cayeron en combate”.

Aquella vez hizo el anuncio en el salón Juan Rulfo, porque seguir la vida de Pizarro era como seguir a Pedro Páramo rumbo a su encuentro con la muerte en Comala. No pintó a Pizarro como Aquiles, el héroe de divina figura, el caudillo que conquistó Troya, sino más como “el hombre dividido, el guerrero, pero también el que piensa y está obsesionado con su propio destino”. Y lo acompaña hasta instantes antes de ser asesinado, con su mirada de soñador, resguardado por guardaespaldas.

Aquiles valiente, Aquiles vulnerable. La balas entrando a su cuerpo. “Le dieron en sus talones, su cabeza, su cuello, sus manos…”. La sangre manando sobre las sillas del avión. El temblor de la muerte. El capítulo remata: “Murió la voz que les decía a los demás: No sólo soy coraza de guerra. También soy cabeza de paz”. Los escoltas cobran venganza y matan a un asesino que no era maligno, sólo una víctima más que pretendía asegurar el futuro de su madre. Algunos críticos hablaron de exceso de adjetivos, de un estilo anclado en la tradición. Resultó tan sorpresiva la revelación, que la mayoría del auditorio y los periodistas mexicanos no entendieron la dimensión del personaje al que se refería. Hubo una nota en la que se dijo que Fuentes preparaba una nueva novela con Batman como personaje, cuando a quien había nombrado era Báteman.

Tanto había obsesionado la historia de los hermanos Pizarro Leongómeza Carlos Fuentes, que parte de los testimonios que ellos le dieron los utilizó en dos de sus últimas novelas: ‘La voluntad y la fortuna’ y ‘Adán en Edén’.

La formación jesuita de Carlos Pizarro desde el colegio hasta la universidad y cómo ésta influyó en la libertad de pensamiento del hijo de un almirante, resultó la materia prima para construir al padre Filopáter, el cura rebelde que transita las dos historias de ficción. En la página 400 de ‘La voluntad y la fortuna’ les da crédito a sus inspiradores cuando aborda el perfil ideológico del religioso: “Su estado actual me decía con claridad que algo grave había ocurrido para que abandonara la enseñanza, que era su vocación desde la juventud, cuando daba clases en la Javeriana de Bogotá a los hermanos Pizarro Leongómez”.

En esta universidad Carlos estudió derecho y también estudiaron Eduardo y Juan Antonio. Carlos fue expulsado luego de liderar la primera y única huelga estudiantil. El sacerdote Filopáter fue bautizado así por Fuentes en alusión a un personaje cercano a Aristóteles cuya metodología de enseñanza se basaba en dialogar con el alumno mientras caminan juntos para eliminar las jerarquías y personalizar el discurso.

Quienes conocen esa etapa de los Pizarro, como el exguerrillero Rafael Vergara, aseguran que la historia parece coincidir con la relación que ellos llegaron a tener con el padre jesuita Francisco de Roux, quien fue su profesor en la Javeriana.

También influyó mucho en ellos el asesinado exjesuita y defensor de derechos humanos Mario Calderón. A ellos Pizarro atribuía haberse desprendido “de ese paternalismo cristiano” para empezar a profundizar “en el compromiso político… a descender de esa cuna rodeada de ciertos privilegios a ser parte de un pueblo”.

Precisamente De Roux permaneció junto al ataúd con el cadáver de Carlos Pizarro desde la noche en que fue velado hasta el día de su sepelio. Antes de morir, Fuentes trabajaba en cómo usar la frase de Margoth, la madre de los Pizarro, cuando le reclamó al padre Giraldo, rector de la Javeriana: “le dejé unos hijos conservadores y católicos y me los devuelve comunistas y revolucionarios”.

*Versión de un reportaje publicado en El Espectador en mayo de 2012.

Por Nelson Fredy Padilla, editor dominical de El Espectador

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