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En los tiempos de Zoroastro, o de Zaratustra, el dios de los persas, que fue mito y leyenda, y a la vez, una creación casi imposible de rastrear de los pueblos que ocupaban lo que con los milenios se llamaría Afganistán, Irán y Uzbekistán, el bien y el mal comenzaron a tomar forma. Uno era el complemento del otro, y sin uno, el otro no hubiera existido. Hasta entonces, el hombre vivía sin moral, y al parecer, no tenía mayores necesidades de ella, pero llegó Zaratustra tres mil años después de que empezara a contarse el tiempo, y habló de leyes, de una salvación, de combates apocalípticos entre el Bien y el Mal, y dejó abierta la posibilidad de que quienes cruzaran “El puente” después de la muerte por haber sido justos, bondadosos, solidarios, sinceros, resucitarían.
El dios Ahura Mazda le había revelado a Zoroastro su sabiduría, luego de varias entrevistas que sostuvieron, y de que el profeta se hubiera marchado a los 30 años a buscar la verdad de la vida y de la muerte y del más allá. Aquellas doctrinas, que según algunos estudiosos se fueron formando entre 1.600 y 1.200 años antes de Cristo, fueron recogidas en unos himnos a los que los sacerdotes denominaron Gathas, y que formaban parte del conjunto de textos sobre Zoroastro recogidos en el Avesta. Para Peter Watson, como lo plasmó en su libro de “Ideas, historia intelectual de la humanidad”, los judíos tomaron varias ideas de Zoroastro durante el exilio que padecieron desde el año 586 a de C, entre ellas, las nociones de la alianza con Dios, la idea del cielo y del infierno y la de la resurrección.
Para Watson, “Es probable que la idea de la resurrección haya aparecido por primera vez hacia el año 160 a. C., durante el martirio religioso, y precisamente, como respuesta a este (¿Cómo era posible que los mártires fueran a morir para siempre?)”. Sin embargo, 500 años antes, y en el Libro de Isaías, los judíos ya habían leído y escuchado aspectos sobre un tiempo futuro y un juicio final, tal como lo había vaticinado Zoroastro. “Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán”, dijo el profeta Isaías. En el libro de Daniel, escrito presumiblemente en el siglo II a. de C., decía que “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados”. Las interpretaciones sobre las palabras de Daniel fueron y han sido múltiples, pero casi todas han apuntado a la idea de una resurrección corporal.
Medio siglo después del nacimiento de Jesús, Pablo les escribió en una epístola a los Corintios que “Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, que se apareció a Cefas y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos han muerto. Luego se aparece a Santiago, más tarde a todos los apóstoles, y por último, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció a mí también”. Luego de que se difundiera el mensaje de la muerte y la resurrección de Jesús, y de su subida al cielo, la mayoría de sus seguidores siguieron con sus rezos en el templo. Aguardaban día tras día el regreso del Mesías, y con ello, su redención, y con ese fin, acabaron por enfrentarse a las ideas tradicionales de los escribas y los sacerdotes.
La carta de Pablo fue escrita varios años antes de los evangelios, que tocaron el tema con una que otra divergencia. Mateo escribió que unas mujeres fueron a ver el sepulcro, y Marcos, que habían ido antes y regresado con ungüentos para embalsamar el cuerpo de Cristo. Para Juan, fue Nicodemo quien lo embalsamó. Con respecto a la gran piedra que tapaba el sepulcro, tres de los evangelistas escribieron que esta había sido “quitada”, como lo afirmó Peter Watson, mientras que en su evangelio, Mateo relató que un ángel luminoso, vestido de blanco, había hecho rodar la gran losa en presencia de algunas mujeres, “María Magdalena y la otra María”, y les había pedido que no se asustaran, que Jesús, el que murió en la cruz, había resucitado, tal cual como lo había dicho.
En su epístola a los Corintios, Pablo, Saulo, describió la aparición de Cristo resucitado con el término “ophthe”, que fue el mismo que utilizó para relatar su propia e histórica visión en el camino de Damasco, cuando su vida y su destino se transformaron para siempre, y con ellas, gran parte del cristianismo. Entonces escribió: “Más yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”.
En palabras de Watson, “parece que para Pablo la resurrección no era un fenómeno físico, ‘el retorno a la vida en carne y hueso de los muertos’, sino una transformación espiritual, una forma diferente de conocimiento”. Pese a las miles de interpretaciones que ha habido durante los siglos sobre las palabras de Pablo, él en ninguna parte mencionó el sepulcro vacío. Más allá de las palabras precisas, ampliamente discutidas, y las contradicciones entre las versiones, lógicas, por otra parte, si se tiene en cuenta que cada quien tenía una mirada y una versión particulares de lo que había ocurrido, los diferentes intérpretes del Nuevo Testamento han estado de acuerdo con que si los testimonios sobre la resurrección de Cristo hubieran sido inventados, habrían sido adornados por sus protagonistas.
Así mismo, también han concluido que la credibilidad en esos pequeños y no tan pequeños detalles fue muy bien trabajada en cada texto, y que hasta el más ampuloso de los milagros fue narrado con absoluta naturalidad, como la resurrección de Lázaro, relatada por Juan en su evangelio: “Entonces Jesús gritó: ‘¡Lázaro, sal de ahí!’. Y el muerto salió de la tumba con las manos y los pies envueltos con vendas de entierro y la cabeza enrollada en un lienzo. Jesús les dijo: ‘¡Quítenle las vendas y déjenlo ir!’. Los sucesos que llevaron a la vuelta a la vida de Lázaro prefiguraron la resurrección de Cristo, y de algún modo, acostumbraron al pueblo de Israel a la idea de una vida más allá de esta vida. Como lo habían proclamado y escrito los profetas, para los israelíes, el reino de Dios estaba cada vez más cerca.

Por Fernando Araújo Vélez
