El Magazín Cultural
Publicidad

La historia no contada del cine colombiano

Curioso, algo rebelde, eterno perseguidor de novedades, enamorado del cine, Isaza Isaza fue expulsado de cuatro colegios y dejó los estudios para construir parte de la historia cinematográfica del país.

Santiago Garcés Moncada
17 de marzo de 2023 - 01:00 a. m.
Imagen de Guillermo Francisco Isaza Isaza, uno de los pioneros del
cine colombiano. Inventor, cinéfilo e incansable trabajador.
Imagen de Guillermo Francisco Isaza Isaza, uno de los pioneros del cine colombiano. Inventor, cinéfilo e incansable trabajador.

Según registros históricos, en el mes de diciembre del año 1831 se escribió el documento con el que se consiguió la fundación del municipio de Itagüí, al sur del área metropolitana del Valle de Aburrá, en el departamento de Antioquia. Exactamente 100 años después, en diciembre de 1931, murió en Estados Unidos el inventor del kinetoscopio y la bombilla, Thomas Alva Edison, quien fue reconocido en EE. UU. como el “padre del cine”. Pero, ¿qué relación guardan Itagüí, el ingenio creador de Thomas Alva Edison y el cine? Para responder esta pregunta se hace necesario situarnos en 1930, un año antes de la muerte del inventor estadounidense, momento en el que nació Guillermo Francisco Isaza Isaza, el prodigioso inventor itagüiseño que dedicó su vida a construir, desde la intimidad de su casa de tapia en el barrio San Pío X de Itagüí, los pilares de una historia del cine colombiano, pocas veces contada.

Como si fuera la reencarnación de un Thomas Edison, pero antioqueño, la creatividad y curiosidad en Isaza Isaza se manifestó en su vida desde temprana edad. Ambos inventores fueron niños necios e indomables, con un deseo de conocer el mundo y un rechazo palpable hacia la academia, la diferencia es que Edison fue expulsado de un solo colegio mientras que Isaza, según algunas publicaciones, fue expulsado de al menos cuatro instituciones educativas antes de salir definitivamente de la escuela. Ejemplo de esto se puede evidenciar en la entrevista hecha por Rafael Aguirre al inventor, la cual dice: “Estando en la Bolivariana, monseñor Henao Botero se quejó ante sus acudientes diciendo que el joven Guillermo era un muchacho rebelde y distraído”.

No obstante, la buena situación económica de su familia y el apoyo incondicional de su abuela materna, Ana María Isaza, le permitieron dedicarse de lleno a experimentar y a inventar cosas desde los primeros brotes de su infancia, acechando radios, relojes y todo tipo de electrodomésticos con los que jugaba y aprendía de manera autodidacta, escudriñando los secretos que se ocultaban más allá de los tornillos, después de recibir el cariñoso permiso de la abuela, que en vida lo defendió diciendo: “Dejen de molestarlo con el tal bachillerato, que él va a estudiar cuando quiera y lo que le guste”, testimonio que se encuentra en el documental Una imagen, una vida”, dedicado al inventor.

Años después, y tras la muerte de Ana María Isaza, recibió su herencia y con ella, aquella casa de tapia, alta y de laberíntico corredor al patio, que fue su refugio y su laboratorio desde los siete años y que se erige en aquella vía hacia La Estrella, en el barrio San Pío X como un recuerdo latente del Itagüí de antaño. Allí vivió con su esposa Mariela Díaz González y sus ocho hijos, de los cuales algunos fueron víctimas lamentables que dejó la violencia y la guerra interna que azotó a Itagüí durante décadas, recayendo sobre los varones de la familia, quienes murieron en las fauces de este conflicto, hasta dejar a uno solo de ellos vivo, “Memo”, como lo llama su madre, el mayor de todos y quien preserva como un legado el mismo nombre de su padre y su ingenio creativo.

Le invitamos a leer: Cate Blanchett, la actriz que prefiere hablar de otras vidas

Aquella casa se convirtió poco a poco en parte del alma del inventor itagüiseño y en compañera inseparable de sus creaciones. La intimidad de un baño adaptado para que no entrara la luz fue por casi medio siglo su preciado laboratorio, donde el alquimista del celuloide y los negativos se pasaba, según su esposa Mariela, noches enteras acompañado de una iluminación roja, trabajando, sin horarios y sin restricciones.

Así, los rincones de la casa, sin llegar a serlo, simulaban ser museos, con inventos abarrotados como trofeos en el patio, la sala, el comedor y los cuartos, y que aún hoy se exhiben, algunos acabados, otros a medio camino y algunos incluso siendo apenas trazos e ideas no concretadas por las manos de este artesano del cine, que durante casi 50 años logró fabricar más de seis cámaras para cine, entre ellas una tridimensional de 70 milímetros que nunca llegó a comercializarse, una peculiar máquina que servía para sonorizar películas mudas y muchos otros inventos que jamás patentó. , pues su pretensión no era la fama o el reconocimiento, o al menos así lo designó en su devenir la timidez del genio solitario que lo caracterizó durante toda su vida.

Por otro lado, el amor por su terruño y el miedo que tenía de subirse a un avión le impidieron migrar en busca de mejores oportunidades para sus creaciones. Estos aspectos lo llevaron incluso a rechazar la propuesta de trabajo de mister Doopy, el vicepresidente de la compañía Metro-Goldwing-Meyer, quien en una visita a su casa para ver su invento, “el tecniscope” (un sistema de sincronización imagen-audio para proyectores), lo invitó a ir a los emporios de Hollywood para continuar allí su labor inventiva.

Aun así, en la comodidad de su hogar y junto a su familia, Isaza Isaza logró grandes cosas en el cine colombiano. Según Óscar Iván Montoya: “A Guillermo Isaza se le reconoce por haber sido el inventor de un proyector de 35 milímetros con sonido magnético para reproducir y grabar en cuatro canales, la impresora de contacto para 70 milímetros, la cámara para rodaje de películas en tercera dimensión, además de ser sonidista de Enock Roldán y de tener cerca de 20 mil piezas que armó a punta de lima”.

Le recomendamos leer: Lo ‘kitsch’, lo ‘naif’ y otras estéticas en el nuevo álbum de Karol G

Desde el primer momento el empirismo fue su mayor maestro, en su juventud fue capaz de armar sus propias cámaras desde cero, leyendo únicamente diversos manuales de la Eastman Kodak Company que encontraba en sus expediciones a la biblioteca de la Universidad de Antioquia, junto a libros de cine, mecánica, electrónica y fotografía, de los que aprendió las formas y las funcionalidades de cada parte que replicó con sus propios materiales en su laboratorio, teniendo así que su hallazgo más importante en aquellas estanterías fue el manual de la cámara de tecnicolor, cuyo revelado se convirtió casi en una obsesión que lo llevó a inventar diferentes prototipos, siendo un verdadero artista con la capacidad de crear desde el elemento más pequeño hasta los propios lentes a usar, dando como resultado aparatos únicos que en la mayoría de sus casos solo podían ser explicados por su propio creador, dejándonos para este momento cientos de incógnitas sobre cómo funcionan muchas de las cámaras que nos dejó como legado.

Uno de estos logros significativos comenzó con una carta al extranjero, gracias a su habilidad para aprender inglés adquirida por apoyo de una tía que le pagaba las clases en el Centro Colombo-Americano y en el colegio Colombo-Británico, idioma en el que estaban escritos muchos de los manuales fotográficos que leía y en el que pudo escribir una carta a la Eastman Kodak Company, en Nueva York, donde solicitaba la fórmula química para el revelado a color, el cual para la época era inexistente en Colombia o en los países cercanos.

En respuesta a esta carta, y para su sorpresa, logró conseguir aquella anhelada fórmula, pero el camino no fue fácil, así como Thomas Alva Edison necesitó 14 meses de investigación, una inversión de US$40 mil y más de 1.200 experimentos para inventar la bombilla, Guillermo Isaza tuvo que invertir 14 años de su vida antes de poder lograr revelar su primera película a color, tiempo en el que pudo dedicarse enteramente a inventar, gracias a la herencia que la misma tía que le pagaba las clases de inglés le había dejado al morir, en 1950, poniendo a nombre de Guillermo Isaza US$20 mil en acciones que le generaban una renta con la cual compraba sus materias primas, pagaba sus gastos básicos y conseguía cuanto libro viera sobre electrónica, cine y fotografía.

Tras esos 14 años logró revelar este histórico metraje llamado Guatavita, milagro de una civilización, publicado en 1971 y dirigido por Mónica Silva, convirtiéndose, gracias al ingenio de Guillermo Isaza Isaza, en la primera producción colombiana a color, siendo premiada por el Festival de Cine Documental apoyado por la Unesco. Sobre este hecho histórico, Hernando Salcedo dijo: “Aunque no podemos estar de acuerdo con las temáticas de coreografía de postal usadas en este documental, hay que tener en cuenta que se reveló totalmente en Colombia, lo que lo convierte en un momento importante para el cine colombiano, ya que la calidad del color obtenida se asemeja a la del color internacional, algo nunca hecho en el país”.

Le puede interesar: “La jácara literaria” y la historia de la literatura

Pero su deseo de poder revelar a color nació muchos años antes, gracias a una publicación de la revista Selecciones de noviembre de 1944, en la que se hablaba de “El rey y la reina del Technicolor”, donde Isaza pudo ver el gran monopolio mundial que se tenía en Hollywood con respecto a este tema, despertando en él ese deseo de traerlo a Colombia, y es que a pesar del largo tiempo que le tomó lograrlo, el hecho de poder revelar en este formato a color se vio reflejado en un gran impulso para la familia del inventor, ya que pudieron subsistir de esto, especialmente por la venta de filminas a color que entraron en auge gracias a él, trayendo para la década de los 70 una gran prosperidad, pero tras la migración al video en el cine y la reducción del negocio a la copia de diapositivas de 3/4, tuvo que reinventarse y gracias a la creación de un calibrador que servía para reparar las cabezas de impresoras de punto, se dedicó a la reparación de dichas impresoras para computador y a la reparación de cabezas de sonido para proyectores de 70 milímetros, hecho que de alguna forma derrumbó anímicamente a Isaza, quien solo pudo ver desplomarse aquella prosperidad que le trajeron sus inventos fotográficos y cinematográficos en los años 70, sin poder hacer nada para evitar su hundimiento.

Muchas de las máquinas y películas que pasaron por las manos de este inventor están ahora bajo la custodia de la Fundación Patrimonio Fílmico Nacional con sede en Bogotá. En su registro personal hay seleccionadas películas pioneras que tratan de la vida social, cultural, religiosa e histórica de nuestros antepasados y esos primeros años del siglo XX, como el único registro fílmico sobre el entierro de Gaitán, la inauguración del estadio Atanasio Girardot, las primeras Fiestas del Maíz en Sonsón, entre otras, de las cuales se hizo dueño Guillermo Isaza en un arriesgado intento de rescate de este trozo de la historia que iba a ser arrojado a la quebrada doña María que surca al municipio de Itagüí, tras el cierre de la productora medellinense Procinal, fundada por el cineasta antioqueño Camilo Correa, quien pretendía con ella hacer de Medellín el Hollywood colombiano y que fracasó en su utopía luego de declararse en bancarrota. De este archivo, como ya se mencionó, Guillermo Isaza vendió una parte a Patrimonio Fílmico Colombiano y otra a Francisco Muñoz, uno de sus aprendices y expresidente de Televideo.

Iniciando este mes de marzo se cumplieron 20 años de aquel maravilloso encuentro del 1° de marzo de 2003, en el que gracias al patrocinio de don Francisco Muñoz y a Gustavo Castaño, director de la revista Bohemia, se pudo llevar al inventor a Cartagena en pleno festival de cine, donde Guillermo Francisco Isaza Isaza fue reconocido por el Ministerio de Cultura de Colombia con el Premio Nacional de Cine en la categoría “Toda una vida”, galardón que, junto a la condecoración Pedro Justo Berrío de la Secretaría Departamental de Educación y Cultura, logró cerrar con broche de oro esa trayectoria de vida como inventor que tanto disfrutó y que tristemente llegó a su fin un año después, el 29 de noviembre de 2004, después de sufrir un derrame cerebral en la misma sala de aquella casa que lo vio vivir en plenitud durante 74 años y donde vio, sobre todo en las últimas décadas, La novicia rebelde, su película favorita, la cual conservaba en Betamax para repetirla una y otra vez. Más allá de estas anécdotas, el maestro dejó una gran obra que por medio de la remodelación del antiguo Teatro Caribe y a su inauguración como Centro Cultural Caribe de Itagüí, tendrá un espacio para compartirse, en un museo dedicado exclusivamente a la vida y obra de Guillermo Francisco Isaza Isaza, al igual que un cineclub, donde seguirán en las paredes las misteriosas máquinas que han escrito la historia del cine colombiano, pocas veces contada y aún sin patente.

Por Santiago Garcés Moncada

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar